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Primero los pobres

Primero los pobres
Ordinariamente, transito por las avenidas y calles de nuestra Guadalajara. Lo hago desde tempranas horas y soy testigo de lo que en ellas sucede. No deja de asombrarme que, desde el amanecer, hay niñas y adolescentes indígenas que, en algunos cruzamientos, piden limosna mientras sus hermanitos juegan entre los automóviles, exponiendo sus vidas. Van vestidas (¿?) con harapos; en su frágil espalda cargan un bebé que, supongo, es producto del abuso sexual de familiares o de personas (¿?) próximas. Es una realidad que debe avergonzarnos y, obvio, debería de ser objeto de tratamiento por las autoridades.
Recuerdo que hace años, un presidente municipal —Don Francisco Medina Ascencio—, acompañado sólo por su chofer, recorría, al caer la tarde, estas mismas calles, recogiendo a los pequeños que dormían en algún lugar de la vía pública, para llevarlos a las llamadas Casas Hogar. Allí eran atendidos por servidores públicos en tanto se investigaba su situación familiar y se resolvía qué hacer con ellos.
No se puede estar más de acuerdo sobre favorecer a los más desprotegidos. El erario debe destinarse, entre otros objetivos, a reducir las distancias sociales. Las políticas públicas deben diseñarse y operarse con un sentido redistributivo y compensatorio. La educación, la salud, la vivienda y el empleo son algunos de los instrumentos más importantes para construir la justicia social o el bien común. Se desvirtúa el sentido del gasto público cuando el dinero proveniente de los impuestos o de la explotación de recursos nacionales se dispersa con propósitos electoreros, en lugar de destinarlo a solventar las necesidades colectivas. Claro que primero los pobres, pero no con limosnas, no por caridad, sino con prácticas y apoyos que faciliten el desarrollo personal y social de los niños y aseguren una vejez digna para los ancianos.
Lo anterior viene a cuento porque la diputada Mónica Magaña, a quien no tengo el gusto de conocer, ha propuesto al Congreso del Estado la iniciativa de celebrar el día de la Niña Indígena. Con todo respeto, las leyes deben de ser congruentes con la realidad. No podemos celebrar a la niña indígena que no tiene infancia y, menos aún, futuro; que es forzada a levantarse en la madrugada, está subalimentada, no asiste a la escuela, es vejada y, evidentemente, explotada por abusadores, a ciencia y conciencia de las autoridades.
Una sociedad que no protege a sus niños ni a sus viejos deja de cumplir con una responsabilidad consustancial a su naturaleza. El sentido de vivir en comunidad es, precisamente, la solidaridad con quienes, por las razones que se quiera, son más débiles.
Debe alegrarnos que se preste atención a las personas vulnerables, pero debemos ir más allá. Valdría la pena diseñar nuevas instituciones consecuentes con la realidad. Sin el ánimo de incomodar a la legisladora, dicho sea, no es agregando celebraciones en el calendario como vamos a construir una sociedad más justa, en la que reine la armonía y de la que todos, orgullosamente, seamos parte.
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