A pesar del repugnante discurso nacionalista, supremacista y racista que repite día tras día Donald Trump desde que asumió por segunda ocasión como presidente de Estados Unidos, hay algo que debemos agradecerle: que habla sin tapujos sobre los intereses y objetivos expansionistas e imperialistas que tiene en su segundo mandado, y que está empujando junto con su nuevo equipo de Gobierno y el conjunto de oligarcas que lo están acompañando en el poder.Para la sociedad mexicana es mejor conocer los planes expansionistas e imperialistas del nuevo inquilino de la Casa Blanca que creer en los discursos supuestamente progresistas y “buenaondita” de demócratas como Barack Obama, que se encubrían con mensajes de supuesta amistad, de buenos vecinos o de socios comerciales, cuando en la realidad deportaba a más mexicanos que los republicanos.Por eso creo que el discurso descarnado y vulgar de Trump de ver a los migrantes como criminales, y a sus “socios comerciales” como países aprovechados de Estados Unidos, es mejor para la sociedad mexicana a fin de prepararnos para enfrentar lo que se avecina. Es una guerra, y no necesariamente comercial, sino uno guerra imperialista. Esto porque el actual momento de conflicto con el Gobierno de Trump no es sólo para definir las relaciones comerciales, migratorias y de seguridad entre ambas naciones, sino la redefinición de la subordinación y supeditación de México a Estados Unidos. Como han señalado algunos analistas, como Carlos Heredia (profesor del CIDE), el actual conflicto no es sólo para definir en cuánto aumentan los aranceles, sino para definir el espacio de seguridad y geoestratégico de Estados Unidos que abarca desde Panamá y Colombia, hasta Groenlandia y al Ártico en el Norte, pasando por Canadá. Trump y el nuevo grupo gobernante van en serio en ese objetivo. Y en ese contexto, México ya perdió esa batalla… o esta guerra. De nada servirán las cartas que la Presidenta Claudia Sheinbaum le envíe a Trump para tratar de exponerle que no es buena idea imponer sanciones comerciales, o los intentos de explicación de Marcelo Ebrard para tratar de explicarle a su contraparte que aumentar aranceles es un balazo en el pie para Estados Unidos. No es así. Los aranceles son apenas un arma en el repertorio de recursos de fuerza que tiene a su disposición el país del Norte.Y cuando muchos asumían que conceptos como imperialismo, colonialismo o dependencia eran de un pasado que ya no existía, Trump nos vuelve a recordar que el moderno sistema mundial capitalista se ha construido sobre relaciones jerárquicas en las que los países centrales, obviamente con Estados Unidos a la cabeza como la actual potencia hegemónica, imponen condiciones de subordinación sobre los países periféricos. Y en las relaciones interestatales, México juega un papel periférico; es decir, de supeditación y subordinación a los intereses estratégicos de Estados Unidos, y esta dependencia ahora vuelve a desnudarse por las amenazas de Donald Trump.No llegamos a esta situación de la nada. Llegamos aquí porque así lo ha diseñado y pensado la clase gobernante estadounidense en cuanto se consolidó como nación. Y los tratados de libre comercio, como el que firmó el Gobierno de México en 1992, fue una de las herramientas para acelerar la integración subordinada de México a los intereses de Estados Unidos. Y esta es la segunda parte de la explicación de nuestra dependencia: la rendición de la clase gobernante mexicana a los intereses estadounidenses. Si ahora las amenazas de Trump nos ponen en vilo, es porque 83 por ciento de nuestro comercio internacional es con esa nación y porque tomaron decisiones que llegaron a aumentar la dependencia a grados peligrosos. En este momento, 96 por ciento de la producción nacional y de la generación de energía eléctrica depende de la importación del gas natural de Estados Unidos y el país apenas tiene capacidad para almacenar gas por 2.4 días (Austria tiene gas para 318 días y Alemania para 89), de tal modo que si, eventualmente, Trump quisiera dañar seriamente al país, no sería necesario enviar 20 mil soldados a invadirnos. Bastaría con cerrar los gaseoductos una semana para lograr la rendición del Gobierno.Así es como perdimos esta guerra que ya inició, y que no necesariamente es comercial: es volviéndonos un país subordinado y dependiente de Estados Unidos. Así como es necesario desempolvar conceptos como imperialismo, también será necesario revisar de nuevo ideas como la “teoría de la dependencia” de Theotônio Dos Santos, André Gunder Frank y Pablo González Casanova.