Viernes, 27 de Diciembre 2024

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Diario de un espectador

Por: Juan Palomar

Diario de un espectador

Diario de un espectador

Atmosféricas. La brasa, ay, tan efímera de un delicado y la conciencia del fuego central que asegura la vida del planeta todo. Control terrestre a señor X, quien pilotea su aeroplano en el fondo de la noche. El murciélago de guardia cumple sus trabajos. El jardín reúne todas su flores y las manda a la princesa, con alguna esperanza.

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I heard you threw your lot along with the poor. Albañiles y arquitectos. El inmenso Leonard Cohen, un verso indeleble, iluminador. Van traducciones: Oí que te la rifaste con los pobres. Supe que aventaste tu resto por los desheredados. Oigo que jugaste entera tu fortuna por los jodidos. Me dicen que todo lo arriesgaste por los desheredados. Palabras deseables para el Juicio Final. Particular homenaje para los jesuitas de Japón, para los franciscanos de California, para el Padre Ellacuria y compañeros, para Teresa de Calcuta, para el Padre Cuéllar, para Tita Lola, para JP y R, para todos los Blade Runners que peligrosamente han navegado en las borrascas de la Nave de Pedro. Para la caballería ligera de la Iglesia, siempre en los inciertos confines del reino.

Para todos los ingenieros que, hermanos de sus albañiles, se la han jugado con ellos, junto con raros arquitectos. Para la sal de la Tierra.

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De transcripciones: la libreta verde llamando al triángulo verde.

Mi poema

            -tu poema-

siempre está empezando

como está empezando

            -siempre-

el mundo

con las flores que se abren

con las estrellas que nacen

Mi poema

            -tu poema-

es un poema atormentado

roca que recibe el beso del mar

se cubre de agua y de sal

de viento y de sol

Mi verso

            -tu verso-

nació del caminar

de la brisa y del cansancio de esperar

del polvo del camino

de mis huellas

de la luz de las estrellas

del viento de flores

            -salvajes-

como el aliento del viento

verso de amor

y verso de odio

de fuego y de lluvia

de recuerdo y de esperanza

de ausencia que llora

presencia de auroras

de tardes sin horas

y de empiezos

            -sin rumbo-

(1971)

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Más de Notre Dame. La obviedad de la tentación del techo de vidrio contra la custodia de una cierta penumbra. Vigencia de cierto recóndito azoro, menosprecio de lo sagrado: hacer tontamente del techo de Nuestra Señora de Toda la Francia un bobo mirador indiscriminado, como si se tratara de la Torre Eiffel. Tal vez lo más sagrado de Notre Dame, después de su tabernáculo de oro y su imagen de la guadalupana, sea la penumbra de diez siglos que guardaba su techumbre, sostenida por un bosque -veintiocho hectáreas de robledales- viviente y fervoroso. No hay más que releer a Bachelard, a Tanizaki. Pero los ganosos arquitectos, en cambio, pueden usar sus ansias de gloria en la reposición de la extinta aguja de Violet-Le-Duc. Allí sí, respetando exactamente la escala y sobre todo la intención: cohete al cielo, despunte de todas las esperanzas, anhelos de eternidad, bravío desafío al tiempo y al cielo de la Isla de Francia, antena que enlaza todas las catedrales que han sido, aguja que teje con el tiempo la tela esplendorosa de todas las plegarias. Será construida sabiendo que esa aguja resistió dos guerras, que imantó por siempre las miradas de millones de gentes, ensartó incontables corazones en un rosario que nunca termina. Vio volar a Saint-Exupéry, convirtió a Paul Claudel, redimió el suicidio de Antonieta Rivas Mercado, dio alas a Victor Hugo, fue cantada por Péguy, confundió a los infieles, hizo soñar a los surrealistas. Su sombra deberá seguir midiendo el tiempo sobre el gran reloj de sol que es París. Algún joven arquitecto nuevo habrá, tal vez, de leer estas líneas conmocionadas. Pero se ocupa un absoluto Blade Runner...

 jpalomar@informador.com.mx

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