El cielo se les comenzó a caer a pedazos el día que su hija, su hijo o el marido… alguien cercano, no regresó a su casa como de costumbre y no pudieron localizarlo por ningún medio. Ese día dejaron de mirar las estrellas, desde el alma supieron que algo malo sucedió al que no regresó y la tierra bajos sus pies se endureció y las atrajo: escarba, quizá debajo está tu desaparecido. Las madres buscadoras, los buscadores, fundan su propio planeta y lo caminan mientras lo barrenan con varillas, y a golpes de pico y pala, como dentelladas, lo abren, en una de ésas al suelo de su planeta le brotan olores que delaten un enterramiento o dan con huesos, ropa o cosas, restos de seres humanos que, si no corresponden a sus hijas, hijos, a sus familiares, seguramente sí a los de otras como ellas, en otro sitio, con su propio planeta por horadar. El tiempo y el espacio dejaron de ser como fueron, algo en lucha contra su voluntad invencible no deja de insinuarles que quizá ellas mismas ya no son. Para ellas, las autoridades, el gobierno, las leyes, las indefinibles instituciones de funcionarias y funcionarios desechables son componentes de un código inútil, no sirven para algo en el planeta de las y los desaparecidos; en cambio conforman un amasijo duro de pretextos que ellas tratan de horadar como horadan la tierra: para ver si dan con residuos de humanidad que les ayuden en su búsqueda. Terminan yéndose al monte, a los baldíos de las ciudades, a los patios de casas abandonadas, ellos contienen más esperanzas, ahí hay más respuestas, lo que permanezca de ese ser querido para que las alivie: descansa, ya diste conmigo, aunque sea con una parte, con un vestigio. Las madres buscadoras abrieron el portón de Izaguirre Ranch, en el municipio de Teuchitlán, Jalisco, y abrieron más: el resumidero al que criminales tolerados por las autoridades llevaron, con engaños, con la promesa de trabajos “bien pagados”, a decenas, centenas, ¿cuántos? de personas; para hostilizarlas, torturarlas, despersonalizarlas, matarlas y a algunas volverlas delincuentes. En el sector económico que ya es el crimen en México, el organizado y el otro, cómo llamarlo: ¿crimen informal?, también hay escasez de mano de obra calificada, por lo que los delincuentes recurren al reclutamiento forzoso para con los métodos ya descritos y “capacitarlos” o desecharlos a una fosa común. Al cabo, un resumidero como Izaguirre Ranch es parte de una infraestructura cloacal más grande; la que conjunta las miasmas de la Policía, de todas las policías (el gobernador de Jalisco, Pablo Lemus, dijo “aquí nadie se lava las manos”), también terminaron en ese resumidero las excreciones de las Fiscalías (véase el párrafo anterior) y las de la sociedad que, ante el dolor ajeno, ante la guerra sorda que se libra en el país, lee las notas, se alarma, eleva su percepción de inseguridad y atiende a los hechos que se quedan en el rango de noticia nomás para estrujarlos, echarlos al baño y “jalarle a la cadena”, para que así pueda seguir más o menos cómoda en lo suyo, que suele ser ajeno a lo que consuetudinariamente hacen mal las autoridades, ajeno también a la empatía, si la sintiéramos, si nos solidarizáramos, sería el principio del fin de la impunidad y del miedo.Y ya con la alcantarilla destapada, asoma un caño de los que sueltan residuos en Izaguirre Ranch, sale de ciertos medios de comunicación y de las redes sociales. Entrelíneas de muchos de sus textos, de sus comentarios podríamos decodificar algo como: ¡Ey! Yo también tengo algo que decir, no crean que agotaron los adjetivos; el holocausto de los nazis no es la única referencia para contrastar este terror mexicano; por ejemplo, nadie ha escrito que los criminales que ocupan la denominación “organizados” equivalen al Atila casi mitológico: son el azote de Dios. Para quienes desde los medios no aportan sino a sí mismos, Teuchitlán es patrimonio de su necesidad de manifestarse para no quedar fuera de la agenda; aunque en su fuero interno piensen que en realidad la que no toleraría quedarse al margen de sus reflexiones es la mismísima agenda pública, y lo peor: existen gobernantes que prefieren atender a estos personajes, porque les resultan más accesibles que la realidad, además suponen que ellos, y ellas, desde los medios y las redes sociales modulan lo que la gente cree, y acaban pagándoles, con lo que contribuyen a hacer más caudalosas las aguas negras (maneras de lavarse las manos) que ahora tocó que desembocaron en Izaguirre Ranch.Tragedia. Horror. Desgracia. Vergüenza. Lo sucedido en el municipio de Teuchitlán, que no conocemos a ciencia cierta (¿lo sabremos?), apenas lo intuimos y eso acrecienta la sensación de tragedia, de horror, de desgracia, de vergüenza: todos imaginamos a esas personas cautivas, invadidas por el pánico, atestiguando asesinatos y ellas mismas contribuyendo a disponer de cadáveres, si no es que obligadas a matar como parte de su “formación”. ¡Ya basta! ¡Nunca más! De acuerdo: que nadie se lave las manos. ¿Cuál será el indicador para saber que, en efecto, ninguna autoridad se las restregará con la lejía que viene en el kit de ser político? El kit llamado simulación y en el que se lee: ábrase en caso de Teuchitlán o similares.Pero algo sabemos: el escándalo y la alarma por lo hallado en Izaguirre Ranch no alcanzan para decir a las madres buscadoras: su trabajo ha terminado, ya no es necesario, de aquí en adelante el Estado de Derecho dará contundentes señales de vigencia. Tampoco alcanzan para que las jóvenes, los jóvenes que en todo el país buscan trabajos bien pagados, confíen en que las autoridades los cuidarán para que no terminen en el albañal del crimen organizado.