En Los Arcos, monumento emblema de la ciudad, obra de Aurelio Aceves por allá en el año de 1942, se encuentran dos inscripciones, una en el lado Poniente y la otra en el lado Oriente: “Una estancia agradable es garantía de regreso” y “Guadalajara, ciudad hospitalaria”.La última frase inspira este artículo. La Real Academia Española define la hospitalidad como la virtud que se ejercita con peregrinos, menesterosos y desvalidos, prestándoles la debida asistencia en sus necesidades.Esto era precisamente lo que caracterizaba la buena vecindad en la Guadalajara de antaño; una ciudad tranquila, amigable, abierta, segura. Así eran los vecinos de antaño: profundamente hospitalarios.Las casas de antes tenían siempre abiertos durante el día los postigos de las ventanas y el portón que en la noche se aseguraba con una enorme aldaba de fierro; para pasar al interior tenían cancel y cualquiera podía admirar los hermosos patios que tenían una fuente de cantera en medio, muchas fuentes de cascada, los corredores llenos de macetones con plantas y flores que le daban un enorme colorido y alegría a su interior, y no podían faltar las jaulitas de pájaros cantadores.Los vecinos se conocían y se apoyaban unos a otros. Sabíamos los nombres de quienes eran nuestros contiguos, pero no sólo eso, sino incluso de las cuadras distantes de la misma colonia, ya fuere la Francesa, la Americana, la Moderna, la del Fresno, la del Sur o en los barrios como Mexicaltzingo, Analco, la Capilla de Jesús, Mezquitán o el del Santuario por mencionar sólo algunos.Cuando alguien se enfermaba, prestos estaban los vecinos para llevar a la casa del enfermo el caldito de pollo, la sopa de arroz, fruta y, por supuesto, ofrecían sus oraciones y visitas al Santísimo Sacramento para pedir por su salud y la fortaleza de la familia.Los capellanes de los templos del barrio o la colonia acudían a llevar el viático a quien estaba postrado, y la familia anfitriona se vestía de gala para recibir en casa la visita y el regalo de la eucaristía, y muchas casas tenían campanitas que al llegar el sacerdote las hacían sonar y colocaban mesitas cubiertas con carpetas de tejido de gancho blanquísimas y, claro, acompañaban al interior al padre, con su correspondiente vela encendida.Todo mundo se percataba de quién había caído en cama, porque corría de boca en boca el suceso, y además por el traslado del sacerdote, a cuyo paso las personas cuando menos hacían una reverencia, los hombres se quitaban el sombrero e incluso había quien ponía una rodilla en tierra. Tiempos de riguroso respeto.Cuando el enfermo se recuperaba, iba a devolver la visita y no sólo eso, la familia regresaba las ollas, los platos o los refractarios de cristal con viandas en señal de agradecimiento y correspondencia.Había mucha solidaridad entre los vecinos, que se apoyaban siempre unos a otros, y cuando infortunadamente sobrevenía un deceso, la mayoría se presentaba a dar el pésame y acompañar a la familia en esos momentos de dolor y ponerse a la orden para lo que se ofreciera.Por aquellos tiempos se repartían esquelas, un especie de cédulas impresas en papel opalina o bristol, precisamente tamaño esquela, en la que se comunicaba el deceso y el lugar donde se llevaría a cabo el velorio, la misa y el sepelio; generalmente se velaba a los difuntos en las casas y se colocaban moños negros en la puerta en señal de luto; si la familia ofrecía un triduo de misas o el novenario de rosarios, los vecinos acudían a las tres misas o a los nueve días del novenario siempre de luto, mostrando así su solidaridad con la familia a quien ofrecían incluso apoyo económico si lo necesitaban.También, hablando de los buenos vecinos, no faltaba la que sabía inyectar y aun a altas horas de la noche le tocaban la a puerta de la casa y solícita siempre, armada de aquellos estuches metálicos con jeringas de vidrio y agujas de acero que se ponían a hervir para esterilizarlas, estaba presta para ayudar a que el enfermo recuperara la salud. Eran los tiempos en que los médicos hacían la consulta a domicilio, y este será el tema que habré de compartir con ustedes en la siguiente semana si Dios nos presta vida y licencia.