Es interesante que en los tiempos antiguos la ciudad fuera más la comunidad que su ubicación material, de manera que se pudiera andar con ella a cuestas y ponerla aquí o allá, a tenor de las circunstancias y los intereses. Para quienes fundaron Guadalajara, la ciudad eran ellos, independientemente de donde la radicaran, y si hoy vivieran, invariablemente afirmarían que su ciudad se fundó en 1532, como de hecho fue. Cierto, nació en esa fecha como villa, pero ya para el 9 de noviembre de 1539 esa villa ambulante había obtenido el título de ciudad y su respectivo escudo de armas. No obstante, nosotros, hasta ahora, seguimos celebrando la data de su última reubicación, aún si para esos años la entonces villa tenía diez años de existir, y tres de ostentar el título de ciudad.Y, sin embargo, lo importante no es tanto la precisión histórica, como la conservación y transmisión de la identidad, una identidad fraguada a lo largo de los siglos, identidad que fue capaz de crear una genuina “cultura tapatía”; es decir, una específica forma de ser y de estar distinta y diferenciada de la que se puede observar en otras ciudades de México o de cualquier otro país.A tenor de estos hechos, es claro que celebrar la fundación de la ciudad es celebrar la identidad misma de la ciudad y los años que tiene de existir en el mundo, como celebra una persona su cumpleaños y se le felicita por seguir existiendo, pero ¿y si tiene Alzheimer? ¿Y si por lo tanto ya no sabe ni quién es? ¿O si por un golpe del destino ha perdido la memoria? Una persona con amnesia, demencia senil o con Alzheimer vive casi todo el tiempo en el instante, confunde su pasado, a veces lo recuerda alterado, manda saludos a personas que murieron hace mucho, o aún dice acabarlas de ver, y eso justamente pasa hoy a mucha gente de Guadalajara, celebramos en realidad su presente, y eso está muy bien, pero ignoramos su pasado y eso es muy grave porque la identidad y la cultura de la ciudad acabarán por perderse.Y es que no tenemos programas que ayuden a los inmigrantes a integrarse en la ciudad, en vez de destruirla, usarla y alterarla. Las escuelas públicas y privadas se han olvidado por completo de esta misión, transmitir la cultura local, crear ciudadanía desde lo que es y significa la propia ciudad en la cual se vive, identificar aquello que nos caracteriza más allá del folklore, del mariachi, las tortas ahogadas y el tequila, elementos desde luego importantes, pero que son efecto, no causa de nuestra cultura regional.En su momento, Agustín Yáñez habló del “genio y figuras de Guadalajara”, una pequeña obra de grandes alcances que retrataba tres postales tapatías: la que vieron sus abuelos, la que vieron sus padres y la que veía él mismo, ésta en tres edades, la que vio de niño, la que veía de joven y nos faltó la Guadalajara que miró en sus años finales, lo cual nos facilita a nosotros una Guadalajara múltiple y polifacética, que ha superado desde hace mucho las fronteras municipales y también amenazado, hay que decirlo, las identidades conurbadas o les ha dado una nueva nomenclatura: la Guadalajara de Zapopan, la Guadalajara de San Pedro, la Guadalajara de Tonalá, demostrando que, a fin de cuentas, Guadalajara es toda su zona metropolitana, pero con sus reservas identitarias de pueblos y barrios.