Poco antes de las 8:30, el Degollado ya estaba lleno, y las conversaciones se escurrían entre las marejadas disonantes de los músicos afinando los instrumentos en el escenario, inmersos en su mundo distante, entre el mar de atriles. Cada concierto de la Orquesta Filarmónica de Jalisco representa en sí una ocasión irrepetible, tanto por los compositores que rescatan, las piezas que desempolvan, las rarezas musicales que exploran y las modernidades que se atreven a interpretar. Es una orquesta inquieta, ávida de escudriñar en cada posibilidad, pliegue y esquina inexplorada de la música. Pero un universo orquestal en el que no se habían adentrado tanto, quizá, era en el de Jalisco. Universo al que la noche de este jueves se le hizo justicia en el Programa 3 de la OFJ, en el que se transitó a través de compositores jaliscienses en tres tiempos: el pasado, el que se consolidó, y el que se escribe hoy.Con el teatro a media luz y las voces deshaciéndose en tosidos y suspiros lejanos, la noche dio inicio con "Atayala", de Marisol Jiménez, compositora tapatía que compuso la pieza exclusivamente para esta noche, pues le fue comisionada por la propia OFJ. La obra es el primer ejercicio de un proyecto de la Orquesta por comisionar a los músicos jaliscienses que hoy por hoy componen, crean, instruyen y comparten la música.Siendo la primera obra resultante de esta iniciativa certera, y cumpliendo un sueño propio de la infancia, Jímenez concibió la "Atayala" como una celebración del vivir. El resultado: algo contemporáneo y fuera de toda convención, alejado de melodías tradicionales y patrones comunes, e incluso los mismos músicos tocaban como solo una partitura así lo exigía: el pianista, incluso, se reclinaba sobre las cuerdas del piano para evocar en el silencio lo nunca oído. Los instrumentos no eran más que un medio para explorar el sonido. El sonido en todas sus texturas y capas, matices que como podían se agarraban del aire, percusiones que reverberaban como grillos, posibilidades sonoras que no son frecuentes en Jalisco. Y al final, Marisol Jiménez frente al público, después de que su pieza fuera tocada por vez primera, en su respectiva porción de eternidad. La mitad del Programa 3 dio un giro por completo distinto, haciéndose paso al territorio de Carlos Vidaurri y sus "Seis canciones místicas", media docena de pasajes luminosos, con una poesía propia -cada uno un universo distinto-y en ciertos momentos, cinematográficos. Un mosaico emocional, desde la alegría y la inquietud, la dicha y el desasosiego, la brillante plenitud con su certeza un tanto triste, porque sabe que quizá no dure mucho. Las seis piezas-Gozos, San José, Dolores, Azul, Humanidad y Perfume-, están basadas en los poemas de la también jalisciense Concha Mojica, y fueron cantados con el alma por el barítono Josué Cerón, invitado de honor en este concierto que por sus características será irrepetible. El maestro Vidaurri también pudo presenciar, materializándose en el aire, su propia obra. La noche llegó a su conclusión con el mundo trémulo de Blas Galindo. Un tremor inquieto, alejado de lo apacible, como un relámpago a mitad del cielo o el rugido de un temblor de tierra. Alejada de su estilo característico con el que forjó la identidad sonora de una nación en su respectivo tiempo, la Sinfonía 3 del jalisciense insigne demostró la arquitectura musical de Galindo, sus océanos encabritados y ráfagas intempestivas en un terreno ajeno al folclor. Cuatro movimientos -largo, andantino, lento y allegro—, que marcaron el final de la noche, que celebró la música concebida en Jalisco en tres tiempos, tres épocas, tres maneras nuestras de abordar y entender la música, y con ella, la realidad.