Polibio —historiador griego (208-127 A.C.) y observador estudioso del Estado— planteó una teoría, llamada Triángulo de Polibio, para explicar las modificaciones que sufrían las formas de Gobierno. Señaló que el desorden en que vivían las sociedades primitivas exigía, para construir la paz, la presencia de un “hombre fuerte” que subordinara a su mando, originalmente militar, a los habitantes de un territorio determinado; he ahí el origen de la monarquía. Como los gobernantes tienden al abuso del poder, la monarquía fatalmente desemboca en tiranía que, a su vez, se transforma en aristocracia, gobierno integrado por los hombres más poderosos de la sociedad (senadores o lores). Dado que los apetitos de poder son irrefrenables, lo que sigue es el gobierno de los muy ricos: la oligarquía, que es derrocada por el pueblo (revolución) y con ella llegan la República y la democracia. La naturaleza humana no cambia, el presidente se transforma, apoyado por la muchedumbre (oclocracia), en “líder vitalicio” e, inevitablemente, en dictador. Ese círculo vicioso sobrevivirá mientras el hombre no deje de serlo, ni sus apetitos de poder sean limitados por las leyes y otros poderes que le hagan contrapeso. Llámese Trump, Musk, Putin, Maduro, López Obrador, Narendra Modi, Javier Milei, Kim Jong-Un o Xi Jinping, todos están hechos con el mismo barro.Supongamos que los seres humanos son buenos, incorruptibles, honestos de palabra y obra, sensibles al dolor ajeno, justos, misericordiosos, se ciñen a la ley y se comportan como buenos padres de familia. ¡Se vale soñar! No habría que preocuparse. La armonía social sería el escenario de nuestras vidas. Sin embargo, ese mundo idílico no existe y, por el contrario, el aforismo latino homo homini lupus, “el hombre es lobo del hombre”, es vigente. Por lo tanto, pensando en la felicidad de la sociedad —la tuya y la mía— como bien superior, surgen algunas preocupaciones derivadas de la tendencia de nuestros dirigentes políticos (de derecha o izquierda) hacia el absolutismo, con todos sus males: pensamiento único, mesianismo, sucesión familiar, nepotismo, corrupción, negación del otro, mente obsesiva y acrítica, uso arbitrario del erario, culto a la personalidad, la fuerza como argumento, la tecnología al servicio de quienes mandan, abuso de las instituciones gubernamentales con propósitos distintos a los del Estado y un largo etcétera.Evidentemente, hay un fenómeno de desnaturalización del poder público. Sus fines se han pervertido y estamos indefensos frente a la capacidad de manipulación de sus detentadores. Me pregunto, te pregunto si bajo la idea de que “todos somos iguales”, estaremos abriendo, a través de la democracia, la puerta a nuevos totalitarismos en los que predominen la segregación racial, la exclusión por razones de clase social, preferencias sexuales o IQ. ¿Acaso, como en la primera mitad del siglo anterior, la democracia está siendo el camino del fascismo? ¿Viviremos un nuevo capítulo del estalinismo con su cancelación de libertades y sojuzgamiento a quienes no sean adictos al régimen? ¿Nuevos pogromos aparecen como fantasmas en el horizonte de la humanidad? Aquí la dejamos hasta hoy. Hay tema.