Este asunto de reinas de belleza tiene otra arista más allá del debate político. Me extraña que nadie la aborde o discuta.Claro que alarma el tufo a fraude que rodea el concurso, sobre todo porque el copropietario de la franquicia es un mexicano perseguido por la justicia y la ganadora, también una mexicana. La corrupción parece un destino manifiesto de nuestro país. Por eso este escándalo es terreno fértil para endilgarle todos nuestros males a la 4T. Sólo guardemos las proporciones, pues el mal que el morenismo le ha hecho a México sólo ha podido dañarlo durante siete años.Es criticable y se presta a la especulación que Raúl Rocha Cantú, dueño del 50% de Miss Universo y supuesto capo traficante de combustible, haya ganado un contrato por 745.6 mdp en Pemex cuando el padre de Fátima Bosh, la nueva Miss Universo, era directivo de la petrolera.También socava la legitimidad del concurso de belleza que uno de los jueces, el francés Omar Harfuch, haya renunciado tras acusar fraude en la designación de la ganadora.Todo suena grave, pero es normal.¿Qué esperar de un concurso cuyo único y último fin es garantizar el retorno de inversión? El dinero por el dinero tiene un gran poder corruptor.Lo extraño, en verdad, es que en pleno 2025 tengamos un concurso mundial de belleza que premia estereotipos y jerarquiza a las mujeres sobre la base de su atractivo físico.Para la cuarta ola feminista este tipo de representaciones deshumanizan y violentan a las mujeres con estándares físicos poco realistas.No puede haber objetividad en un concurso basado en una subjetividad orientada a la mercantilización del cuerpo femenino. El supuesto “mérito” que se atribuye a las concursantes es una mera ilusión cosificada construida por la industria y el mercado.En algunas entidades del país está prohibido destinar recursos públicos para este tipo de concursos por considerarlos expresiones sexistas y una herencia arcaica.En los últimos años, Miss Universo ha tratado de hacerse “un lavado de cara” al señalar que empodera a mujeres para que sean voces escuchadas en su comunidad. Pero gran parte de esa visibilidad termina en las páginas de espectáculos y el cotilleo televisivo.¿Qué esperábamos, pues, de una franquicia cuyo principal propietario e impulsor por casi dos décadas fue Donald Trump? El sistema patriarcal que sostiene este negocio es un fraude en sí mismo. Al final, quizá el problema no es quién ganó o si hubo trampa, sino que sigamos aplaudiendo un modelo que reduce a las mujeres a su valor de mercado y lo disfrazamos de “empoderamiento”.