Domingo, 23 de Febrero 2025

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Voces, gritos y sordera

Por: Augusto Chacón

Voces, gritos y sordera

Voces, gritos y sordera

Democracia es alzar la voz, tener el poder para alzar la voz más que los demás y que esa voz encuentre más oídos que las otras. Democracia es decir incesantemente lo que sea y no dejar de decirlo hasta que se repita por todas partes. Democracia es ocultar las verdaderas intenciones en la cueva detrás de la cascada por la que caen conceptos huecos y gestos insignificantes del pasado, que apenas tocan la superficie vuelven a elevarse para precipitarse otra vez, dizque renovados, dizque pertinentes, dizque sostén de la democracia pervertida.

El debate público es una cacofonía. Y de entre el vocerío, real y metafórico, lo que resalta, lo que de pronto parece entrañar la semilla una sociedad aprehensible y común, no es sino aquello que viene cargado de “likes”, con la marca más perseguida por el vocerío: “trending topic”, no le hace que sea el embarazo de una artista, o de un artista, porque en medio y en los márgenes de la cacofonía todo es posible; no, todo es. ¿Hay algo más democrático que la posibilidad de que las idioteces, las pesadillas y las aberraciones tengan voz destacada en el desconcierto que es la vocinglería que tomó el lugar de la discusión de lo público? Pero, quién es uno, quién es cualquiera para determinar que ciertos elementos de lo que se dice-habla-canta-pregona-anuncia en el espacio que compartimos son idioteces, pesadillas o aberraciones. Paradójico: la libertad parece ensancharse como definen los científicos al universo: finita pero ilimitada, aunque a un tiempo queda constreñida a la camisa de fuerza que es la cacofonía.

La referencia más próxima de esa cacofonía son las redes sociales. No es la única. Nadie estará en contra de incluir las arengas de las políticas y los políticos, desde Palacio Nacional, pasando por el Congreso de la Unión y desde cada rincón de las instancias que la Constitución nos dio para ordenar lo colectivo; asimismo, mucho de lo que emiten los medios de comunicación y las confesiones religiosas; las mujeres y hombres presentadores de la televisión y la radio, deportistas, opinadores, etc., y lo que potencia la confusión: el impulso hacia el grito que aqueja a quienes pueden modificar las leyes, validos de una falacia: ellas y ellos son capaces de interpretar la cacofonía.

La disonancia nos llevó a entrar en un ciclo que se nutre de sí mismo: ya no se trata de resolver los problemas o de proponer las bases de futuro compartido, se trata de que la disonancia no cese, quizá porque en un lapso de silencio correríamos el peligro de escuchar, de escucharnos. Lo importante no es si las y los impartidores de justicia, ministros, magistrados y jueces son capaces, honestos y se dedican a eso, a impartir justicia, lo importante es la tómbola, prima hermana de la democracia representada por la cacofonía desde la que se eleva el chillido del partido gobernante, que descuella pagado por el erario: la justicia última, la deseada es que el indefinible pueblo elija a las personas juzgadoras, lo demás, interpretar la leyes, dirimir conflictos, sancionar a los criminales, ser contrapeso de los otros poderes y proteger los derechos de las personas, son efectos secundarios, prescindibles.

Y del mismo modo con la violencia vicaria, con las infancias trans, con las finanzas y las obras públicas, con la inseguridad y la impunidad, con Estados Unidos y con la cortesía a un delincuente que amenaza al Estado mexicano y al que se le responde con comedimiento, con una tersura que no baja el volumen del vocerío, se incorpora estridente a la confusión; comedimiento presidencial con una voz comedida que ya quisieran quienes tienen una postura crítica ante al régimen y que, en cambio, son tratados como lo que el primero sí es, como delincuentes. Al “Mayo” Zambada los gritos sordos de la Presidenta lo instalan en una categoría a la que sólo ella da entrada y que sólo aplica cuando le conviene: es mexicano y por eso merece que ella y el fiscal General lo consideren con prudencia.

¿Es la cacofonía representación pura de un “nosotros” inapelable? En cierto sentido, sí. De una forma u otra nos incorporamos al estruendo, cada cual trata de ser oído, o que al menos los cercanos le den acuse de recibo, lo que tal vez sea el único efecto buscado, escuchar es accesorio. Y así de sobremesa en sobremesa, de aula en aula. Se antoja escuchar un estruendoso: ¡shshshshsh! Que se imponga el silencio, jugar a las estatuas de marfil y que nomás corra la palabra de un poeta, Octavio Paz, que nos recuerde lo complejo de lo elemental, desde Piedra de sol: “-¿la vida, cuando fue de veras nuestra?, /¿cuándo somos de veras lo que somos?, /bien mirado no somos, nunca somos /a solas sino vértigo y vacío, /muecas en el espejo, horror y vómito, /nunca la vida es nuestra, es de los otros, /la vida no es de nadie, todos somos /la vida -pan de sol para los otros, /los otros todos que nosotros somos-, /soy otro cuando soy, los actos míos /son más míos si son también de todos, /para que pueda ser he de ser otro, /salir de mí, buscarme entre los otros, /los otros que no son si yo no existo, /los otros que me dan plena existencia, /no soy, no hay yo, siempre somos nosotros, /la vida es otra, siempre allá, más lejos, /fuera de ti, de mí, siempre horizonte, /vida que nos desvive y enajena, /que nos inventa un rostro y lo desgasta, /hambre de ser, oh muerte, pan de todos,”.

Sí. El silencio y luego la palabra, la de Paz, es sólo muestra ¿la de quién, para qué, a quiénes abarca? ¿Para responder de qué está hecho el “nosotros? Algo ya sabemos: el vocerío no es un cohesivo que aglutine a todas, a todos, tampoco es la democracia ni la libertad.

agustino20@gmail.com

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