¿Quién dijo que lo ficticio es falso? Se podría pensar que la misma palabra lo dice, pero el asunto es más complejo. Lo ficticio no se contrapone a lo verdadero; es, a veces, su acceso más honesto. Las canciones que nos rompen el alma, los relatos que nos dejan sin aliento, rara vez son testimonios fieles: son construcciones capaces de decir lo que la realidad calla. En “Raíz que no desaparece”, Alma Delia Murillo, se mueve justamente en ese territorio: el de la ficción que revela lo que preferimos no mirar de frente: la crisis de los desaparecidos en México. Con ayuda de una empática escritora, la señora “Ada” busca a su hijo “Marcos”, desaparecido en 2017, que le habla entre sueños con señales crípticas sobre el paradero de lo que ella ya ha aceptado: su cadáver. “Marcos” y “Ada” no existen, pero sí personas como ellos que se encuentran en la más profunda desesperación y tristeza porque un buen día, su esposo, hermana, hija o hijo no llegaron a casa. Cientos de miles de mexicanos enfrentan procesos burocráticos lentos e ineficientes en fiscalías que no solo no ayudan, sino que retienen la información que podría dar paz y sosiego a las familias buscadoras. Alma Delia habla también sobre un fenómeno botánico impactante: la negrilla. Un hongo denso, como hollín vivo que se adhiere a las hojas y a la corteza formando una película negra que ensombrece todo lo que toca. No se alimenta de la planta, sino de residuos azucarados, prospera donde hay descomposición y humedad antigua. Por eso, se ha vuelto un signo característico de fosas clandestinas. La tierra habla lo que las personas callamos. Revela la corrupción orgánica de lo que con tanta insistencia queremos socialmente sepultar como un fenómeno marginal en el país. “Nos estamos comiendo la violencia”. Esta frase, magistralmente escrita, requiere de un nivel de integración profundo: sobre las fosas hay árboles; en los árboles, negrilla; el ganado come de esas plantas y nosotros al ganado. Glup. Nos estamos tragando lo que no queremos ver. La realidad, por desgracia, confirma lo que la novela insinúa. Esta semana se encontraron casi 460 bolsas con restos humanos en la ciudad, y, de acuerdo con la ICTJ, entre 2007 y 2023, se reportaron 5698 fosas clandestinas en México. Y las que faltan por descubrir. En una de ellas, está “Marcos”. Y entre los colectivos que peinan la tierra con las manos, “Ada”. La ficción tiene la capacidad de relatar un concentrado de historias, de narrar una verdad que no necesita nombres propios para ser más real que cualquier expediente. En “Raíz que no desaparece”, Alma Delia no inventa un dolor: utiliza el vehículo de la novela para decir lo indecible y desenmascarar la realidad de una violencia que, en México, se ha vuelto paisaje y rutina. La historia de “Ada” y “Marcos” es una fisura en la que se asoma lo que empeñadamente relegamos bajo tierra. Y quizá esa sea la responsabilidad más alta de la literatura mexicana hoy: recordarnos que lo que no desaparece es la verdad misma insistiendo en salir a la luz.