Domingo, 02 de Febrero 2025

Evangelio de hoy: Signo de contradicción

«Este niño ha sido puesto para ruina y resurgimiento de muchos en Israel, como signo que provocará contradicción, para que queden al descubierto los pensamientos de todos los corazones»

Por: El Informador

«Mis ojos han visto a tu Salvador, al que has preparado para bien de todos los pueblos» WIKIPEDIA/«Simeón con Jesús en brazos», de Alekséi Yegórov

«Mis ojos han visto a tu Salvador, al que has preparado para bien de todos los pueblos» WIKIPEDIA/«Simeón con Jesús en brazos», de Alekséi Yegórov

LA PALABRA DE DIOS

PRIMERA LECTURA

Malaquίas 3, 1-4

«Esto dice el Señor: “He aquí que yo envío a mi mensajero. Él preparará el camino delante de mí. De improviso entrará en el santuario el Señor, a quien ustedes buscan, el mensajero de la alianza a quien ustedes desean. Miren: Ya va entrando, dice el Señor de los ejércitos.

¿Quién podrá soportar el día de su venida? ¿Quién quedará en pie cuando aparezca? Será como fuego de fundición, como la lejía de los lavanderos. Se sentará como un fundidor que refina la plata; como a la plata y al oro, refinará a los hijos de Leví y así podrán ellos ofrecer, como es debido, las ofrendas al Señor. Entonces agradará al Señor la ofrenda de Judá y de Jerusalén, como en los días pasados, como en los años antiguos’’».

SEGUNDA LECTURA

Hebreos 2, 14-18

«Hermanos: Todos los hijos de una familia tienen la misma sangre; por eso, Jesús quiso ser de nuestra misma sangre, para destruir con su muerte al diablo, que mediante la muerte, dominaba a los hombres, y para liberar a aquellos que, por temor a la muerte, vivían como esclavos toda su vida.

Pues como bien saben, Jesús no vino a ayudar a los ángeles, sino a los descendientes de Abraham; por eso tuvo que hacerse semejante a sus hermanos en todo, a fin de llegar a ser sumo sacerdote, misericordioso con ellos y fiel en las relaciones que median entre Dios y los hombres, y expiar así los pecados del pueblo. Como él mismo fue probado por medio del sufrimiento, puede ahora ayudar a los que están sometidos a la prueba».

EVANGELIO

Lucas 2, 22-40

«Transcurrido el tiempo de la purificación de María, según la ley de Moisés, ella y José llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley: Todo primogénito varón será consagrado al Señor, y también para ofrecer, como dice la ley, un par de tórtolas o dos pichones.

Vivía en Jerusalén un hombre llamado Simeón, varón justo y temeroso de Dios, que aguardaba el consuelo de Israel; en él moraba el Espíritu Santo, el cual le había revelado que no moriría sin haber visto antes al Mesías del Señor. Movido por el Espíritu, fue al templo, y cuando José y María entraban con el niño Jesús para cumplir con lo prescrito por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios, diciendo:

“Señor, ya puedes dejar morir en paz a tu siervo,
según lo que me habías prometido,
porque mis ojos han visto a tu Salvador,
al que has preparado para bien de todos los pueblos;

luz que alumbra a las naciones
y gloria de tu pueblo, Israel”.

El padre y la madre del niño estaban admirados de semejantes palabras. Simeón los bendijo, y a María, la madre de Jesús, le anunció: “Este niño ha sido puesto para ruina y resurgimiento de muchos en Israel, como signo que provocará contradicción, para que queden al descubierto los pensamientos de todos los corazones. Y a ti, una espada te atravesará el alma”.

Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana. De joven, había vivido siete años casada, y tenía ya ochenta y cuatro años de edad. No se apartaba del templo ni de día ni de noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Ana se acercó en aquel momento, dando gracias a Dios y hablando del niño a todos los que aguardaban la liberación de Israel.

Y cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y fortaleciéndose, se llenaba de sabiduría y la gracia de Dios estaba con él».

Signo de contradicción

“Positus est hic in signum cui contradicetur” ("Está puesto como signo que provocará contradicción"). Con esta frase en latín tomada del capítulo II del Evangelio de San Lucas, el jesuita veracruzano exiliado en Bolonia, Francisco Xavier Clavigero, encabezaba un sermón dirigido a sus compañeros jesuitas —también desterrados en esa ciudad— el 1 de febrero de 1773, víspera de la fiesta de la Purificación. En aquellos momentos, y después de las expulsiones y disoluciones que la Compañía de Jesús padeció en los reinos de Portugal (1759), Francia (1764) y España (1767), también se comenzaban a ejecutar una serie de intimidaciones y agravios contra todos los jesuitas exiliados e italianos en los dominios papales, pero ahora por parte de agentes pontificios. 

Clavigero y sus compañeros, con temor e impotencia, ven cómo crece la terrible amenaza de la supresión de la Compañía. Es entonces cuando el veracruzano, con el propósito de fortalecer en sus hermanos de religión la confianza en Dios y la dignidad frente la ignominia, les recuerda en su sermón cómo Jesús y su proyecto salvador representaron -como profetiza Simeón en el Evangelio- un signo de contradicción en una realidad en la que la vida y la Buena Nueva atentan contra el egoísmo y la soberbia, sobre todo de quienes ostentan el poder. 

Si bien en aquellos momentos los hijos de san Ignacio creían que el pontífice se mantendría firme ante las presiones monárquicas, seis meses después el jerarca terminaba por hacer causa común con los reyes al suprimir la Orden, desmantelando de súbito toda una misión apostólica de dimensiones globales durante más de dos siglos. Aun así, muchos de los que habían permanecido fieles a su vocación, en la orfandad de su instituto religioso mantuvieron su apego a la vida, a la Iglesia y a su deber de inteligencia. Cuarenta y un años después de aquel golpe, otro pontífice restablecería la Orden ignaciana en la Iglesia universal. 

En situaciones en las que parece que lo construido con mucho esfuerzo durante años se viene abajo -como sucede en realidades a veces muy cercanas- habrá que, como pretendieron aquellos religiosos, reconstruir la confianza en Dios, la paciencia, la lucha por la dignidad y por la vida.

Arturo Reynoso, SJ - ITESO
 

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