Miércoles, 25 de Diciembre 2024

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Moralismo e hipocresía

Por: Diego Petersen

Moralismo e hipocresía

Moralismo e hipocresía

El moralismo es la exaltación de ciertos valores que otorgan superioridad a quien dicen profesarlos sobre aquellos otros que no los tienen. Es la exaltación y no la práctica de esos valores lo que define al moralismo y por lo mismo la hipocresía es desde el día uno la acompañante del moralista. El moralismo y la hipocresía nacieron con apenas unas horas de diferencia, y no vive la una sin la otra. Son una de las parejas más antiguas y fieles de la historia; dos caras de la misma moneda.

En todo sistema de valores, sea dentro de una religión o de un movimiento político, la prédica de la superioridad moral es lo que crea doctrina y sentido de pertenencia. Los que dicen practicar la doctrina pasan de inmediato al lado de los buenos, de los que se van a salvar, los que merecerán el juicio positivo sea de Dios o de la Historia (los dos con sendas mayúsculas que marcan su carácter único de nombre propio). La hermosa paradoja es que la hegemonía de un sistema de valores genera un sistema de poder que es por definición amoral. De ahí la importancia de la hipocresía.

¿Cómo superará Morena escándalos como la boda de un subsecretario en el Museo Nacional de las Artes? ¿Cómo sancionará los excesos del líder de la cámara baja, Ricardo Monreal y su compadre Pedro Haces? ¿Cómo procesarán los excesos de poder del líder de los senadores, Adán Augusto López, quien beneficia a sus amigos con contratos de adjudicación directa a sobreprecio? Pero, ¿por qué no lo habrían de hacer, si lo mismo hacían los hijos del líder moral del Movimiento, si su esposa cerró el Zócalo y paralizó el Gobierno para presentar un libro, su libro, si el hijo mayor del creador y predicador máximo del sistema de valores vivía con lujos en una casa en Houston prestada por un proveedor del Gobierno?

Lo harán como lo han hecho todos los sistemas de poder nacidos del moralismo: con hipocresía. Expulsarán del paraíso a quienes hayan denunciado, serán implacables con el traidor y el mensajero, quemarán a uno o dos en leña verde acusados de traición al sistema de valores, pero nunca tocarán a la secretaria que apadrinó la boda, al líder que hizo desplantes de ostentación, al corrupto que usó su poder para asignar contratos.

Lo que distingue una democracia de un movimiento político moralista no es la calidad de las personas que componen el régimen -en ambos habrá buenos y malos funcionarios, corrupción y abuso de poder- sino la forma de procesarlo. En la democracia, idealmente, la corrupción la sanciona el sistema legal; en un movimiento político lo hace el líder moral, quien encarna como ninguno a la hipocresía.

diego.petersen@informador.com.mx

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