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Trump, ¿la derrota de la democracia?

Trump, ¿la derrota de la democracia?
A escasos 40 días de haber tomado posesión por segunda vez de la presidencia de Estados Unidos, comienzan ya las voces y la voluntad del propio presidente Donald Trump de buscar un tercer periodo presidencial, lo cual está prohibido por la Constitución. Pero cuándo eso ha sido una limitación para los aspirantes a dictador.
Una de las formas de hacerlo, aunque hay muchas más, dice el presidente dejando claro que lo va a intentar, es que en la próxima elección el hoy vicepresidente J.D. Vance compita por la presidencia y él sea el compañero de fórmula como candidato a vicepresidente y, nomás llegando, Vance le deje el cargo a Trump (no cabe duda de que Porfirio Díaz hizo escuela y que en cada país hay un compadre Manuel González dispuesto a jugar al patiño). Esta vía tiene riesgos, y el principal es que Vance le haga al “Juanito” y termine creyendo que, efectivamente, votaron por él. Hay otras vías, dice el presidente Trump, aunque por ahora no ha adelantado cuáles.
Lo que está claro y más allá de cualquier discusión legal, es que Trump está dispuesto a terminar con la democracia más longeva del planeta. No sin problemas, el sistema democrático estadunidense cumplirá 250 años en 2026. Cuatro presidentes en funciones fueron asesinados (Lincoln en 1865, Garfield en 1881, McKinley en 1901 y Kennedy en 1963). Algunos otros sufrieron atentados como presidentes o como candidatos. Han tenido periodos vergonzosos como la persecución ideológica del Macartismo, el apoyo a dictaduras militares y la negación de derechos civiles por razones de raza. Son el único país que sigue preguntando por la raza en la forma migratoria y podemos seguir enumerando defectos y periodos oscuros del sistema estadounidense; sin embargo, su democracia nunca ha dejado de funcionar.
Romper el orden democrático en Estados Unidos sería el signo más contundente de un cambio de era en el mundo político. Estados Unidos ha tenido presidentes nefastos, nunca un dictador. Ha tenido problemas serios de desequilibrio de poder y, a pesar de ello, el Congreso y la Corte nunca han dejado de funcionar como contrapoder.
El gran reto para el sistema democrático estadounidense es frenar las ambiciones dictatoriales de Trump. En un momento en que la democracia no goza de la mejor de las simpatías, en la que polarización y exacerbación de visiones desplaza la reflexión y la construcción de acuerdos (principio básico y esencial de la democracia), la voluntad de Trump de permanecer en el poder es una verdadera amenaza.
El quiebre del sistema democrático estadounidense sería una pésima noticia para todos. No porque Estados Unidos sea, como por momento ellos mismos creen, los guardianes y promotores de la democracia en el mundo, sino porque sería una señal inequívoca de la derrota de la democracia.
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