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Narcoguerra: la historia atroz de los cuerpos

Por: Jonathan Lomelí

Narcoguerra: la historia atroz de los cuerpos

Narcoguerra: la historia atroz de los cuerpos

La mañana del jueves 24 de noviembre de 2011, a las 06:11 horas, abandonaron tres camionetas en los Arcos del Milenio de Guadalajara con un mensaje escalofriante a bordo: 26 cadáveres. Todos eran cuerpos de jóvenes entre 25 y 30 años, decapitados, asfixiados, amordazados. Todos con una leyenda sangrienta en el pecho: “Millenium”.

EL INFORMADOR tituló al otro día: “Guadalajara registra en una mañana la escena más violenta de su historia” (nadie imaginó lo que vino después). La autoridad explicó que se trataba de una represalia del cártel Nueva Generación contra la intromisión de los Zetas y el Cártel del Milenio. Días antes se reportó una ola de “levantones” en distintas colonias de la metrópoli.

La violencia gradual del narcotráfico en Jalisco y el país también puede narrarse a través de los cuerpos y su desechabilidad. En una primera fase, arrojaban los cuerpos en brechas, canales y baldíos. “Tlajomulco es el tiradero de cadáveres de la metrópoli”, titulaban los periódicos. El cuerpo es un desecho del que hay que desembarazarse como de un no-alumbramiento.

Luego vino la espectacularidad atroz: colgar cadáveres de los puentes. Inscribir mensajes sangrientos sobre la carne, mutilar, marcar y exponer a la luz pública un amontonadero inmirable. Detrás se escondía la mediatización del acto: no bastaba la barbarie; había que mandar un mensaje de control y poder. Con esa muerte rutilante y fragmentada, semi industrializada, comenzó la crisis forense.

En algún momento, esta espectacularización de la muerte tuvo un costo político muy alto. La autoridad podía perder el territorio y los ciudadanos la vida, pero no el control mediático cuando la narrativa apuntó a un “Estado fallido”. En ese momento los criminales idearon las primeras formas de “ocultamiento” de los cuerpos: la disolución en ácido. Esta etapa marca otro fenómeno cada vez más intensivo: las desapariciones.

Santiago Meza, “El pozolero”, acusado de disolver en 2009 a más de 300 personas para el cártel de Tijuana, encarna la apoteosis de este sistema de fluidificación de los cuerpos conectado a una coladera. En Jalisco ocurrió con los tres estudiantes de cine.

Pero este mecanismo era caro, lento y escandaloso por su fetidez. Esto dio paso a la etapa actual: las fosas clandestinas. La fosa, más allá de simple receptáculo del cuerpo, se ha convertido en un sistema de silenciamiento (la violencia muda más atroz). Pero no sólo se trata de desaparecer sino de romper la unicidad del cuerpo, ofender su dignidad y colapsar los sistemas forenses de identificación.

Naturalmente, este relato no sigue una evolución lineal ni territorialmente uniforme, pero más o menos describe las etapas de la violencia encarnizada contra los cuerpos.

Hoy Jalisco es epicentro de las desapariciones y las fosas clandestinas. Este 2023 se han localizado cinco fosas –dos el fin de semana– con una cuarentena de cadáveres, lo que anticipa otro año fatídico.

En 2011 nadie imaginó la frontera que ha alcanzado esta barbarie, ¿alguien imagina algo peor a una fosa clandestina con cuerpos desmembrados y miles de desaparecidos?    

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