Claudia Sheinbaum inició su sexenio con una agenda que le fue impuesta antes de la campaña presidencial de 2024. Eso, el llamado Plan C, constituye una tarea ingente para la concentración de poder, cuya reforma central lastra la economía en el peor de los momentos. Conjurados una vez más los aranceles por parte de Estados Unidos, y de nuevo sin garantía de lo que sigue, la prioridad en Palacio Nacional debería ser cómo iniciar, activar y/o acelerar la inversión… no mítines de ocasión o la enrevesada elección judicial.La presidenta vive atrapada en el programa que heredó. Fiel escudera de ese encargo, quiere que la elección judicial sea legitimada en las urnas, y por ello en pleno respiro por la noticia del aplazamiento de los aranceles anunció que tocaba hablar de la reforma judicial.Es lo malo de creer en los mitos geniales: ahora les urge dar credibilidad a un proceso en el que Morena va prácticamente solo, pues ni pudieron ni quisieron una elección verdaderamente competida.En otro momento, la reforma judicial sería solo un despropósito, el culmen de las ganas de arrasar con todo y colonizar un nuevo espacio. Pero desde la elección de Donald Trump y sus mayorías legislativas, dedicarse a ello supone un error de Sheinbaum. El segundo sexenio del obradorismo será económico o no será. El Plan C le da a la presidenta toda la discrecionalidad en cuanto a la regulación de sectores económicos e incluso —“cuídate de lo que deseas…”— responsabilidad específica en campos productivos.Las reformas de AMLO se aprobaron y estamos inmersos en una reestructuración de instituciones que nos prometen que será no solo exitosa sino altamente eficaz para incentivar la inversión. Todo eso está por verse. El guion incluía erradicar al Poder Judicial. La presidenta no solo se allanó a ese dictado, sino que se ha convertido en un ariete del mismo: en menos de un semestre eliminó cualquier expectativa de moderación de su parte. Ante tal panorama, la economía mexicana comenzó a enfriarse semanas antes de que Trump regresara a la Casa Blanca el 20 de enero. Claudia, sin embargo, no ha hecho intento alguno por ajustar el curso a las malas señales económicas. En esas estábamos, esperando al 1 de junio mientras atestiguábamos el sombrío espectáculo de la rifa de plazas en el Senado, la incapacidad de éste de sacar un listado pulcro de candidatos y la cooptación del otrora autónomo INE, cuando llegó Trump 2.0.Con el inicio de su segundo periodo en la Casa Blanca, la economía mexicana entró en un estado de catatonia. La incertidumbre se ha instalado y estamos muy lejos de territorio firme sobre lo que pasará en el T-MEC. Cumpliremos dos meses en vilo por ese factor exógeno que es Trump. Mas lo realmente grave es que en estas semanas la presidenta —salvo profundizar el fin de ciertos “abrazos” a los criminales (porque faltan demasiados políticos por caer)— no cambia de plan. No prioriza la realidad de que su cargo presidencial es uno, aunque el encargo que le hicieron fuera otro. Distraerá a su gobierno en la elección judicial y desgastará pólvora en los infiernitos de cuanto mitin haga falta para alimentar un nacionalismo ruidoso… y económicamente estéril. Urge que tenga su plan D, que ponga su sello particular en la economía. Claro, siempre será más fácil lanzar al país en contra de “molinos de viento” foráneos, que hablar de que la economía no va bien y que la posibilidad de malos tiempos es algo para lo que debemos prepararnos todos, empezando por la presidenta.