Altagracia Gómez Sierra se mensajea por celular con Claudia Sheinbaum. Lo contó hace poco en una entrevista.Tiene el privilegio de hablar directamente con la Presidenta de México. Uno más de los muchos que gozó desde niña y como heredera del emporio empresarial de su familia y padre, el jalisciense Raymundo Gómez Flores.En 2022, Altagracia concedió una entrevista al conductor de un podcast cuando aún era desconocida. En aquella charla ofreció una clave para entender su ética como empresaria y persona, en donde la consciencia de su privilegio ocupa un lugar central.En ese momento, Altagracia, abogada por la Escuela Libre de Derecho, ya presidía el Grupo Promotora Empresarial de Occidente, conglomerado integrado por empresas como Minsa, la segunda productora mundial de harina de maíz; Dina, dedicada a la fabricación de autobuses; y Almer, compañía líder en servicios de logística y almacenaje, entre otras firmas exitosas en el ramo inmobiliario, agronegocios, manufactura y soluciones financieras.Hoy, a sus 33 años, Altagracia funge como coordinadora del Consejo Asesor Empresarial de Presidencia de la República, un cargo honorífico. En resumen es el enlace entre el Gobierno federal y los empresarios.La historia de la riqueza de la familia de Altagracia se catapultó durante la década del salinismo al beneficiarse de la ola privatizadora. Su padre, Gómez Flores, adquirió las empresas paraestatales Minsa, Dina y Almer. También intentó comprar sin éxito TV Azteca.De ese gran salto al neoliberalismo privatizador a fines de los noventa nació la fortuna de los Gómez Flores y de al menos 22 familias mexicanas, entre ellas la del magnate Carlos Slim.Altagracia ha hablado sin rodeos de esta, llamémosla, “paradoja histórica”, ahora desde su posición como promotora del segundo piso de la 4T, que reniega del neoliberalismo y del Fobaproa, a pesar de que este último también benefició a su familia.La empresaria jalisciense no es una usuaria activa de redes sociales, pero enciende las redes y acapara titulares cada vez que tiene un acto público.Su elocuencia ante el micrófono desgrana con facilidad el lenguaje empresarial del éxito. Y eso encanta a las audiencias digitales y sorprende al empresariado. Combina el vocabulario técnico con ideas y juegos de palabras: ser disruptivo sin ser destructivo. Continuidad con cambio. Convencer en vez de vencer. El poder nadie te lo da, se toma. Se hace lo que se puede y lo necesario. Nearshoring.Su particular vestimenta, que recuerda más a una emperadora rusa que a una empresaria tapatía tradicional, es una vía de autoafirmación en un mundo, el de los negocios, dominado por hombres: “Si ves 100 trajes negros y una niña de rosa, sí llama la atención”, ha dicho.Altagracia cuenta que su padre le leía cada año la Carta de Álvaro Obregón a su hijo al cumplir 18 años. En ella, el político mexicano advierte los peligros de crecer con privilegios: “Los que nacen y crecen bajo el amparo de posiciones elevadas están condenados por una ley fatal, a mirar siempre para abajo”.La carta es una invitación a la autocrítica para construir una ética del esfuerzo sin perderse en un mundo irreal de atención y privilegios.Altagracia cuenta que conoció a Sheinbaum en una audiencia ciudadana en 2019 en la CDMX. Después coincidieron en una reunión sobre el alza del precio de la tortilla. El flechazo fue mutuo.En aquella entrevista de hace años, cuando aún era desconocida, Altagracia declaró: “A mí me conocen los que me convenga que me conozcan”. Hoy, todo el mundo habla de ella.