Por discurso nunca nos detuvimos. No era el Buen Fin, pero la cartera se abrió y los billetes brotaron de ella ansiosos de ser gastados. ¿En qué? En La promesa de campaña: el saneamiento del contaminadísimo, lleno de caca y desechos químicos, Río Santiago.Dicen que cada vez que un político hace una promesa, un panda bebé muere de hambre. Y si no lo dicen deberían, porque cada ocasión en la que el pokemón que elijas te garantiza un mejor futuro, el camión que ya iba a pasar por ti mejor se va de vacaciones.Es un hecho que la primera y más grande apuesta del Gobierno de Enrique Alfaro en Jalisco fue el saneamiento del Santiago: un cuerpo de agua que desde hace décadas se ha convertido en una gigantesca letrina que ha permeado la calidad de vida de miles de personas. Tal ha sido el asombro de este caudal hediondo, que las autoridades federales lo han calificado como un verdadero infierno ambiental.Pero, adjetivos aparte, el tema que convoca a estas letras a unirse vuelve a ser la infinita soberbia de quienes te garantizan que, dándoles tu voto, sólo deben chasquear los dedos y el milagro se cumplirá de una. Y según cifras del Gobierno de Jalisco, los dedos se chasquearon siete mil 333 millones de veces por cada peso… e incluso así, la meta se incumplió.En junio pasado, el reportero Marck Hernández, quien trabaja en este medio de comunicación, visitó la zona y constató el pestilente aroma del Río Santiago, la espuma de químicos tóxicos y la mala condición de vida de quienes se asentaron en sus proximidades. Tras publicar lo evidente, el Gobierno de Jalisco respondió de malas y con una estrategia mediática para hacernos creer, sí o sí, que “en este Gobierno revivimos el Río Santiago”.Pero, en el ocaso de su periodo, el gobernador saliente reconoció lo que ninguna pauta puede evitar: el río no es cristalino, aunque “ya comenzó su recuperación”.En realidad, no se trata de una crítica a la buena voluntad de cambiarle la cara a un afluente que antes solía ser un atractivo turístico y que las industrias atascaron de desechos. Lo que sí se lamenta es que, como ocurrió en el tema de seguridad, en esta agenda también se miró de frente y claro a la gente para mentirle, garantizándole que, sin ayuda federal, el Santiago había revivido.A unos días de terminar su periodo, Enrique Alfaro reculó y suavizó. El río siempre no está vivo; lo trasladaron de emergencia a un nuevo informe en el que su estado pasó a ahí la llevamos. Su administración, dice el nuevo apunte, “trazó” la ruta para que sean otros los gobiernos que, con voluntad y el dinero de las personas, logren revertir el desastre en el Santiago.Y ahí, en el departamento de lo baldío, también está el SIAPA, ese órgano oscuro que, con el visto bueno de 10 representantes de la Comisión Tarifaria, avaló un aumento generalizado en el precio de los servicios de agua potable y alcantarillado del 12.5% para 2025 con respecto a este año. Un año en el que, además, rompió récord en denuncias por averías, fugas, socavones, tandeos disfrazados y agua de colores mágicos.Quizás, sólo quizás, la lógica del funcionario titular de esa dependencia, Carlos Enrique Torres Lugo, para defender tal afrenta a los derechos humanos, no estaría fuera de lógica si no hubiera antes una turbia cascada de cinismo. “¿Cómo piden agua de calidad cuando no pagan por agua de calidad?”. Pobre organismo: hagamos un Siapatón para revivirlo al estilo Río Santiago.O de plano extingamos a su ineficiente área de Cobranza, que ya llevó a 14 mil millones de pesos la cartera vencida del organismo. Curioso: una cifra que corresponde al doble de la que le invirtieron al Santiago para dejárselo más o menos listo a quien siga para que termine la magia.El agua es un recurso finito, uno que debemos cuidar para que las próximas generaciones puedan darse el lujo de bañarse en ella. Por eso es tan peligroso alimentar la idea de que chasqueando los dedos ya hay suficiente para los próximos 50 años. De no cuidar el uso y el discurso, podríamos convertirnos en la generación que logró el Buen Fin del Río Santiago. O, si lo hacemos bien, en el del SIAPA como lo conocemos actualmente.