Miércoles, 12 de Marzo 2025

¿Por qué se dice "más allá" de la Calzada y "del otro lado" de la Calzada?

Toda ciudad tiene sus fronteras internas; esta es la historia de la división provocada por la Calzada Independencia

Por: Fausto Salcedo

Esta es la historia de la división cultural de la Calzada Independencia de Guadalajara. EL INFORMADOR / ARCHIVO

Esta es la historia de la división cultural de la Calzada Independencia de Guadalajara. EL INFORMADOR / ARCHIVO

Las personas emergen de la estación San Juan de Dios del Tren Ligero como si provinieran de un hormiguero en un tráfago de calor y de vida. El mercado del mismo nombre es una marabunta de colores y de olor, de tacos de cinco pesos, relojes baratos, tenis de marca, consolas de videojuegos, canarios cautivos, alas de mariposas y ojos de tecolote dentro de frascos de vidrio. El que busca encuentra, y ahí dentro hay de todo. Hay vehículos a todas horas y todas partes, carros que vienen desde Javier Mina, que se internan en Juárez, y que, posteriormente, se perderán en Vallarta, porque a alguien se le ocurrió que la misma avenida debía cambiar de nombre en ciertas partes.

Calor y smog y muy pocos árboles, negocios de sombreros vaqueros y vestidos de primera comunión, cantinas con rocolas y ficheras, mariachis aguardando a ser contratados como centinelas tristes en cada esquina, avalanchas de juguetes de plástico provenientes de China, y en la calle puestos de pulseras, de calcetines, de cachuchas y memorias USB con mil y un canciones. La gente esperando la llegada del Macrobús en el andén abarrotado. Parece poco creíble que sobre esa misma calle, hace muchos años, corrió un río. Y cuando cae la noche, la soledad, el silencio, el misterio de sus conversaciones a media luz para los amores sórdidos, y la sensación de que algo falta, que algo ocurrió, que a esta zona le quitaron o la privaron de algo, una tristeza perpetua a partir de la medianoche. Es la Calzada Independencia de Guadalajara, en la zona de San Juan de Dios.

Toda ciudad tiene sus fronteras internas. Fronteras que no son necesariamente físicas, sino culturales e ideológicas, demarcadas por murallas y barreras invisibles, trazadas por el imaginario, y consolidadas por el tiempo. El curso de la historia en Guadalajara ha creado así una división que "parte" la ciudad a la mitad, en concreto, en esta zona que los tapatíos conocemos como "de la Calzada pa' allá", "del otro lado de la Calzada", y que se focaliza a partir del oriente y poniente de Guadalajara, dos regiones divididas por el tránsito de la Calzada Independencia. Avenida de importancia histórica, pero olvidada, donde alguna vez, hace muchos años, corrió el río San Juan de Dios.

EL INFORMADOR / ARCHIVO 
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La ciudad dividida por el río

La razón de que Guadalajara esté dividida cultural, social, histórica y económicamente, proviene desde la fundación de la ciudad hace casi cinco siglos; en concreto, 483 años. Cuando los españoles desorientados fundaron Guadalajara en el valle de Atemajac, el 14 de febrero de 1542, asentaron la ciudad incipiente a un costado del entonces río San Juan de Dios, que provenía desde los manantiales del Agua Azul y los veneros de lo que hoy conocemos como el Cerro del 4, y que terminaba desbocando en la Barranca de Huentitán. Guadalajara se conformó en torno a ese pequeño núcleo, y dejó de lado a las poblaciones indígenas originarias que ya existían desde antes de la llegada de los españoles, como San José de Analco.

Analco, que en náhuatl significa "al otro lado del río", contaba con 500 familias y una comunidad franciscana bien establecida a diferencia de las 60 familias españolas que habían fundado Guadalajara. Fueron los franciscanos quienes concibieron el templo de San Sebastián, uno de los más antiguos de la ciudad, construido alrededor de 1543, veinte años antes de que se colocara siquiera la primera piedra de lo que después sería la Catedral.

No obstante, la Guadalajara criolla, española, profundamente prejuiciosa a la par de religiosa, veía con recelo a todas aquellas poblaciones que existían al otro lado del río San Juan de Dios. En parte la inquina era comprensible, considerando la hostilidad y las revueltas indígenas que los españoles habían tenido que atravesar antes de fundar la ciudad de manera definitiva en el valle de Atemajac. El río marcó así una frontera natural entre las clases sociales: la Guadalajara "rica", española, católica y blanca quedó del lado poniente del río, mientras que la Guadalajara indígena quedó en el oriente, junto con otros pueblos que fueron desarrollándose a la par de la ciudad, como Mexicaltzingo, Tetlán, y el mismo barrio de San Juan de Dios -no fue sino hasta 1821 que Analco se "integró" a Guadalajara, cuando la ciudad creciente lo "absorbió" como un barrio, y dejó de ser un pueblo alejado al otro lado del río-. Era en esa parte de la ciudad donde proliferaban las cantinas, las borracheras, los arrabales y libertinajes sexuales que escandalizaban a la población blanca y conservadora, y que se escapaban a la política y a las leyes.

 EL INFORMADOR / ARCHIVO
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Nuevos siglos, nuevos prejuicios, y una idea que sigue hasta nuestros días

Cuando el río San Juan de Dios comenzó a ser entubado y sus aguas fueron cubiertas de concreto para siempre, la frontera que hasta entonces marcó la naturaleza fue sustituida por el asfalto. En todo caso, jamás desapareció el prejuicio. Para el siglo XX, en los años posteriores a la Revolución Mexicana, fue la prensa tapatía de la época la que terminó por consolidar la imagen que hasta nuestros días persiste, según el libro "Las llamadas nefandas drogas, toxicómanos, traficantes y gobernantes, Jalisco 1914-1950", del doctor Jorge Alberto Trujillo Bretón.

La prensa tapatía posrevolucionaria, particularmente a partir de 1919, fue gran responsable de la construcción de esta idea que persiste hasta nuestros días, en la que el oriente de Guadalajara fue estigmatizado por "su proclividad a la violencia, el crimen, el vicio y a una sexualidad desenfrenada y prostituida contraria a los normas de la moral burguesa y católica", según la investigación de Trujillo Bretón.

Los periódicos de la época utilizaban el término "bajos fondos" para referirse a aquellas zonas geográficas de Guadalajara donde la gente considerada "decente" no podía poner un pie ni por error. En el imaginario tapatío, los "bajos fondos" correspondían a la línea divisoria oriente-poniente, es decir: más allá de la Calzada, un espacio que giraba alrededor de San Juan de Dios, y barrios como Analco, La Perla, Mexicaltzingo y El Retiro, donde las detenciones de "rateros marihuanos" eran más frecuentes.

José Garibi Rivera, Arzobispo de Guadalajara y primer cardenal mexicano, y una de las figuras más importantes de la ciudad en su época, responsable de la construcción del templo El Expiatorio, y por bautizar a las Chivas como el "Rebaño Sagrado", dijo en los años cincuenta que "el orden conduce a Dios y el desorden a San Juan de Dios".

La diferencia entre estas "dos" Guadalajara persiste hasta nuestros días.  Es el poniente de la ciudad el que recibe mayor inversión económica, con mejores colonias y centros comerciales, actividades culturales, las casonas de la Americana y Chapultepec, la Minerva, las calles arboladas y parques urbanos, los grandes edificios, los complejos de Andares. "De este lado de la Calzada y más allá de la Calzada", sigue siendo la frontera irrisoria que hasta nuestros días divide Guadalajara social, económica, histórica y culturalmente.

En todo caso, y a estas alturas, ya no solo es la Calzada Independencia la que marca barreras económicas, sociales y culturales en la zona metropolitana. Para todas aquellas personas que viven en las periferias, para todos aquellos que día con día se trasladan desde Tlajomulco, desde Tetlán, desde Tesistán y tantos otros barrios, lugares y municipios que nos conforman, Guadalajara es lejana e inaccesible, recelosa. Guadalajara es mucho más que el Centro Histórico, que la Catedral, la Minerva y las partes resplandecientes de Zapopan. Y sigue siendo este mismo núcleo el que, de alguna manera, permea y excluye a todo lo demás.

Con información de Universidad de Guadalajara, Gobierno de Jalisco, y el libro "Las llamadas nefandas drogas, toxicómanos, traficantes y gobernantes, Jalisco 1914-1950", de Jorge Alberto Trujillo Bretón.

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