La imagen del lago platinado cautivo entre cerros inmensos, las embarcaciones meciéndose apenas con el mismo viento de oro que enchina las aguas, las gaviotas inmóviles admirándose a sí mismas en la superficie trémula entre lirios, son postales que se encuentran presentes desde siempre en la memoria y el corazón de los tapatíos.Chapala es parte de la identidad histórica y cultural de Jalisco. No solo es un referente turístico sino histórico, escenario de batallas del pasado, y en sus riberas mansas se han encontrado infinitos registros antropológicos que dan testimonio de los pueblos antiguos y sus costumbres a la sombra del guamúchil. Al día de hoy sigue siendo escenario de resistencias como lo es el caso de Mezcala, entidad que responde a una lógica distinta a la del orden oficial.Chapala es también una de las fuentes de agua más importantes para la Zona Metropolitana de Guadalajara, y es el lago más grande de México. Su importancia es vital para el balance ecológico del área que circunda, la regulación de la temperatura, y es imprescindible para el futuro de la urbe. Tiene dos islas con alto valor histórico y cultural: Mezcala, y Los Alacranes. Su ribera es hogar de todo tipo de especies endémicas, desde peces hasta cangrejos -y muchos otros animales que por nuestro descuido se extinguieron- es refugio temporal de aves migratorias, y alguna vez, en sus alrededores -no en el lago como tal- llegaron a documentarse ajolotes. De acuerdo con el Gobierno de Jalisco, Chapala significa “lugar de búcaros u ollas pequeñas” (náhuatl); “lugar muy mojado o empapado” (coca), o el “lugar de chapulines sobre el agua” (náhuatl). En las aguas plácidas de Chapala se congrega un remanso de vida imprevista. Parvadas de patos, garzas inmóviles y gaviotas voraces, serpientes minúsculas que trazan en ondas breves su recorrido silencioso sobre la superficie del cielo repetido, y año con año legiones inesperadas de pelícanos borregones atraviesan las distancias de un continente entero para huir de los mares gélidos de Canadá y navegar sin contratiempos en la superficie platinada de Chapala.En cuanto a su tamaño, que abarca los territorios de Jalisco y Michoacán, Chapala no es más que un remanente de lo que alguna vez fue: de acuerdo con investigaciones científicas, hace siglos el lago pudo ser aproximadamente "treinta veces mayor a lo que hoy es".Cuando Nuño Beltrán de Guzmán dio inicio a su campaña de conquista en el siglo XVI, los primeros españoles desorientados que se adentraron en lo que hoy se conoce como la región de la Ciénega, creyeron que las corrientes en las que navegaban no eran las de un lago, sino de un océano: quedaron alucinados con la visión de las aguas extendiéndose mucho más allá del horizonte de su incertidumbre. En los mapas antiguos, Chapala aparece retratado, como una verdad irrefutable, como "mar Chapálico". De acuerdo con el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), la primera persona que apeló a los recursos de la imaginación para creer que lo que veía era un mar, y no un lago, fue Fray Antonio Tello en su Crónica Miscelánea de la Sancta Provincia de Xalisco (1653). En ella alabó el agua de Chapala, “dulce y sabrosa y tan limpia”. Así fue como lo describió: "Subiendo a lo alto del cerro se ve la laguna de Chapala, en la que entra el río Lerma o Toluca, o Salamanca (...) que entre todas lagunas se intitula el mar Chapálico: tan especial que siendo sus aguas dulces y saludables, son sus arenas limpias y está libre de cieno y atolladeros; sus playas son en algunas partes muy esparcidas y en otras las aguas chocan en riscos y peñascos, levantando olas y sus resacas arrojan conchas y caracoles (...) produce en abundancia pescado bagre deleitoso al gusto, tan grande que desde una cuarta llega su variedad a vara y media y el blanco llega a media vara; tan sano que a ningún enfermo se le prohíbe y no hay pescado como el en todo el reino".Por su parte, el ilustre sabio don Mariano de la Bárcena y Ramos, anticipándose cuatro siglos a los estragos de la gentrificación, predijo que en Chapala se levantarían casonas en su borde “como en Suiza”.Hoy Chapala dista mucho de lo que fue en el pasado. Sus callejones de piedras y bugambilias sirven de refugio para gringos y canadienses retirados que cambian la lógica cotidiana con la intransigencia del dólar. El lago se reduce poco a poco con asentamientos urbanos irregulares que el gobierno avala y permite incluso en zonas federales. Los alrededores del lago se secan con los cultivos crecientes de berries, como planicies metálicas sin fin que le dan un aspecto de alambre al horizonte.El uso desmedido y la explotación del lago como una de las principales fuentes de agua de la zona metropolitana de Guadalajara lo han llevado a periodos críticos de sequía, como el de la temporada de calor de este año, en la que nuestro lago llegó a alcanzar el 30% de su capacidad total. Al momento, según la Comisión Estatal del Agua de Jalisco, Chapala se encuentra al 43.8200% de su nivel.Del Chapala que inspiró a tantos artistas y atrajo a tantos extranjeros, no quedan más que los recuerdos. Marta Gutiérrez recuerda cuando, en su juventud, pasó su luna de miel en Chapala. No tenía más que dieciocho años, y junto con su esposo, tardaron poco más de tres horas, desde Guadalajara, en llegar al destino a través de un camino de terracería y rocas.Cuando vio por primera vez a Chapala bajando por las curvas despedradas del cerro, desde el interior de su carro destartalado, creyó, efectivamente, que lo que veía en el horizonte de plata era el océano mismo. Se hospedaron en un hotel frente al lago, entre enramadas y arbustos de bugambilias, a mediados de 1950, cuando Agustín Yáñez gobernaba Jalisco, y Adolfo Ruiz Cortines regía México.Esas eran los posibilidades que Chapala ofrecía entonces, con playas en sus orillas frescas y en su arena limpia, y había tanta agua que incluso se formaban olas donde la gente nadaba. Decían que era "un mar para los pobres". A Marta no le importaba. Fue feliz. Muchas otras veces a lo largo de su vida regresó al lago, incluso después de que falleciera su esposo. Quedó en su memoria el mecer de los árboles, las risas de los niños, las gaviotas al atardecer suspendidas sobre las olas del lago. Chapala jamás volvió a ser el mismo. FS