Quien diga que la cancelación de las corridas de toros en la Ciudad de México (CDMX), anunciada ayer por la jefa de gobierno Clara Brugada, ocurrirá cuando esa tradición estaba por cumplir 499 años en México, miente; y esa falsedad es en parte la razón del fin de la tauromaquia en la capital.Si bien las crónicas señalan que en honor a Hernán Cortés en junio de 1526 se realizó un espectáculo con toros en lo que hoy es el Zócalo, la verdad es que aquello no se parecía a lo de ahora, y el espectáculo taurino ha evolucionado en los siglos, y por eso mismo ha de morir.El final de las corridas de toros se da precisamente porque no tiene ya manera de evolucionar: si hace cosa de un siglo se puso peto a los caballos para que no murieran atrozmente despanzurrados en pleno ruedo por las astas del toro, hoy no hay cómo “mejorarla”.Cada parte, y desde luego las cruentas, de una corrida tenía una lógica. No justifico, solo trato de describir el ritual y lo que los aficionados creen sobre lo que vive el toro en el albero.Si ahora el gobierno federal y el capitalino quieren llevar a la práctica lo que ya es ley, la prohibición del maltrato animal -cosa plausible-, conviene entonces pedirle a la Presidenta Claudia Sheinbaum y a Brugada que maten a la fiesta como se debe: sin engaños.No existe una forma no cruenta de la corrida de toros. Punto. Brugada y la Presidenta Sheinbaum pidieron esta semana que se busque una modalidad del espectáculo taurino sin violentar al animal. Quiero pensar que están mal informadas.El toro bravo aun antes de llegar al ruedo es violentado. O su madre para ser exactos. La bravura de la vaquilla es probada en una tienta: desde el caballo se le sangra para ver si, a pesar del ataque, pelea; no irán a la plaza las crías de las que no aguanten esos puyazos.De forma que es un contrasentido pedir a las ganaderías de bravo que hagan ajustes para que el toro no sea violentado ni antes, ni durante, ni tras la corrida como la única forma de que siga habiendo corridas en la capital.Al llegar a la plaza, antes de saltar al ruedo, al toro se le clava en el lomo la divisa. ¿Ahora se la van a poner con pegamento? Y la suerte de varas (los picadores a caballo) era reveladora del carácter del toro. Las banderillas sí se podrían cancelar, pero da lo mismo: un bicho de esos sin sangrar será imposible de torear, ni Juan Belmonte o Rodolfo Gaona, así resucitaran un siglo después.Salvajes, sangrientas, terribles en demasiadas tardes, las corridas de toros pertenecen a otro tiempo. A pesar de lo que digan sus críticos, no son, nunca fueron, un circo. Eran una compleja tradición propia de otra cultura, y para abonar a una nueva, de respeto a más seres vivientes, han de quedar atrás. Sea.Lo peor que podría pasarle a la tauromaquia es que los aficionados caigan en la trampa e intenten convertir la fiesta en un show circense. No. Animales, ni en el circo ni en el zoológico.Como aficionado hubiera preferido que la Presidenta Sheinbaum y la jefa de gobierno cancelaran, con la autoridad de la ley y de su cargo, las corridas. Que pretendan una salida hechiza nos llevará a discusiones raras.Por ejemplo: el fin de mes en la CDMX se llevará a cabo una competencia hípica a nivel mundial. La F1 del hipismo, pues. Evento que trae a México derrama económica. ¿Se maltrata o no a esos caballos al entrenarlos? ¿Exagero? Se va a poner buena la discusión.