Lo advirtieron en su momento al arrancar la década de 1990, sindicatos, organizaciones campesinas, académicos, pequeños comerciantes e industriales y organizaciones de la sociedad civil como la Red Mexicana de Acción frente al Libre Comercio (Rmalc): los tratados de libre comercio no son la solución para procurar el desarrollo y el mejoramiento de las condiciones de vida de la mayoría de la población. E insistieron repetidamente que no era sano ni sensato poner todas las expectativas de crecimiento (todos los huevos en la misma canasta) en la relación comercial e integración económica y comercial con América del Norte, especialmente con Estados Unidos.Y henos aquí, tres décadas y media después amenazados una semana sí y otra también por el presidente racista e imperialista, Donald Trump, de imponer aranceles y otro tipo de sanciones tanto comerciales, como jurídicas o hasta militares, contra México si el Gobierno no cumple con sus exigencias. Ya lo escribí antes en este mismo espacio. Sí, la élite del poder de Estados Unidos propició que se negociara y se firmara un tratado de libre comercio entre los tres países de América del Norte, pero las clases gobernantes mexicanas abrazaron y empujaron la idea como si fuera propia.Y ahora, 31 años después, estamos profundamente entrelazados con la economía estadounidense: 82 por ciento de las mercancías que se producen en México se exportan al país del Norte, 92 por ciento del gas y 55 por ciento de la inversión extranjera proviene de allá. Más que entrelazados, es una dependencia tóxica porque nos vuelve vulnerables y nos pone en riesgo ante los intereses hegemónicos de Estados Unidos y ante los estados de ánimo volubles y caprichosos del actual inquilino de la Casa Blanca.Insisto, estamos aquí no sólo por los intereses de Estados Unidos sino también por los intereses que empujó su momento una clase gobernante y un puñado de tecnócratas formados en universidades de Estados Unidos, quienes aprendieron en sus clases que el libre mercado puro era el paradigma para las economías nacionales y que los tratados de libre comercio eran el remedio contra los males del proteccionismo y la economía protegida que prevalecía en México.Pero resulta que era un engaño, un engaño que ya en los tiempos de negociación del tratado entre México, Estados Unidos y Canadá admitieron periodistas estadounidenses: el Acuerdo Norteamericano de Libre Comercio (NAFTA por sus siglas en inglés) “es reminiscente de una era anterior cuando madres patrias como Inglaterra ofrecían acuerdos de comercio preferenciales a las ex colonias para mantenerlas atadas económica, financiera y políticamente… Las motivaciones (de Estados Unidos) en el caso de México ciertamente nos recuerdan aquellas del Imperio Británico”, escribió Robert Kuttner en el semanario Bussines Week en mayo de 1991, y la cita fue recordada por el profesor de la UNAM, John Saxe-Fernández, en una conferencia en la que hablaba del NAFTA y los cruces de la geopolítica y geoeconomía del capital, en diciembre de 1993.Los operadores de los organismos del capital consideran que, en realidad, estos tratados buscan ir construyendo “una constitución mundial de los derechos del capital”, como planteó el ex director de la OMC, Renato Ruggiero, según recordó en un ensayo el profesor e integrante de Rmalc, Alberto Arroyo Picard en un ensayo de 2019.Pero aún los críticos de los tratados de libre comercio, como el mismo Alberto Arroyo, admiten que es difícil desatar los nudos de la dependencia, pero por algún lado se tiene que empezar. Lo primero es hacer consciente que no es sana esta dependencia tóxica que tenemos con Estados Unidos (prácticamente en todos los ámbitos), por lo que la conclusión lógica es buscar otras relaciones comerciales y diplomáticas que nos ayuden a evitar situaciones de virtual extorsión que el Gobierno de Estados Unidos impone a nuestro país, con la amenaza de las tasas arancelarias o incluso de intervenir directamente para combatir a los cárteles del narcotráfico.Más allá de las relaciones con otras naciones del mundo, es necesario que desde abajo, desde la sociedad, impulsemos otras formas y modos de relaciones económicas que no dependan del capital y de las dinámicas de acumulación, sino que surjan desde la solidaridad, la cooperación y relaciones de horizontalidad. Relaciones económicas y de producción material de nuestras vidas que no estén expuestas a la dependencia tóxica con la potencia imperial.