Hoy tendría 25 años. Quizás una carrera terminada. Probablemente se habría formado en el activismo o habría iniciado una familia. Nadie nunca lo sabrá. Murió a los ocho años cuando cayó a las aguas negras del Río Santiago. ¿Su nombre? Miguel Ángel López Rocha. Y tanto su memoria como la impunidad que acabó con su historia se mantienen igual de vivas.Esta efeméride es un triste recordatorio de que la Guadalajara que celebra su aniversario 483 en medio de un festival de luces también es un espacio por el cual fluye un río de muerte. Un afluente de miasmas que ha sido objeto de políticos oportunistas que han engañado y fingido que realmente les interesa hacer algo por cambiar la vida de quienes viven en los alrededores de ese “infierno ambiental”.Cuando Miguel Ángel murió, el panista Emilio González Márquez gobernaba este Estado. Fue él quien estaba a cargo de Jalisco cuando un niño murió envenenado al llevarse arsénico y otros metales pesados a los pulmones. Fue a él a quien un tristísimo dirigente del Consejo de Cámaras Industriales (a saber, Javier Gutiérrez Treviño) trató de defender afirmando que nadie se moría por beber el agua del Santiago y que él mismo podría “echarse un buche” de ahí.La ruta de cambio vino con Aristóteles Sandoval, otro gobernador que se comprometió a sanearlo. Tras llegar al poder, urgió a industriales, empresarios y a su gabinete entero a que pusieran todo de su parte para solucionar el gravísimo problema. Por supuesto, todos dijeron que sí, que “cerrarían filas” (lo que eso signifique) y… pues ya. La espuma, la pestilencia y las muertes y enfermedades crecieron en dimensión y el sexenio llegó a su fin.Luego vino Enrique Alfaro, quien asesorado por la cursilería de sus agencias de comunicación se atrevió a grabar un video observando al río desde el punto en el que El Salto y Juanacatlán se unen. Todavía no iniciaban las campañas, así que sólo se limitó a decir que “tenía muy claro lo que se tiene que hacer”, pues “ya había demostrado con hechos de lo que es capaz cuando hay voluntad y cuando no eres tan irresponsable para permitir que pasen cosas como esta”.Allí tuvo su primer acto como gobernador constitucional. Allí garantizó que iría contra las industrias contaminantes en su nuevo plan de saneamiento del Santiago. Pero seis años después, siete mil 333 millones de pesos gastados y una costosa campaña mediática de por medio para tratar de convencer a la gente que lo había “revivido”, las aguas negras del capitalismo siguen fluyendo por ese cuerpo de agua.Ahora, en un ápice de madre, la administración de Pablo Lemus de plano ha extendido su mano a la Federación, y en otro ápice de lo mismo, la Federación nos ha presentado a dependencias como la Comisión Nacional del Agua (Conagua), a la Semarnat y a la Procuraduría de Protección al Ambiente, e incluso ha ido a más atreviéndose a decir que quienes las integran se van a poner a trabajar para, ahora sí, les cae si no, van a sancionar a las empresas que arrojan sus desechos al Santiago.Por supuesto, la gente que vive cerca del río ya ha dejado de creer. Todas y todos saben que ahí los políticos y las políticas públicas llegan únicamente cuando hay campañas. Saben que las enfermedades, la mala calidad de vida y los muertos de poco importan una vez que se llega al poder.¿Volver a creer en las instituciones? A este punto, ya no tanto. Desde hace décadas, las dependencias con poder para frenar la contaminación del Río Santiago existen, cuestan y fluyen con el mismo nivel de contaminación con el que lo hacen las aguas negras del capitalismo intocable al cual, otra vez, se le van a inyectar siete mil millones de pesos… para que al final no pase nada.