Las palabras con las que nombramos el mundo nos facilitan comprender ese mundo y el lugar que ocupamos en él. Por eso el filósofo y matemático austriaco Ludwig Wittgenstein aseguraba que “Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo”. Por ejemplo, cuando el científico holandés Paul Crutzen popularizó la palabra Antropoceno, resultado de la unión de los vocablos griegos anthropos (“ser humano”) y kainos (“nuevo”) ganamos una herramienta para identificar que las actividades humanas “están ejerciendo un impacto cada vez mayor en el medio ambiente en todas las escalas, superando en muchos aspectos los procesos naturales”.Hace casi exactamente 70 años, el 11 de diciembre de 1974, y en Guadalajara, murió uno de los personajes que de manera más divertida y profunda han estudiado las palabras del idioma español: Alberto M. Brambila Pelayo, quien lideró una guerra para revolucionar la ortografía de nuestro idioma con el propósito de “eskribir komo ablamos”. Aunque ahora lo hemos olvidado casi completamente, la realidad es que el contagioso ímpetu de Brambila y la lógica de sus argumentaciones le ganaron bastantes adeptos a su “kausa rebolusionaria”, en América Latina y España. Además de haber creado su original sistema de ortografía “fonétika”, Alberto M. Brambila fue un investigador de las relaciones entre la naturaleza y la ciudad, sobre todo en el área de su mayor interés: la semántica.Fue autor de Simbolismos zoológicos (características más resaltantes de algunos animales) donde nos recuerda que “Se ha dicho que el cordero es símbolo de mansedumbre, y que la paloma, de la inocencia y de la paz. De igual manera, que el pavo real es símbolo de vanidad, y que el sapo de la fatuidad, etc. Tomando como base estos ejemplos, nos permitimos ampliar este asunto de acuerdo con nuestro humilde criterio y constante observación” para presentarnos esa “característica más sobresaliente” de algunos animales, que empleamos en nuestras conversaciones cotidianas, y que influyen en nuestra manera de ver la naturaleza: las abejas nos hacen pensar en laboriosidad, las avestruces en glotonería, las avispas en traición, los alacranes en prevención, las arañas en destreza, los bueyes en sumisión, los burros en resignación, los cocodrilos en hipocresía, los coyotes en suspicacia, las gallinas en maternidad, los gatos en ingratitud, las iguanas en pereza, los leones en fuerza, la liebre en ligereza, la mariposa en ilusión, los pulpos en insaciabilidad, los toros en arrogancia y los zángano en desvergüenza. Y en sus Observaciones zoológicas se ocupa de “los verbos que expresan las voces de animales, que, aunque no están consignados en los diccionarios, el sentido lógico y la necesidad nos dan derecho para publicarlos” y así aprendemos que la abeja bisbisa, el cuervo crascita, la gallina cloquea, el gallo quiquiriquea, la grulla grúe, el guajolote gurguea, el jabalí rebudia, el jilguero gorjea, el lechón guañe, el loro garre, la paloma zurea, la pantera impla, el papagayo chacharea o el tecolote ticuruquea, y nuestro mundo se llenó de imágenes y se volvió mucho más ancho.Juan Nepote es divulgador y buscador de relaciones casi improbables entre la ciencia y la literatura. Actualmente forma parte del equipo del Museo de Ciencias Ambientales de la Universidad de Guadalajara y conduce el podcast Crónicas del Antropoceno.Crónicas del Antropoceno es un espacio para la reflexión sobre la época humana y sus consecuencias producido por el Museo de Ciencias Ambientales de la Universidad de Guadalajara que incluye una columna y un podcast disponible en todas las plataformas digitales.