Es extraño que, para poder perseguir a los cárteles delincuenciales con verdadera energía, se haga necesario elevarlos de categoría, pasándolos de lo que son al nivel de terroristas.Es verdad que los cárteles han usado y abusado del terrorismo en todas sus formas para “calentar” plazas, amedrentar competidores, disciplinar colaboradores, vengar traiciones, asustar a la sociedad y maniatar a las autoridades, pero lo que clásicamente se entiende por terrorismo es otra cosa. Aunque parezca absurdo, para ser terrorista se necesita tener ideales.Eso no significa deificar al terrorismo, sigue siendo criminal y en grado supremo. Lo que pretendo es aclarar que estos terroristas tradicionales buscaban ideales legítimos usando medios perversos; los cárteles buscan fines perversos usando medios perversos.El terrorismo con ideales surgió de la impotencia de los ciudadanos, y de la prepotencia de los gobiernos, sean o no dictatoriales. La permanente alianza del poder con el dinero hizo a la gente desprotegida buscar caminos alternos cada vez más extremos y agresivos. Así nace la guerrilla, desde el principio aliada con el terrorismo, como lo fue la guerrilla centroamericana y sudamericana, o como las que se han dado en otros continentes. Con frecuencia estos grupos guerrilleros se mancomunaron con los narcotraficantes, y desde ese enfoque ya eran terroristas todos.Tanto el narcotráfico como la guerrilla política nutren sus filas con un mundo de personas desplazadas que no quieren formar parte del drama migratorio, la otra opción para sobrevivir. Luego, tenemos que advertir que este triple fenómeno: migración, guerrilla y cárteles delincuenciales, abrevan de una misma fuente, el intencional mantenimiento global de un mundo dividido entre explotados y explotadores, nada nuevo, sólo que en la antigüedad, por ejemplo en Roma, la nomenclatura era otra: ciudadanos y esclavos.El año pasado, sólo el pago de intereses por la deuda externa mexicana rondaba los 727 mil millones de pesos, la mayor parte de este dinero se entregó a Estados Unidos al igual que lo hicieron una veintena más de países con alto endeudamiento a dicha nación; si esas formidables cantidades de dinero se van hacia allá, es allá donde producirán fuentes de trabajo y, por lo mismo, hacia allá tratarán de irse los migrantes que no quieren ser ni guerrilleros, ni delincuentes, ni tampoco vivir en sus países de origen de manera miserable.Se trata de un círculo vicioso generado tanto por Estados Unidos como por los países productores de estos tres fenómenos. Que empresas norteamericanas establezcan fuentes de trabajo en naciones pobres ha venido siendo una opción, siempre y cuando los salarios que se devenguen sean menos altos que en Estados Unidos, pero no tan bajos que se vuelvan explotadores. De ahí la estrategia de López Obrador de subir el salario mínimo en las fronteras, pero esta salida de empresas estadounidenses a otros países igualmente ha afectado a la economía norteamericana, nunca de manera extrema, pero sí sensible. De ahí la política de Trump de atraer nuevamente a esas empresas presionándolas con aranceles que disuelven las ganancias logradas por producir en el extranjero. Esto ya está generando desempleo en México, por ejemplo, con los recientes despidos masivos de plantas armadoras en Coahuila, que lo mismo se puede extender a Puebla, al Bajío y a otras regiones, incluso cuando se trate de empresas extranjeras no estadounidenses, que produciendo en México y exportando a Estados Unidos obtenían buenas ganancias, y daban abundante empleo. No se requiere de mucha inteligencia para advertir el costo que tendrán estas políticas, cuyos efectos buscarán reprimir con violencia allá y en todas partes.