Claudia Sheinbaum abrió el debate presentándose como heredera del movimiento estudiantil del 68 y cerró rasgándose las vestiduras por los gobiernos del PRI que perpetraron la masacre del 2 de octubre. Ninguno de los candidatos opositores, ni Xóchitl ni Máynez, aprovecharon el regalo que les puso la candidata de Morena botando y en el área para rematar a gol. En el caso de Gálvez claramente fue por ignorancia; no parece importarle mucho la historia. Los motivos del candidato emecista me temo que son más rebuscados, pues efectivamente pareciera existir un acuerdo, no necesariamente explícito, de no tocar “a la doctora”. El pacto no es más que la deriva del planteamiento que hizo hace un par de años Dante Delgado al interior del partido naranja de que no era momento de pelearse con el Presidente López Obrador. Nadie es responsable de lo que hace su abuelo, pero hubiera sido el momento de recordarle a Sheinbaum que el responsable militar de la matanza del 2 de octubre en Tlatelolco fue el general Marcelino García Barragán, abuelo de Omar García Harfuch y que sería bueno saber, al menos, cuál es la versión de la familia de lo sucedido aquella noche fatídica y cuál es la visión de Omar, su pilar en política de seguridad, sobre el movimiento que ella considera su cuna política.Más allá de eso, lo que no queda claro en el discurso de Claudia -e insisto, la dejaron ir viva- es cómo concibe alguien que se dice hija del 68 la presencia de los militares en el Gobierno, cómo encajan los ideales libertarios y de derechos civiles de aquel movimiento estudiantil con un Gobierno donde los generales tienen más poder que nunca desde que dejaron la Presidencia de la República hace 72 años. Cómo combina la mujer activista del CEU (Consejo Estudiantil Universitario) de 1986 y luchadora contra el fraude electoral de 1988 con su militancia en Morena al lado de Manuel Bartlett, de Ignacio Ovalle o el propio Alfonso Durazo.Decía Luis González de Alba, él sí uno de los líderes del 68 que estuvo preso en Lecumberri, que si algo distinguía a esa generación era la falta de autocrítica, que muchos de los que participaron en el movimiento estudiantil se quedaron instalados en la eterna victimización y no fueron capaces de entender ni siquiera lo que habían logrado, menos aún de pensar en aquello en lo que se habían equivocado. Claudia no es de esa generación, aunque sí parece haber heredado junto con los ideales, esa falta de autocrítica. La mejor manera de honrar la memoria de las víctimas de la matanza de Tlatelolco es regresando a las Fuerzas Armadas a los cuarteles. Lo demás es rollo. Nadie le pide que lo haga de la noche a la mañana, pero sí que exista un plan claro y específico para que la Guardia Nacional sea civil.diego.petersen@informador.com.mx