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En primaria

En primaria
En una casona ubicada en la calle Parroquia número 172, colindante con el Templo de El Pilar, entre Madero y López Cotilla, concluí los últimos grados de primaria, quinto y sexto, en el Colegio Allende.
En esa casa vio la luz primera el poeta jalisciense Enrique González Martínez y, en su honor, se le cambió el nombre; hoy es un estacionamiento. Ahí estuvo un tiempo el Colegio Cervantes Centro.
El Colegio Allende tenía su entrada en la acera; tenía un enorme portón de madera que se cerraba por dentro con una gran aldaba y un travesaño. Tenía una puerta al lado por donde ingresaban las monjitas a la planta alta, donde estaba el oratorio y el refectorio. Ellas vivían enfrente, en Parroquia 171.
Entrando, estaban dos bancas de material de color azul y blanco, un cancel pintado de negro que se cerraba con una llave de hierro color gris que era más grande que mi mano.
En el patio central se hacía la formación. Para ello, las madres ponían un disco poco antes de las nueve de la mañana para que fuéramos ocupando nuestros lugares por nivel escolar; los que estaban adelante eran de parvulitos, les seguían los de primero, segundo, hasta llegar a los más grandes, que eran los de sexto año. Allí se hacían los lunes los honores a la Bandera.
A la salida del Colegio estaba un barandal que le regaló al Colegio una empresa refresquera, a cuyos lados se ponían los vendedores de cueritos, duros con salsa roja, jícama con chile en polvo, mangos verdes, pepinos con chile, manzanitas cubiertas y los infaltables paleteros con sus nieves, paletas y los deliciosos bolis.
La directora de la primaria era la Madre Raquel García Villalpando, mi maestra la Madre Guadalupe Leticia Vega Anzaldo, a quienes recuerdo con enorme cariño y gratitud.
Una vez que se daba el toque en la campana, tomábamos distancia y, en posición de firmes, recibíamos la salutación de la directora, escuchábamos los avisos y el toque de avance; cada grupo ingresaba en perfecta formación al son de las marchas de Souza o la Radetzky.
Antes de iniciar la clase, la maestra nos saludaba; nos persignábamos y rezábamos la siguiente oración: “Ven, Espíritu Santo, a los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor; envía, Señor, tu Espíritu” y todos contestábamos: “Y se renovará la faz de la tierra”. Nos sentábamos, sacábamos los cuadernos y libros y a darle.
A las once de la mañana era la hora del recreo. En el patio había unos postes donde practicábamos el tetherball, que coloquialmente le decíamos espírol, un juego donde dos contrincantes golpean un balón en forma de pera amarrado con una cuerda y atado al poste, siendo el objetivo enrollar la cuerda totalmente en el poste. Mientras uno trataba de enrollarlo, el otro al golpear la pera lo que hacía era evitar que se enrollara hacia su lado y que se enredara en el del adversario. Un juego divertido; a mí me gustaba mucho y, modestia aparte, era muy bueno; llegué a ganarles a muchos alumnos que fueron de otras escuelas a competir con nosotros.
En el segundo y tercer patio se jugaba futbol con pelotas Salver que nos prestaban en la Dirección; en el tercer patio, que colindaba con el Templo, ensayaba la banda de guerra.
En la tiendita vendían tostadas con salsa y repollo, taquitos sudados, golosinas y aquellos refrescos enormes como el Jumbo, La Pequeña Lulú y Titán.
Incontables veces el patio fue escenario del intercambio de las cartitas de los álbumes que comprábamos en los puestos de periódicos o que alguna empresa refresquera o panadera promovía y, conforme el afortunado poseedor de muchas cartitas que tenía repetidas las ofrecía en trueque, solo se escuchaba, cada que pasaba una cartita, el coro de voces infantiles: “¡Ya, ya, ya, ya, ya!” y cuando salía una que no teníamos, empezaba la negociación para el intercambio, pues si era una de las difíciles llegábamos a ofrecer hasta cinco por una. Ustedes, en sus escuelas o con los amigos del barrio, sin duda llegaron a hacerlo también.
El Colegio Allende, que después cambió su nombre por Instituto Ignacio Allende, era un centro educativo para varones atendido por la Congregación de Hermanas del Corazón de Jesús Sacramentado, colegio hermano del Colegio Esperanza que era para niñas; era atendido por la misma Congregación, y estaba por Federación en la Colonia La Perla.
Por hoy es todo. Hasta la próxima semana, aquí en EL INFORMADOR, si Dios nos presta vida y licencia.
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