Vista desde la Tierra, nuestro satélite parece un puntito lejano en escala de grises y blancos, sin embargo, ¿qué hay de cierto en que la luna sea de ese color? A pesar de su brillantez —sólo rebasada por la del sol—, la superficie llena de cráteres de la luna es en realidad, más oscura de lo que parece.En comparación con los satélites naturales de otros planetas —los cuales son comparativamente más pequeños—, la luna representa un cuarto del diámetro de la Tierra y un 1/81 de su masa. En este sentido, la luna es el segundo satélite más grande de nuestro sistema solar, sólo superada por Caronte en relación con Plutón, que cabe decir, se trata de un planeta enano.La imagen siguiente es una composición fotográfica del trabajo de la astrofotógrafa Marcella Giulia Pace, proyecto que le tomó diez años en completar para poder capturar a la luna en cada fase. La cual brinda un testimonio de la diversidad cromática del satélite en distintas condiciones atmosféricas.De acuerdo con National Geographic, el secreto detrás de los variados colores de la luna radica en la atmósfera terrestre, que actúa como un filtro natural. Las capas de gas estratificadas e irregulares dispersan la luz que incide sobre ellas, lo que modifica la apariencia del astro. Este fenómeno ocurre debido a las diminutas moléculas de aire, que alteran la trayectoria de la luz y generan distintos matices en función de la composición atmosférica.Adicionalmente, otros elementos presentes en la atmósfera, como partículas de polvo, gotas de agua o incluso humo de incendios forestales, también afectan el color de la Luna al desviar y filtrar la luz de diferentes maneras.Lo cierto es que, si traspasamos la atmósfera de nuestro planeta y nos limitamos a una verdad sin adornos, la superficie terrosa de la luna es de color marrón grisáceo cuando una de sus caras yace iluminada por el sol. Mantente al día con las noticias, únete a nuestro canal de WhatsApp. AO