Documentar el optimismo en tiempos inciertos puede resultar arriesgado por la falta de fundamentos sólidos, y en el caso de lo que sucede entre México y Estados Unidos, este riesgo es aún mayor. Sin embargo, si elevamos la mirada hacia el largo plazo, las cosas pueden apreciarse con mayor claridad.El ascenso de China como potencia económica, militar y tecnológica encendió alarmas en las más altas esferas del Gobierno estadounidense, marcando profundamente la integración económica de México con Estados Unidos y Canadá. El acceso no autorizado de China a secretos industriales y militares llevó a Washington a imponer aranceles a exportaciones chinas y a presionar a sus aliados para limitar la transferencia de tecnologías avanzadas. Canadá siguió esta línea, mientras México, más prudente, mantuvo abiertas sus cadenas de suministro y moderó la cooperación en proyectos estratégicos con tecnología y capital chinos.El retorno de Donald Trump al poder promete un enfoque más contundente hacia China. Con figuras clave como Mike Waltz y Marco Rubio en su equipo, se anticipa una estrategia agresiva para fortalecer el liderazgo estadounidense y contener a China. Sin embargo, el carácter impredecible de Trump genera incertidumbre sobre si su enfoque transaccional podría desviar esta estrategia de largo plazo.De mantenerse un enfoque racional, es probable que se profundicen medidas como el desarrollo industrial en Estados Unidos y la reducción de la dependencia tecnológica y comercial de China. Estas acciones, aunque difíciles de prever en su totalidad, podrían beneficiar a México en el contexto de su integración con América del Norte.México, fortalecido por el T-MEC, se encuentra en una posición estratégica para aprovechar las restricciones al comercio chino, fomentando una política de industrialización que sustituya importaciones asiáticas por productos nacionales. Este dinamismo, como señala Alan Riding en su obra Vecinos distantes, redibuja la relación con Estados Unidos, mostrando que México está pasando de ser un actor periférico a una pieza clave en la transformación económica de América del Norte.Marcelo Ebrard, secretario de Economía, recientemente subrayó, con razón suficiente que esta transformación representa una oportunidad histórica para México: “La combinación de condiciones externas e internas nos brinda un horizonte optimista. Si aprovechamos el momento, podremos consolidar a México como el gran aliado estratégico de América del Norte, creando empleos, atrayendo inversiones y resolviendo problemas estructurales”. Estas palabras reflejan la necesidad de garantizar certidumbre comercial, fortalecer el marco legal y atraer inversión estratégica para que México no solo se adapte al contexto global, sino que asuma un rol de liderazgo.La administración de Trump es consciente del papel de México en esta ecuación y probablemente usará el comercio como herramienta para avanzar en temas como seguridad fronteriza y combate al narcotráfico. Sin embargo, más allá de estos discursos, subyace una realidad estratégica: el fortalecimiento de América del Norte como un bloque competitivo frente a China.A pesar de avances significativos, México aún enfrenta desafíos internos como la inseguridad, la debilidad del Estado de derecho y las limitaciones financieras. Estas barreras, sin embargo, podrían abordarse con mayor eficacia gracias a las presiones y oportunidades derivadas del contexto internacional.El proceso de negociación con Estados Unidos será complejo, pero México tiene una oportunidad única para consolidarse como pieza clave en la región. La disputa entre Estados Unidos y China definirá el orden mundial en las próximas décadas, y México puede ser un protagonista central en esta transformación. Después de todo, los vecinos no son tan distantes cuando comparten un destino común.