Jueves, 06 de Febrero 2025

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La letra chiquita

Por: Fernando Vázquez Rigada, escritor y maestro en Derecho

La letra chiquita

La letra chiquita

Se logró patear el bote. Buena noticia. Más vale un mal arreglo que un pleito que no iba a ser bueno porque no se podía ganar.

¿Victoria pírrica? Quizá. Preferible a una derrota incondicional.

Las concesiones, las publicadas, no son menores: 10 mil soldados a la Frontera Norte, en un país muerto de miedo y lleno de muertos. El costo es alto: no importa. Más duele el cuero que la camisa. Mucho mejor desempeño de la Presidenta que el arranque poético-etílico de Petro.

Por lo pronto, el peso ganó 60 centavos en dos horas. Los mercados suspiraron.

Pero no nos equivoquemos: hay un ultimátum y el cerco sigue. Un mes. Esa es la otra concesión: la letra chiquita, pues. Nos sometemos a un juez ajeno que dirá si nos estamos portando bien o no. Así de triste y así de ignominioso. Pero en política no se juega con las cartas que uno quisiera, sino con las que hay.

La trampa mortal no es la migración. No son los aranceles (esos son sólo la pistola en la sien).

Es el pacto criminal.

La migración es un tema que se ha incubado por décadas, dadas las asimetrías económicas y la incapacidad del país para crecer y generar empleo digno a las personas. El programa bracero, que contrataba mexicanos para trabajar en EU, comenzó en 1942. Terminó en 1964. Luego vinieron las crisis económicas que los primeros populistas estallaron. Hoy, 11 millones de mexicanos viven en Estados Unidos. Cinco millones son ilegales. Pero hay 30 millones de origen mexicano.

Una vergüenza.

Los aranceles han sido un triunfo nuestro. En 1993, antes del TLCAN, México exportaba 51 mil 900 millones de dólares a EU. Hoy, 617 mil millones. ¿Qué EU tiene un déficit con nosotros? Pues allá ellos. Algo habremos hecho bien. El comercio libre y la visión de Norteamérica como región fue, no olvidarlo, una iniciativa mexicana.

Necesitamos una visión recargada y nueva audacia.

El gran problema de la inseguridad es la red de protección oficial del Estado mexicano. No es de hoy. Viene de lejos. Un presidente mexicano, nada menos que Abelardo R. Rodríguez, tenía vínculos con la mafia cuando gobernó Baja California. En la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos nos pidió cultivar marihuana para sustituir la sustancia activa de la morfina para mandar a su ejército. Comenzó en Sinaloa y ahí se quedó. Miguel Ángel Félix Gallardo fue chofer de Leopoldo Sánchez Celis.

De ahí hasta hoy, la maraña de intereses políticos-policiacos-criminales se ha ido estrechando y extendiendo.

Hasta que llegaron los abrazos. La claudicación del Estado.

Las complicidades son tan extensas que Estados Unidos tiene un acervo interminable de funcionarios -de hoy y de ayer- con el que puede demoler la credibilidad del Estado.

La actual burocracia populista está infectada de tratos inconfesables, pero no ocultos.

Saciar la demanda del Gran Juez será difícil. El Gobierno deberá decidir a quién entregar, de tal forma que el vecino quede satisfecho sin que eso implique devastar a la nomenklatura populista. Difícil. Seguro va a buscar culpables de todos los colores, que los hay, para salvar la cara. Pero las acciones no serán creíbles sin la entrega de cabezas de peso de casa.

He ahí el dilema.

Además, cazar a capos de todos los tamaños implica exponer los ductos de financiamiento a la política. No hacerlo es exponerse a la extracción por fuerzas especiales como se hizo con el Mayo y que, en algún punto, pases de colaborador a indiciado por omisión.

El nudo de la negociación está ahí. Es un ardid, pero ahí está. Te mueves y se aprieta.

Un mes.

Eso tienen.

Tic tac. Tic tac.
 

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