Empieza una nueva etapa en la Universidad de Guadalajara. La rectoría general de la maestra Karla Planter será la primera sin el liderazgo moral, político y cultural del licenciado Raúl Padilla López, cuya rectoría (de 1989 a 1995) marcó a su vez un antes y un después en la vida de la institución.En su toma de protesta, del 1 de abril de 1989 —época axial, como la que vivimos ahora—, el licenciado Padilla pronunció un gran discurso de filosofía de la educación preñado de historicidad. “Los invito a conciliar tradición y cambio; a enlazar el futuro con los hilos del pasado y del presente. Le pido a la comunidad universitaria el concurso de su ánimo, fuerza e inteligencia para edificar la universidad que necesitaremos al iniciar el siglo XXI. Hoy, como siempre, el destino de la educación es el destino de la nación”. Padilla, con sagacidad histórica (nació el mismo día que Maquiavelo), llamaba a una perestroika universitaria: la reforma académica que erigió una institución más moderna, flexible y descentralizada, más acorde con su circunstancia histórica.Eran otros tiempos. Soplaban vientos democráticos en el mundo. España, bajo el liderazgo de Felipe González, se democratizaba tras décadas de una cruenta dictadura militar. Lo mismo ocurría en países como Chile y Argentina. En México, luego de la ominosa “caída del sistema”, se vivía con entusiasmo la primera etapa del Gobierno de Carlos Salinas de Gortari —al igual que Padilla, un líder joven y reformador—, que modernizaba la economía del país: la famosa Salinastroika.Sin embargo, era obvio que el régimen posrevolucionario, que arrastraba ya no pocos rasgos de decadencia moral e irracionalismo administrativo, llegaba a su fin. De ahí el compromiso de Padilla con la transición a la democracia: “El país requiere de un vigoroso régimen pluripartidista y realmente competitivo, con elecciones transparentes, participativas y confiables, que exprese y represente la diversidad social y cultural de nuestro pueblo”. El 5 de mayo sería fundado el PRD, partido en el que Padilla militó.Dos meses después, por primera vez en nuestra historia contemporánea, el partido oficial pierde en elecciones una gubernatura: el 2 de julio el panista Ernesto Ruffo venció al PRI en Baja California. En noviembre caería el Muro de Berlín, símbolo del socialismo autoritario. Al poco tiempo tuvo lugar la Revolución de Terciopelo en Checoslovaquia.En junio de 1990, nace en México la CNDH y, en octubre, el IFE. Al año siguiente, la Facultad de Estudios Políticos, Internacionales y de Gobierno de la UdeG, a la vez expresión y motor de nuestro proceso democratizador, es fundada por Padilla y el politólogo Javier Hurtado. (Allí estudiaría Karla Planter, así como Clemente Castañeda Hoeflich, Moisés López Rosas, Héctor Insúa, Alberto Uribe, Sayani Mozka, Arturo Lomelí, Isaac Preciado, Moisés Pérez Vega, Mario Edgar López, José Gómez Valle, Juan Luis González y un sinfín de políticos, funcionarios y politólogos jaliscienses, hijos todos de la transición y del espíritu reformista del licenciado Padilla).La democratización mexicana sería imparable. En 1997 el PRI pierde la mayoría absoluta en la Cámara de Diputados, así como el Gobierno del Distrito Federal a manos de Cuauhtémoc Cárdenas. No olvidemos que la FIL de Guadalajara —espacio libre para la crítica y la imaginación intelectual y orgullo de la Universidad— participó también en el proceso de modernización cultural y política de México.Hoy soplan otros vientos. Vivimos en la era de Trump, Putin, Milei, Orbán y Maduro. En nuestro país, un partido se empeña en volverse hegemónico, las instituciones de la transición son atacadas y el pluralismo político se desmorona. “Algunas concepciones de modernidad —continúa Padilla— encubren auténticos retrocesos sociales”. Es el caso de nuestra idolatría por la técnica, una fuente del antihumanismo tan diseminado actualmente. Por eso no extraña que menos jóvenes quieran estudiar carreras humanísticas y sociales (incluida la ciencia política). El humanismo, sostiene el rector Ricardo Villanueva —próximo subsecretario de educación superior del Gobierno de México—, se erosiona a causa de la victoria del lenguaje económico-empresarial y de la frivolidad de la era del espectáculo. Violencia, desigualdad y corrupción son los ingredientes del presente. Pero “las épocas de crisis son también terreno fértil para audaces aprendizajes colectivos e institucionales. Son tiempos para revalorar el pasado, estudiar el presente y proyectar el futuro que queremos. Son etapas propicias para reafirmar nuestros principios y dotarlos de contenidos actuales, acordes con las nuevas circunstancias. En suma, son tiempos que exigen enlazar tradición y cambio”.Raúl Padilla encabezó a una generación que reformó y transformó a la Universidad de cara al nuevo milenio. Acaso hoy también necesitemos, si no una nueva reforma académica, al menos una vigorosa reafirmación de nuestros principios ilustrados. A casi cien años de su fundación —o, según se mire, de su refundación—, la misión educativa de la Universidad no podría ser más apremiante: extender el conocimiento, la cultura, las artes y los valores de la libertad, para alcanzar el progreso moral y social de Jalisco y México. No es muy distinta de la que heredó de la Revolución mexicana, encarnada en la figura de José Vasconcelos: formar a las nuevas generaciones de jaliscienses que piensen y trabajen por un país más democrático, libre y justo.Sólo lo lograremos (directivos, profesores, trabajadores, estudiantes y egresados) si asumimos el dictum del entonces rector de 34 años, imbuido de fervor liberal e ímpetu modernizador: “La reflexión, la crítica y la autocrítica son parte de nuestra responsabilidad y compromiso institucional. Es una prerrogativa que no podemos ni debemos eludir si no queremos desvirtuar el sentido y naturaleza de la vida universitaria. La crítica fundada, incluida la autocrítica, es la esencia del auténtico espíritu universitario”. Con una sólida trayectoria en el periodismo y la academia, la maestra Karla Planter comparte, estoy seguro de ello, este espíritu crítico y este afán de conciliar tradición y cambio, de enlazar el futuro con los hilos del pasado y del presente.