Sábado, 08 de Febrero 2025

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¡Qué médicos!

Por: Abel Campirano Marín

¡Qué médicos!

¡Qué médicos!

Jesús Delgadillo Araujo, Salvador Garciadiego, Manuel Fernández, Roberto Michel Ramírez, Luis González Aréchiga, Amado Ruiz Sánchez, su hermano Francisco, Salvador Romero Gutiérrez Hermosillo, Miguel Quezada Ochoa, Trinidad Vázquez Arroyo, Salvador Uribe Casillas, Rafael Cortés Chávez, Alfonso Manuel Castañeda, Joaquín Baeza Alzaga, Carlos Villaseñor, Fernando Banda, Delfino Gallo, Mario Rivas Souza, Alfonso Topete, Luis Garibay, Ramón Garibay, José Barba Rubio, Leonardo Oliva, Jesús Ramírez Mota Velasco, Luis Farah, Florentino Badial, Roberto Mendiola, Armando Riebeling, y muchísimos más cuyos nombres ya se me escapan de la memoria ofreciendo a ellos y sus familiares mi disculpa por las involuntarias omisiones, grandes médicos que dieron honra, prestigio y respeto a su profesión.

Los médicos de la Guadalajara de las décadas de los cincuenta y sesenta atendían tanto en sus consultorios como en las casas particulares. El costo de la consulta era más elevado si atendían a domicilio. Y hasta allí llegaba el Doctor cuando era requerido, siempre limpio, bien ataviado y con su inseparable Cabás (pequeño maletín tipo baúl con asas, generalmente de piel) en el que llevaba de todo: abatelenguas, termómetro, otoscopio, rinoscopio, oftalmoscopio, martillito de reflejos, esfigmomanómetro y un estuche metálico que contenía jeringas de vidrio y agujas de acero que se hervían para utilizarse antes de una inyección y muchos medicamentos de aplicación inmediata.

Las jeringas que se utilizaban en esa época no eran de plástico; eran de vidrio y el médico le daba el estuche de acero al familiar para que éste lo pusiera a hervir en la estufa con tantita agua con el objeto de esterilizar la jeringa y las agujas que eran de acero y se reutilizaban una y otra vez.

Desde que el médico llegaba a la casa, el enfermo ya sentía alivio; la tranquilidad invadía la casa y más cuando el médico entregaba su receta y daba tranquilamente sus indicaciones al paciente y sus familiares que lo asistían.

Había confianza absoluta porque los médicos generales eran estupendos diagnosticistas y mediante la observación de los signos patognomónicos, la auscultación y el interrogatorio sabían que hacer y recetaban la fórmula o el medicamento de patente que se surtían respectivamente en Boticas y Farmacias.

La letra de los médicos no era muy clara, sin embargo boticarios y farmacéuticos, fieles seguidores de Jean-Francois Champollion, (Padre de la Egiptología y descifrador de jeroglíficos) se las ingeniaban para traducirlas y surtirlas correctamente. Cuando no teníamos bonita letra, había irreverentes que le decían a uno: “tienes letra de médico”, algo explicable en los Galenos por su conocimiento y práctica del Griego que era materia imprescindible tanto en la Escuela Preparatoria como en la de Medicina y que de alguna manera influía en su manera de escribir.

En las recetas era usual que estuviese impreso el nombre del médico, el domicilio de su consultorio, teléfonos, número de la cedula profesional y de salubridad, y el número de su teléfono particular. Las recetas se surtían en las farmacias de aquella época; de las que recuerdo estaban en el Centro, por Morelos, Pedro Moreno y la Avenida Juárez: la Farmacia Remosa, la Ideal, la Regis, Droguerías Levy, la Farmacia del Niño, y empezaba la Farmacia Guadalajara, por la calle de López Cotilla entre Ocampo y Galeana, o bien en las boticas, que serán objeto de otra entrega.

Muchos médicos tenían en la fachada de su casa una placa de latón o bronce con su nombre, teléfono y especialidad; era tanta la confianza de las personas y la apertura de los profesionales de la medicina y, sobre todo, la seguridad de la ciudad que aun sin conocer al doctor cualquiera podía tocar la puerta y si estaba el médico en su casa no importaba ni el día ni la hora y recibía al enfermo. Pasión, entrega y devoción por la humanidad doliente como decía Fray Antonio Alcalde.

Recordar a los médicos de antaño, y conocer a los de hogaño, nos lleva a reiterar nuestro agradecimiento y reconocimiento por esa noble profesión de la que deben sentirse orgullosos y felices como lo dice el juramento Hipocrático: “Si el juramento cumpliere íntegro, viva yo feliz y recoja los frutos de mi arte y sea honrado por todos los hombres y por la más remota posteridad”. 

Gracias a todos los médicos por su entrega y pasión por los enfermos; que Dios los siga bendiciendo para que continúen dirigiendo sus tratamientos con los ojos puestos en la recuperación de sus pacientes. 

Hasta la próxima semana si Dios nos presta vida y licencia.

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