Viernes, 27 de Diciembre 2024

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Las tragedias y un Gobierno ensimismado

Por: Salvador Camarena

Las tragedias y un Gobierno ensimismado

Las tragedias y un Gobierno ensimismado

Luego de que fuera el artífice de la visita de Donald Trump a México, y para acallar la indignación que ésta provocó, Luis Videgaray dejó la Secretaría de Hacienda, perdiendo buena parte del poder que tuvo hasta ese mes –septiembre de 2016– en el Gobierno de Enrique Peña Nieto.

La caída de Videgaray, que sin embargo meses después sería nombrado secretario de Relaciones Exteriores, marcó el fin de su competencia en la sucesión presidencial. Las aspiraciones de Miguel Osorio Chong, el otro pilar del Gobierno de EPN, se fortalecieron. Si ya luego el mexiquense dio la candidatura priista a José Antonio Meade es otra historia.

Este episodio nos recuerda que dentro de los gobiernos convencionales distintos colaboradores compiten entre sí. Eso, que puede causar rupturas o llegar al punto de significar parálisis –pues personajes de diferentes ministerios suelen obstaculizarse con tal impedir el lucimiento de quien los puede desplazar–, también ayuda a una administración a debatir cambios o ejecutar correcciones.

Pero ¿qué pasa cuando se decreta que lo más importante es la sucesión, que encima se ha adelantado mucho más de un año? Cualquier crítica o disenso al interior del grupo gobernante será visto sólo como grilla, una inoportuna acción que podría debilitar las posibilidades partidistas.

De ahí que el único incentivo del grupo es mantener el poder, no gobernar, mucho menos emprender revisiones de políticas o del desempeño de personajes clave del Gobierno.

La terrible tragedia de San Antonio nos muestra un ejemplo de ello. En la administración de López Obrador nadie dentro del Gobierno tendrá el mínimo sentido común de preguntar en voz alta si se puede o se debe revisar autocríticamente lo que este Gobierno está haciendo en materia migratoria.

Quién le dirá al Presidente que lo que su canciller Marcelo Ebrard ha negociado en su nombre desde tiempos de Trump debe revisarse a la luz de las funestas noticias del lunes. El secretario de Relaciones Exteriores no mató a los 51 migrantes de San Antonio; pero lo que él haga o acuerde en este tema transnacional –por ejemplo medidas antiinmigrantes más agresivas, como las que esta administración ha adoptado a contrapelo de su humanista oferta inicial– empeoran las condiciones que enfrentan quienes se van sin papeles a Estados Unidos.

Ebrard está ligado a Trump y Biden en el enfoque que persigue a migrantes nacionales y extranjeros en territorio mexicano. Debería comparecer en el Congreso para explicar eso. Esto no va a ocurrir pues el gobierno –que controla ambas cámaras– ha entrado en suspensión de actividades, en veda por motivos electorales.

Y se puede agregar que hay incluso algo peor. México se ha vuelto de nueva cuenta exportador neto de migrantes. En estos años se revirtió la tendencia que había alcanzado el equilibrio de que solo se iban tantos como los que volvían, o incluso menos.

Por supuesto que entre las causas de ese cambio en la migración se debe ponderar a la pandemia. Pero no sólo a la pandemia.

Es ingenuo pensar que Andrés Manuel decidirá hacer una revisión de por qué se da esa nueva diáspora. Y nadie en su equipo, ni la secretaría de Hacienda ni la de Bienestar, tendrá la osadía de acercarle al Presidente ideas o correcciones para atajar este fenómeno. Menos mencionará alguien como posible causal a la violencia. Su partido hará mutis igualmente.

La tragedia será propaganda en la mañanera, pero puertas adentro reinará el conformismo, porque a dos años de la sucesión, con tal de no reconocer error o falla alguna, se instalará la mediocridad, y las consecuencias de ésta.

Salvador Camarena

sal.camarena.r@gmail.com

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