Domingo, 30 de Noviembre 2025

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Sucede en Jalisco, por algo será

Por: Augusto Chacón

Sucede en Jalisco, por algo será

Sucede en Jalisco, por algo será

De Guadalajara para el mundo. De Guadalajara para México. De Guadalajara para Guadalajara y esto es una de las importancias de la FIL: la ciudad y su fiesta anual, con el pretexto de los libros para la fiesta entera: la de las autoras y los autores y las multitudes que los rodean (no necesariamente de lectores), la de la música afuerita de la Expo y por todas partes; la de las artes plásticas, la del teatro, como si dijeran: si los libros ¿por qué nosotros no? La del pensamiento, la del medio ambiente que se animan a decir en voz alta en medio de la librería más grande del mundo.

Los libros y el ánimo de fiesta omnipresente. Es mero espejismo suponer que todos los habitantes de la Perla de Occidente, mujeres y hombres, niñas y niños se enfiestan o que de perdida alcanzan a sentir que hay una fiesta que ocupa toda la urbe, que los ocupa a ellos. Quizá así sea, pero al modo de Serrat: por una semana olvidaremos (hipérbole literaria) que cada uno es cada cual, después: de vuelta el rico a su riqueza, el avaro a sus divisas, el pobre a su pobreza, y despertarán el bien y el mal (imagen meramente literaria, el bien suele dormir o hacerse el dormido, el mal, en estos lares, no pega el ojo, aunque miremos hacia otro lado). Y la FIL volverá a su nicho para su hibernación obligada: el espejismo se difumina un año, el lapso entre la FIL 39 y la 40 será continuación de la “fiesta” de los otros, a la que contra su voluntad convocan a la mayoría de los tapatíos: holgorio de la violencia, la impunidad, de la corrupción y la degradación, moral y física, del espacio público. 

Ahora que otra fiesta se anuncia, la del Mundial de Futbol, es inevitable contrastar ambas festividades: la del futbol es una fiesta sobre todo para la televisión, se acaba al cambiar de canal; la de la FIL deja rescoldos: los libros que fueron mercados o simplemente deseados, los espectáculos y exposiciones que visitaron la ciudad, la memoria de los encuentros con conocidos, con famosos, en esa ágora inmensa que es la Expo. A los partidos del Mundial y a sus actos periféricos las mamás y los papás no llevarán a sus hijas e hijos, tampoco las escuelas encausarán a sus alumnos a los partidos como parte de su formación intelectual y cívica, a la FIL sí. Paradójicamente, a los gobiernos les parece más natural invertir recursos del erario para beneficiar el suceso deportivo, que en la infraestructura y seguridad para llegar a la FIL con menos dificultades; ser peatón en los alrededores de la Feria es experiencia extrema (las aseguradoras cancelan las pólizas si el cliente reconoce que suele caminar en la vecindad del recinto), y sobrellevar el trance como automovilista o usuario del transporte público lleva a abrazar la filosofía existencialista a partir de una idea de Jean Paul Sartre: el infierno son los otros. La cantidad de gente que visita la Expo durante la FIL en nueve días, una vez al año, es al menos cuatro veces mayor que la que irá al estadio en cuatro juegos, dos veces por siglo.  

La FIL es un portento sin fronteras, cultural, social, económico y político. Por su magnitud e impacto es impresionante. Y la calificamos fiesta, creo, para no sentir que nos rebasa, que es algo ajeno a cada una, a cada uno, por excesivamente grande, monstruosa, dentro y al mismo tiempo fuera de Guadalajara. Sin embargo, la Feria conserva algo de lo local que la hace encantadora. Arturo Suárez, devino “Arduro Suaves” escritor y personaje tapatío, murió en 2009, creador de los “periquetes”, textos breves, socarrones e inteligentes, en la primera FIL entregaba copias fotostáticas de sus escritos por los pasillos, divertido y sarcástico: publicar en editoriales de fuste (eso creen ellas) estaba predestinado a unas, a unos cuantos. Dos años después, en 1989, Ediciones del Ermitaño le publicó “Canutero. Periquetes de literatura”. En ese libro Arduro escribió: “Que los momentos estelares de la humanidad / no son más que escenas carperas / de lo cotidiano”. Es el truco de la FIL: su grandilocuencia es escena carpera de lo cotidiano: el sentir generalizado de que en los libros hay algo, los leamos o no (“Ya se puede analizar a rulfo sin leerlo”, dice Suaves en uno de sus periquetes -la minúscula en Rulfo está en el original-). Por lo pronto, algo de ese algo sospechado en los libros es que hacen rebrotar la gana por hacer y ser parte de comunidades: en cada salón de la FIL, en cada estand de las editoriales se forman colectivos súbitos, mujeres y hombres compactados por el gusto de estar ahí o, en el mejor de los casos, por un libro y su autora, como aislados del gentío. Arduro Suaves: “El poeta está triste, ¿qué tendrá su editor?”

De Guadalajara para el mundo. De Guadalajara para México. De Guadalajara para Guadalajara, y esto es una de las importancias de la FIL, de una en una hasta llegar a treinta y nueve: la ciudad y su fiesta anual, tal vez porque festejamos no lo que Guadalajara es y lo que nosotros en ella vamos siendo, sino por lo que ambos podríamos ser… si los libros fueran cosa de todo el año, si las comunidades permanecieran siéndolo, si la sensación de que esto es posible se volviera acción. No importa: a cada FIL no es poco lo que ha sido mejor, al echar la vista atrás treinta y nueve años, o hasta donde alcance, que cada cual dé su parecer. Lo dijo Amin Maalouf al recibir ayer el Premio FIL de Literatura: son tiempos para estar “inquietos y maravillados”.

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