Jueves, 26 de Diciembre 2024

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Necrológica

Por: Augusto Chacón

Necrológica

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A ver,  a ver… José Agustín, Ramírez de apellido de ocupación escritor, resolló por primera vez en Guadalajara, una semana de agosto especialmente seca (la verdad, quién sabe, pero suponer que por esos días de 1944 la provinciana Perla de Occidente olía a tierra mojada no tiene chiste). Dicha su oriundez al modo que Gustavo Sainz, su compañero de adscripción literaria, usó en la novela La princesa del palacio de hierro: de “Guadalajara Pues”. Punto. Que sus papás decidieran, un mes después, irlo a registrar a Acapulco no es culpa de la bendita tierra que lo vio nacer. ¿O sí? Al cabo los escritores de Jalisco que aparecen en el balcón nacional previamente fueron tránsfugas; hasta en eso fue prematuro José Agustín: se lo llevaron de acá y aún no había publicado algo.

Cuando uno como él muere, y no es que haya tantos, se manifiestan oportunismos de todo tipo; yo elegí para incluir en esta elegía disfuncional el chovinismo, sólo para que esté donde esté, si es que está, se ría y socarronamente responda (los estudiosos de la cultura, que en circunstancias de obituario de las letras brotan por generación espontánea, no dirían socarronamente sino contraculturalmente): da igual donde nací, acabé pelándome de este mundo en Cuautla, lugar al que yo solito me llevé. (Nada más cómodo que hacer hablar a los muertos, ni modo que aleguen).

El caso es que el difunto a temprana edad quiso darse el destino de las letras, confesado por él mismo y constatado por el hecho de que apenas completaba dos décadas y ya había quien viera mérito a sus textos, y quien los editara, a lo mejor por una cualidad que la solemnidad que casi inevitablemente acarrea el ser escribidor reconocido, premiado y querido (esto último no se le concede a cualquiera que publique) no le sustrajo: la sencillez aparente de sus narraciones. Te dispones a los relatos de José Agustín, párrafo uno, y sin notarlo comienzas a vivir vidas ajenas, nomás para páginas adentro darte cuenta de que ni tan ajenas; la estancia vital de sus personajes termina siendo parte de ti y de repente columbras que aquéllos, los de ficción, son tú, con todo y sus ámbitos y su lenguaje, elemento esencial, personaje también, de la literatura de José Agustín, no porque sea el que usas cotidianamente, sino porque sin él no es posible el hábitat ni el espíritu ni los modos de sus creaturas, principalmente los de una de ellas, su creación más rejega y fiel, a la que nomás intuía mientras escribía: tú, cuando lo lees. Por cierto, en su crónica histórica Tragicomedia mexicana, tres tomos, de 1940 a 1994, el bestiario político que reseña parece de puritita ficción; seguramente en un siglo tendrán que añadir un epígrafe a esta obra: les juramos, por ésta, que todo lo que se cuenta ocurrió.

Otro oportunismo recurrente cuando la patria literaria está de luto consiste en levantar la mano para afirmar: yo lo conocí; y a soltar la anécdota, generalmente anodina, que el referido ya no está en condiciones de desmentir. Ni modo que me resista a incurrir en tan socorrida práctica, con una aclaración: yo no lo conocí, ni de lejos lo vi, aunque hace años, gracias a un amigo, pude mandarle un mensaje que recibió gozoso: lo compartió con su esposa y ambos, de acuerdo con mi amigo, rieron. Todo comenzó una tarde tapatía; clima y compañía ideal para conversar sobre libros. García Márquez, si he de ser oportunista lo seré a fondo, por ejemplo, citando a García Márquez, alguna vez sentenció: sólo hay algo mejor que la música, hablar de música… pues bien, sólo hay algo mejor que los libros, hablar de libros; así, en el grupo que aquella tarde platicábamos, Jorge Esquinca, otro que desde su más tierna infancia optó por la profesión de escritor, poeta, para precisar, más bien: Poeta, presumió que por obligaciones de sus quehaceres iría a Oaxaca y se encontraría, entre otros, con José Agustín. Yo, que desde mi temprana adolescencia, convertido por De perfil, obra del finado, decidí ser su devoto, le pedí al poeta que le llevara de mi parte un homenaje oral; Jorge, buen amigo y por eso cumplidor de lo que promete, lo hizo y trajo razón de lo ocurrido, la hilaridad ya comentada. No revelaré el contenido, no vaya a ser que José Agustín decida dejar el estado en el que ahora se encuentra, apersonarse y sacarme un susto para el que ya no estoy. Lo acepto, mi oportunismo es más bien chafa (¿no lo son todos los oportunismos?).

Escribir sobre el dolor. Cualquiera pasó por uno más grande y por ello nos valemos del propio para insinuar, consciente o inconscientemente, que no comparamos: es nuestro y apelamos a que los demás se identifiquen con él, ni mayor ni menor: único, eso sí. Asumir dolor por la muerte de alguien a quien conocimos sólo de leídas es el culmen del oportunismo pestilente; la relación profunda con los libros es tan personal que es incomunicable. Por lo que no diré de dolor, tampoco de pena o de “pérdida irreparable” y menos “nos queda su obra”; en cambio, copiaré un fragmento de un poema de Jaime Sabines, Recado a Rosario Castellanos, ante la muerte sorpresiva de ella en Israel. El dolor a Sabines se le declaró con enojo, o era tanto que prefirió escribir que estaba enojado: “¡Claro que es todo, es todo! /Lo bueno es que hablan bien en el Excélsior / y estoy seguro de que algunos lloran, / te van a dedicar tus suplementos, / poemas mejores que éste, estudios, glosas, / ¡qué gran publicidad tienes ahora! //La próxima vez que platiquemos /te diré todo el resto. //Ya no estoy enojado. /Hace mucho calor en Sinaloa. /Voy a irme a la alberca a echarme un trago”.

agustino20@gmail.com

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