Lunes, 17 de Noviembre 2025

Reserva de la Biosfera de Manantlán; el tesoro de la sierra de Jalisco

Su mosaico de climas y alturas permite una diversidad biológica excepcional

Por: Fausto Salcedo

Cuidar este sitio implica más que una visita respetuosa: es apoyar proyectos comunitarios, contratar guías locales, seguir los senderos establecidos, evitar cualquier actividad que implique basura o extracción de flora y fauna. UNIVERSIDAD DE GUADALAJARA

Cuidar este sitio implica más que una visita respetuosa: es apoyar proyectos comunitarios, contratar guías locales, seguir los senderos establecidos, evitar cualquier actividad que implique basura o extracción de flora y fauna. UNIVERSIDAD DE GUADALAJARA

En el occidente de México, entre los límites de Jalisco y Colima, se levanta la Sierra de Manantlán como un corredor natural donde convergen los susurros de la selva, el frío de los bosques altos y la memoria profunda de las comunidades que han convivido con ella por generaciones. 

No es una sierra cualquiera: desde 1987 fue decretada Reserva de la Biosfera y un año más tarde ingresó a la Red Mundial de Reservas de la Biosfera de la UNESCO. Con más de 139 mil hectáreas que atraviesan municipios como Autlán de Navarro, Cuautitlán, Tolimán, Tuxcacuesco y Casimiro Castillo, este macizo montañoso es un laboratorio vivo donde la altitud, que va de los 400 a casi 3 mil metros, transforma radicalmente el paisaje.

La importancia ecológica de Manantlán es tan vasta como su propia geografía. Su mosaico de climas y alturas permite una diversidad biológica excepcional: aquí conviven selvas bajas caducifolias, bosques mesófilos de montaña, robledales antiguos, pinares perfumados y corredores húmedos donde la neblina se aferra a las ramas como si quisiera quedarse a vivir. 

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Se han identificado más de 2 mil 900 especies de plantas, entre ellas árboles endémicos como la magnolia iltisiana, una joya botánica que crece únicamente en estas montañas. También es cuna de cientos de especies de aves —incluida la emblemática guacamaya verde— y refugio de mamíferos esquivos como el puma, el ocelote y el jaguarundi, que aún encuentran en estas laderas la posibilidad de permanecer lejos del ruido humano. 

Se han identificado más de 2 mil 900 especies de plantas, entre ellas árboles endémicos como la magnolia iltisiana, una joya botánica que crece únicamente en estas montañas. GOBIERNO DE MÉXICO
Se han identificado más de 2 mil 900 especies de plantas, entre ellas árboles endémicos como la magnolia iltisiana, una joya botánica que crece únicamente en estas montañas. GOBIERNO DE MÉXICO

La nutria neotropical (Lontra longicaudis) es uno de los habitantes más discretos y, a la vez, más significativos de la Sierra de Manantlán, donde su presencia revela la salud de los ríos que atraviesan esta reserva de la biosfera. Diversos estudios realizados en las cuencas del Ayuquila–Armería y del Marabasco han confirmado poblaciones activas mediante huellas, excretas y observaciones directas, con densidades que varían entre uno y dos individuos por kilómetro según la temporada, lo que la convierte en un depredador clave dentro de los ecosistemas acuáticos de la región. 

En Manantlán, la nutria habita ríos limpios rodeados de vegetación de galería, principalmente entre los 600 y 900 metros de altitud, y se alimenta de peces y crustáceos, aunque también incluye insectos, pequeños mamíferos, reptiles, anfibios y, ocasionalmente, materia vegetal. Su presencia depende directamente de la calidad del agua y de la continuidad de los corredores ribereños, por lo que constituye un indicador ecológico de primer orden.

Un corazón de vida en Jalisco

Más allá de la vida silvestre, la sierra cumple una función vital para la región: es un enorme regulador hídrico que abastece a múltiples comunidades y sostiene actividades agrícolas tradicionales. Entre sus laderas se distribuyen pueblos que han aprendido a leer la montaña como se lee a un pariente cercano: con respeto, con paciencia y con la conciencia de que convivir con ella es un pacto silencioso de corresponsabilidad. Las prácticas agrícolas, los conocimientos locales y las festividades comunitarias forman parte del tejido cultural que enriquece este territorio tanto como su biodiversidad.

Para quien llega por primera vez, Manantlán ofrece un encuentro íntimo con la naturaleza. El visitante puede internarse en senderos donde la vegetación cambia con cada curva, escuchar el rumor del viento entre los pinos, observar aves en sus rutas matutinas o simplemente caminar hacia los miradores que se abren ante la inmensidad de los valles. 

En la Estación Científica Las Joyas, uno de los puntos estratégicos de investigación dentro de la zona núcleo, es posible acceder a recorridos guiados, talleres y actividades de educación ambiental que permiten comprender el impacto científico y social de esta reserva. Es un espacio donde científicos, estudiantes y curiosos coinciden para aprender de la montaña y reconocer su fragilidad. 

Para quien llega por primera vez, Manantlán ofrece un encuentro íntimo con la naturaleza. UNIVERSIDAD DE GUADALAJARA
Para quien llega por primera vez, Manantlán ofrece un encuentro íntimo con la naturaleza. UNIVERSIDAD DE GUADALAJARA

Caminar por Manantlán es una experiencia que rebasa lo puramente visual; es encontrarse con un territorio que respira, que murmura, que recuerda. A medida que avanza el día, los sonidos de la vida silvestre acompañan al viajero: un crujido entre la maleza, el aleteo repentino de una guacamaya, la sombra que se desliza entre los troncos como si fuera parte del viento. Es imposible no sentir la urgencia de conservar un sitio así, donde cada especie cumple una función vital y cada rincón guarda historias que aún no terminan de contarse.

Llegar a Manantlán desde Guadalajara implica recorrer hacia el suroeste la carretera a Barra de Navidad, avanzar hasta Autlán de Navarro y, desde ahí, internarse por caminos secundarios que ascienden hacia las comunidades serranas y los accesos a la reserva. El trayecto, de entre tres y cuatro horas, es un recordatorio de cómo el paisaje se transforma mientras uno se aproxima a la montaña.

La importancia de mantener vivo este pulmón de la naturaleza

Pero así como es vasto y bello, Manantlán enfrenta riesgos constantes: la deforestación clandestina, los incendios provocados, la expansión agrícola sin control, la presión minera y el impacto del cambio climático que altera los patrones de lluvia y la regeneración de sus bosques. 

Cuidar este sitio implica más que una visita respetuosa: es apoyar proyectos comunitarios, contratar guías locales, seguir los senderos establecidos, evitar cualquier actividad que implique basura o extracción de flora y fauna, y participar —aunque sea desde lejos— en la defensa del territorio. El turismo consciente, la educación ambiental y el reconocimiento de las comunidades guardianas pueden convertirse en las mejores herramientas para asegurar que Manantlán siga respirando por muchas generaciones más.

Cuando el sol empieza a descender y la sierra se tiñe de ocres y naranjas, el visitante comprende por qué este lugar ha sido defendido y estudiado con tanto empeño. Manantlán no es solo un refugio de biodiversidad; es un recordatorio de aquello que permanece cuando el ritmo acelerado del mundo se detiene. 

Es una invitación a mirar de nuevo, a escuchar con cuidado y a caminar con respeto. Una montaña donde aún late la vida en su forma más primigenia, y que espera, paciente, que el ser humano se acerque para aprender, no para conquistar. 

EE

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