Domingo, 19 de Octubre 2025

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Venezuela

Por: Luis Ernesto Salomón

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Pocos temas polarizan tanto a América Latina como la situación actual de Venezuela. Las posiciones ideológicas fuerzan juicios automáticos —a favor o en contra del régimen de Nicolás Maduro— que con frecuencia nublan una mirada más reflexiva y menos militante sobre la realidad venezolana.

La primera pregunta que habría que hacerse es cómo se llegó a este punto de tensión. La respuesta pasa por la evolución de un régimen surgido de movimientos sociales, amalgamado con el poder militar, y transformado después de la muerte de Hugo Chávez. Ahí quizá se encuentra una de las claves para analizar el fenómeno desde otra perspectiva, alejada de las tradicionales trincheras de izquierda que defienden la llamada “revolución bolivariana” y de las derechas que la condenan con igual dogmatismo.

Conviene mirar el caso desde una óptica geopolítica más amplia. Las tensiones globales entre China y Rusia, por un lado, y Estados Unidos y Europa, por el otro, están configurando un nuevo escenario internacional que el académico Michael McFaul —exembajador estadounidense en Moscú— describe como la confrontación entre autocracias y democracias, eje central de su reciente obra Autocrats vs. Democrats (HarperCollins, 2025).

En ese marco, el problema de Venezuela es ante todo un problema de legitimidad democrática. La deriva autoritaria del régimen de Maduro lo ha colocado como un eslabón de una red de gobiernos autocráticos enfrentados a los sistemas democráticos. Su origen electoral —como tantos populismos en América Latina— derivó en una estructura autocrática al subvertir el resultado de los últimos comicios, negándose a reconocer la derrota con argumentos técnicos y administrativos.

Ese fue el punto de no retorno: cruzar la línea roja que separa a un gobierno elegido democráticamente de un régimen que niega la alternancia y se legitima por la fuerza.

Desde entonces, Estados Unidos ha asumido una postura activa contra el régimen, al que acusa de encabezar una organización de narcotráfico con vínculos terroristas. Washington incluso ha emprendido operaciones militares en aguas internacionales contra embarcaciones sospechosas de traficar drogas hacia su territorio.

El debate sobre la legitimidad del poder volvió a cobrar fuerza con la concesión del Premio Nobel de la Paz a Corina Machado, reconocida por su defensa pacífica de la democracia y quien —según organismos internacionales— habría ganado las elecciones ahora desconocidas por el gobierno de Maduro. Su persecución judicial ilustra el deterioro del Estado de derecho en Venezuela.

Desde la perspectiva democrática, surge entonces una pregunta esencial: ¿hasta dónde puede un régimen surgido de elecciones libres modificar las reglas del juego sin dejar de ser democrático? La respuesta implica reconocer que la democracia no se reduce al gobierno de las mayorías; descansa también en principios éticos y jurídicos inalienables, como el respeto a la dignidad humana y a las libertades individuales garantizadas por instituciones independientes.

Cuando esos límites se traspasan, el poder se transforma en dominio, y el Estado se aparta del derecho. Así ocurrió en Venezuela, donde el régimen fue adquiriendo gradualmente los atributos del autoritarismo que describió Hannah Arendt: concentración del poder en una sola figura o élite, legitimación moral basada en el orden y la nación, supresión del pluralismo y reducción del ciudadano a una obediencia pasiva.

Arendt advirtió que en los regímenes autoritarios la relación entre autoridad e individuo se vuelve vertical; la represión es selectiva, ejercida en nombre de la democracia o del interés público. A través de la desinformación, la apatía y el miedo, la libertad se erosiona sin necesidad de abolir formalmente la Constitución.

La sociedad venezolana se encuentra así ante una encrucijada: la obediencia, la rebeldía o la transformación política. El riesgo mayor es que esa transformación se produzca por la vía de la violencia externa y no mediante mecanismos políticos internos.

Ojalá la salida sea negociada, pacífica y democrática, porque combatir al autoritarismo con sus propias herramientas solo perpetuaría el ciclo de dominación que se busca superar.

luisernestosalomon@gmail.com

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