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Moussambani: el antihéroe

Moussambani: el antihéroe
Eric Moussambani se inscribió para participar en los Juegos Olímpicos sin saber nadar. Lo único que quería era viajar, y cuando escuchó en la radio que estaban buscando atletas para la justa deportiva internacional, vio la oportunidad y se anotó.
A la convocatoria sólo acudieron él y una chica. Así que lo seleccionaron para competir en la prueba reina varonil: 100 metros de nado libre. El joven, que entonces tenía 22 años, participaría en Sídney 2000, representando a su pequeño país africano, Guinea Ecuatorial.
Mientras profesionales y estrellas internacionales de la natación llevaban años preparándose de forma profesional, el joven africano tenía sólo seis meses para entrenar un deporte del que apenas tenía nociones.
¡Moussambani estaba feliz! No sabía nadar, no tenía idea de qué eran los Juegos Olímpicos ni tampoco dónde estaba Australia, pero cumpliría su sueño de viajar. Y comenzó a prepararse para la competencia nadando en el mar y la pequeña alberca de un hotel (a las 5:00 de la madrugada, cuando no la usaran los huéspedes).
“En Guinea no teníamos piscinas olímpicas. En la piscina donde yo entrenaba era en el antiguo Hotel Ureka. Era una piscina de 12 metros”, dijo en una entrevista. La primera vez que vio una alberca olímpica fue en Sídney. Se impactó. Medía 50 metros, que le parecieron más de 100… inmensa.
A la competencia llegó sin saber cómo coordinar los movimientos de brazos y piernas con la respiración en el agua… y también sin traje de baño reglamentario ni gafas acuáticas. La federación de atletas de su país no le había dado nada; llevaba unas bermudas de playa que había comprado en una tienda de segunda mano. Lo descalificarían por ir vestido así. Pero la suerte estuvo nuevamente de su lado: un entrenador sudafricano le ayudó prestándole la indumentaria.
El 19 de septiembre de 2000, Moussambani se paró frente a la alberca olímpica junto a otros dos competidores (de Níger y Tayikistán). Los tres atletas no tenían experiencia y llegaron sin cumplir con las marcas clasificatorias, gracias a un programa de solidaridad olímpica para países en vías de desarrollo.
A los dos contendientes los descalificaron por partir en falso y Éric Moussambani quedó solo en la alberca; la competencia era contra él mismo. El oro ya estaba ganado, únicamente había que nadar.
Realizó la ida y vuelta en la alberca olímpica. Los primeros 50 metros los nadó con todas sus fuerzas, pero cuando iba de regreso casi se ahoga del cansancio. Parecía que quería detenerse, que no podía más; daba brazadas sin técnica y manotazos en el agua para no hundirse. Los más de 10 mil asistentes del estadio olímpico lo notaron, le aplaudieron, le dieron ánimos para seguir y terminó la carrera en un minuto y 52 segundos.
Éric Moussambani hizo historia: se convirtió en el nadador olímpico más lento, ¡y ganó la medalla de oro! Hizo honor a la frase: “Lo importante es participar”. En su país lo recibieron como héroe, con la promesa de dos albercas olímpicas y el interés de otros jóvenes por el deporte. Y se convirtió en seleccionador del equipo de natación.
En tiempos tan convulsos necesitamos tener presentes más historias en las que destaquen las motivaciones y los propósitos de vida; que nos saquen de la oscuridad, de la apatía, de las atrocidades. Moussambani quería viajar y consiguió más que eso porque fue valiente y se atrevió. Muchos límites solo están en la mente. No es que el destino te lleve a algún lado, sino tus decisiones.
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