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El elefante de Palenque

Por: Raymundo Riva Palacio

El elefante de Palenque

El elefante de Palenque

Diciembre de 2014. Habían pasado menos de tres meses desde la desaparición de los normalistas de Ayotzinapa, y en el gabinete de cocina del presidente Enrique Peña Nieto pensaban que la crisis social, política y económica por la que atravesaban era una tormenta perfecta, pero que no dejaba de ser tormenta y que, por lo tanto, desaparecería. Aurelio Nuño, jefe de la Oficina de la Presidencia, decía que la opinión pública no les modificaría el rumbo escogido. “No vamos a ceder aunque la plaza pida sangre y espectáculo, ni a saciar el gusto de los articulistas”, le dijo al diario El País. En este espacio se apuntó en ese entonces: “Las palabras de Nuño sugieren que en Los Pinos siguen sin darse cuenta que no se han dado cuenta”.

Lo que había detonado Ayotzinapa no era una tormenta perfecta. El proceso no desaparecería. Peña Nieto decía que había un proceso de desestabilización contra su Gobierno por la resistencia a las contrarreformas y las críticas en la prensa por presuntos actos de corrupción, que se galvanizaron por el pésimo manejo de crisis de su Gobierno para enfrentar el crimen en Iguala, su aislamiento y su decisión de no actuar contra las autoridades estatales y locales hasta que, cuando lo hizo, era muy tarde. Una crisis municipal terminó convirtiéndose en un “crimen de Estado”.

Ayotzinapa estaba en la mente de la Presidenta Claudia Sheinbaum cuando irrumpieron violentamente en la opinión pública los hallazgos macabros en el Rancho Izaguirre en Teuchitlán, que colocó como nunca el tema de los desaparecidos como un problema prioritario en la agenda política. Varios de sus colaboradores revelaron que lo primero que hizo fue pedirle a Enrique Cervantes, un asesor de su absoluta confianza que ha trabajado con ella varios años, que revisara cómo gestionó Peña Nieto la desaparición de los normalistas para evitar los errores que contribuyeron al colapso de ese Gobierno.

Del análisis realizado, se intuye, vino la recomendación de cómo hacerlo. No debía estar ausente -como Peña Nieto, a quien el entonces procurador Jesús Murillo Karam le dijo dos días después de la desaparición que era pleito entre “narcotraficantes”-, sino proactiva -a diferencia de la conclusión de Nuño, que era un mero asunto municipal-. Había que ser empática y tomar decisiones que mostraran que estaba atendiendo el problema sin dilación -y no tardar más de 15 días en reaccionar-. Tenía que limitarlo al ámbito estatal y municipal -a diferencia de Peña Nieto, que rechazó durante un mes presionar al gobernador de Guerrero, Ángel Aguirre, para que renunciara-.

Sheinbaum así lo ha hecho. Sanitizó políticamente a su Gobierno. Actuó como lo hizo el presidente Ernesto Zedillo tras la masacre de Aguas Blancas en 1995, cuando policías municipales y estatales en Coyuca de Benítez los emboscaron, donde varios miembros de la Organización Campesina de la Sierra del Sur se dirigían a esa ciudad para exigir el cumplimiento de las promesas de ayuda para los cultivadores de café, y los bajaron de los camiones en los que iban, los golpearon y luego les dispararon durante casi 20 minutos, asesinando a 17 y dejando 14 heridos.

La masacre se mantuvo en secreto durante más de seis meses, hasta que el periodista Ricardo Rocha obtuvo un video de la matanza y lo transmitió el 28 de febrero de 1996 en su programa “Detrás de la Noticia” en Televisa. Provocó un furor e indignación inmediata. Detrás del escrutinio público, el entonces secretario de Gobernación, Emilio Chuayffet, habló con la dirigencia del PRD, que le dijo que aceptaría cerrar el conflicto si el gobernador de Guerrero, Rubén Figueroa, pedía licencia, con la garantía de que no habría persecución. Zedillo rechazó en un principio la solución política planteada, pero finalmente obligó a su compadre a pedir licencia. Figueroa la presentó el 12 de marzo.

Aunque se determinó la responsabilidad política de Figueroa, su secretario general de Gobierno y su procurador, la justicia no los alcanzó. Pero el accionar rápido de Zedillo encapsuló el problema en Guerrero, inoculando política e históricamente al expresidente. Es el mismo camino que perfiló el fiscal general, Alejandro Gertz Manero, el miércoles, apuntando la responsabilidad de Teuchitlán hacia el fiscal de Jalisco y autoridades municipales en esa región.

Aprender de Ayotzinapa fue lo mejor que pudo haber hecho Sheinbaum, aunque no es posible saber si en el mediano y largo plazo logrará mantenerse en el resultado de Aguas Blancas y se aleja del de Ayotzinapa. La forma como fue creciendo el crimen de los normalistas fue gradual, y se fue combinando con otros factores externos a la desaparición. Aguas Blancas comparte con Teuchitlán la indignación espontánea -aunque, como hizo el PRD en 1995, hay grupos políticos que también están buscando sacar raja del rancho en Jalisco-, y los pocos días en que alcanzó niveles de crisis política. Zedillo mostró que la receta funciona para neutralizarla sin que contamine al Ejecutivo, pero su contexto no era como el de Sheinbaum.

La Presidenta está cargando el enorme elefante en el imaginario nacional que se llama Andrés Manuel López Obrador, donde está pagando la secuela del desastre que provocó su gestión de la seguridad. De acuerdo con los expertos, la conversación digital entre el 6 y el 17 de marzo ha tenido un millón 100 mil menciones procedentes de más de 170 mil fuentes, con un alcance potencial de mil 280 millones de personas, alrededor de una octava parte de la población mundial. El impacto negativo ha recaído en diversas fuerzas políticas, pero mayoritariamente contra Morena, con 32% de las menciones -casi cinco veces lo que tiene Movimiento Ciudadano, que gobierna Jalisco-, donde se cuestiona la estrategia del ex presidente.

El lastre del obradorato juega contra Sheinbaum y mina sus esfuerzos para evitar que Teuchitlán la hunda. Poner su destino en manos de Alejandro Gertz Manero no parece que le alcanzará. Tiene que hacer mucho más para salirse de la sombra de López Obrador al enfrentar la crisis de desaparecidos, como ir a Teuchitlán junto con las madres buscadoras que mostraron el horror del Rancho Izaguirre, y encabezar un acto donde diga “ya nunca más”.

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