Estados Unidos “está de regreso”, escuchamos recientemente, e igualmente nos dimos cuenta de a qué es a lo que regresó: a ser otra vez la cabeza de un neocapitalismo mucho más salvaje de lo que nos hubiéramos podido imaginar, a ser líder de un imperialismo geopolítico al estilo británico de los siglos XVIII y XIX, pero ya sin guardar siquiera las formas, a una autocomprensión admirablemente falseada que lo sitúa como víctima del resto del mundo, que ha abusado de su generosidad, que lo ha robado una y otra vez, que lo ha invadido de criminales y narcotraficantes, responsables de que los bellos jóvenes norteamericanos estén perdiendo la vida a causa del fentanilo.El manejo de esa especie de mitin que tuvo lugar en el Senado fue minuciosamente preparado, teniendo como invitados a héroes y víctimas de migrantes que nos lleva a pensar que en aquel país solamente los extranjeros delinquen.La invitación a los 56 mil habitantes de Groenlandia a considerar seriamente su anexión a la Unión Americana, con su reiterado llamado al primer ministro de Canadá como “gobernador”, y el aviso de que el canal de Panamá lo hicieron ellos y, por lo mismo, lo van a recuperar, nos da idea del concepto que tiene de sí mismo y de su poder, el presidente Donald Trump.Luego de observar en días anteriores el trato que le mereció un presidente de un país soberano, como lo es todavía Ucrania, podemos imaginar el respeto que le merecerán los presidentes de América Latina y de cualquier parte del mundo, hagan lo que hagan. Al presidente estadounidense no sólo le fascina el poder, le fascina aún más hacérselo sentir a todos de la manera más prepotente y humillante.El mitin del Congreso estuvo sujeto a una interminable alternancia entre dichos y aplausos atronadores, con la necesaria gimnasia de estar parándose y levantándose a tiempo y a destiempo, siempre hay distraídos. Afortunadamente sólo la mitad de los asistentes aplaudía, que de haber sido todos, habría resultado abrumador. El ala demócrata estaba como paralizada, estupefacta, recibiendo el constante golpeteo, y alzando tímidamente unas paletas de oposición, excepción hecha de un senador increpante y consecuentemente saliente.Cuando el fin justifica los medios, la democracia desaparece. Cuando el poder o el dinero o ambos se vuelven señores absolutos, la dictadura mundial está de regreso. El egoísmo de las naciones se siente entonces retado, y los resultados suelen ser siempre devastadores.¿Que qué hará la Presidenta de México? ¿Podrá hacer algo donde la Unión Europea y Canadá no han podido? ¿Tendrá que ser tan sumisa, doblegada y servil como lo han sido todos los presidentes de México, acaso con la excepción de Porfirio Díaz?Por lo pronto, esperamos a que no se distraiga, que no se le olvide que en estos momentos el problema número uno de México es la existencia de un narcoestado paralelo al Estado legítimamente constituido, un narcoestado que cada vez somete más al Estado de Derecho y aún, en muchas regiones del país, lo sustituye, que ese narcoestado ha sido el primero en imponer aranceles ominosos a los productores mexicanos, que unidos a los que vienen ahora de Estados Unidos reventarán la economía de la nación. No es el presidente Trump quien atenta contra nuestra soberanía, es la delincuencia organizada la que lo está haciendo desde hace ya varios sexenios, poniendo en ridículo a los tres poderes de México en sus tres niveles.