Viernes, 27 de Diciembre 2024
Jalisco | Tradición en Tonalá y Tlaquepaque

La devoción de la Santa Cruz en la región alfarera de Jalisco

La celebración en las crucitas nace del pueblo mismo en razón de sus propios anhelos y convicciones

Por: EL INFORMADOR

La tradición de colocar cruces en Tlaquepaque se remonta a la época de la Colonia. A. GARCÍA  /

La tradición de colocar cruces en Tlaquepaque se remonta a la época de la Colonia. A. GARCÍA /

TLAQUEPAQUE, JALISCO (01/MAY/2011).- Las fiestas populares de los barrios suelen ser hechos arraigados, acontecimientos esperados por aquellos que a la vez son protagonistas y espectadores. La celebración de la Santa Cruz en las crucitas para los municipios de Tonalá y Tlaquepaque, es relevante, antigua y significativa; es tradición que nace del pueblo mismo en razón de sus propios anhelos y convicciones.

Las festividades en torno a la Santa Cruz son procesos que han redundado tanto en la identidad comunitaria como en el enriquecimiento del patrimonio cultural intangible de la región alfarera de Jalisco.

Tonalá y Tlaquepaque tienen santos patrones conocidos regionalmente con celebraciones locales igualmente prestigiosas. ¿Por qué entonces estas comunidades forjaron la devoción a la Santa Cruz como una forma de religiosidad popular alterna a la veneración primaria?

La cruz de Cristo fue una reliquia buscada exhaustivamente en los primeros años de la Iglesia Católica. Fue una experiencia larga y turbulenta, que culminó con la designación del día 3 de mayo para conmemorar esa travesía. La cruz fue desde entonces el símbolo del cristianismo, los cristianos también la llevan consigo y suelen colocarla en el lugar más digno de sus hogares.

El origen de la devoción y la fiesta de la Santa Cruz en Tonalá viene del periodo de la Conquista, mezclándose la historia con el mito fundador del régimen colonial en el Occidente de México. Dice la crónica de 1530 que “tras la oportuna intervención del Apóstol Santiago en el momento crucial de la batalla del Cerro de la Reina, una voz pacificadora, la de Antonio de Segovia (…) improvisando un altar y en él una cruz fue celebrada la primera misa del Occidente de México”.

Años más adelante se construyeron otras cruces, esta vez como una forma de gratitud por la existencia de agua en la comunidad. El culto que vendrá después pretende reconocer esa bondad y garantizar su permanencia (Oscar Marrón: 2006, Las cruces de Tonalá, Ayuntamiento de Tonalá).

En el caso de Tlaquepaque, a decir de los vecinos, las crucitas existen desde tiempo inmemorial, incluso algunos de ellos señalan su origen en la época de la Colonia. Se afirma que se colocaron cuatro cruces, una en cada límite del territorio vecinal de Tlaquepaque, con la única finalidad de proteger a la población de las amenazas sobrenaturales que podían acecharlos: el diablo y la Llorona, además de otros entes semejantes.

María de la Luz Goche Melchor, habitante del barrio de Santo Santiago, recuerda las primeras ocasiones en que la comunidad se reunió a conmemorar la devoción de la Santa Cruz.

Siendo vecinos de Santa Cruz de las Huertas, se tenía conocimiento de la fiesta que allá se celebraba año con año. Luz Goche refiere que su abuelita Elena y una de sus tías, Severina, consideraron la posibilidad de vivir esa devoción en su propio barrio.

Iniciaron con la convocatoria entre los vecinos: se invitaba a “encender” el altar, primero un manteado en la calle y luego en el terreno que donó otro de sus parientes. En ese espacio se construyó lo que ahora es la capilla del barrio.

A la par, la señora Pomposa Fierros, otra de las tías de María de la Luz, preparaba un atole que repartía por la mañana del día 3 de mayo. El esposo de Elena ponía la cera; la música de viento en la calle armonizaba la compañía de los fieles.

Según los vecinos del barrio de Santo Santiago, las otras crucitas vendrían después con aquella finalidad inicialmente dicha: proteger al pueblo de las amenazas externas, incluidas las demoniacas.

En Tonalá también se propagó la construcción de cruces, si bien no se pensaba en amenazas extraterrenales, sí se consideró la posibilidad latente de perder uno de sus recursos vitales: el agua. Por mucho tiempo, y no sólo en Tonalá, el abasto de agua dependía de los mismos vecinos de las comunidades. Era una práctica habitual detectar los sitios donde podría sustraerse agua para abrir un pozo artesiano. El tiempo de vida de esos acuíferos es variable, así que se consideró fincar un nicho con una cruz para agradecer y a la vez, solicitar la protección divina que proveyó del agua para mantener inagotables aquellos pozos. Actualmente Tonalá cuenta con 17 capillas.

Algunos vecinos de Tlaquepaque que fueron parte de la construcción de cuatro capillas de las crucitas, recuerdan al sacerdote Susarrey, quien promovió la construcción de las capillas actuales. Francisca Núñez, del barrio de San Juan, recuerda cómo colaboró en la recaudación de fondos para la construcción: “Nos juntábamos la muchachada y decíamos: ‘¿Tú cuánto juntaste?’ Y así (se hizo también) para las campanas”.

En otros casos se sabe de elementos que fueron donados por fieles, desde los terrenos hasta algunos de los ornamentos de los edificios.

La contribución en especie, trabajo o efectivo es una forma de consolidar relaciones de arraigo con la comunidad: la colaboración entre los vecinos en un beneficio colectivo deviene en tratos leales y cercanos a lo largo de la vida. Incluso, los privilegios que se logran al ser bienhechor en la capilla de la crucita, implican que los herederos gozarán también de ciertos beneficios, por ejemplo la mayordomía de la capilla. Son varios los casos en que así ha sucedido, aunque también es cierto que en otros casos los herederos se retiran del barrio o simplemente dejan de participar, dejando la oportunidad a otros interesados en continuar con el compromiso.

La Santa Cruz, como otras tantas fiestas religiosas populares, permite a los vecinos encontrarse unidos por un elemento “místico”; se es parte del barrio por habitar en él, se es parte de la comunidad por participar en la organización de la celebración, pero también se puede ser parte de la fe, un elemento que provee trascendencia a los lazos entre las personas.

Igualmente, la instalación de las capillas en el entorno geográfico da opción a la presencia divina en el espacio de la vida ordinaria.
Las crucitas

Tlaquepaque

Barrio de San Francisco.
Barrio de Santo Santiago.
Barrio de San Juan.
Barrio de Santa María: la capilla nueva y la capilla vieja.

Tonalá


Cruz del Señor de la Misericordia.
Cruz de Metal.
Santa Cruz Blanca.
Cruz de la Alberca.
Capilla de Castiochepe.
Cruz de Castiogalvan.
Cruz de la Higuera.
Cruz del Arenal.
Cruz del Agua Caliente.
Cruz de la Capilla.
Cruz de la Escondida.
Cruz de la Magdalena.
Cruz del Ocote.
Cruz del Zapote.
Cruz del Pachagüillo.
Santa Cruz de la Sillita.
Cruz de San Isidro.

Bibliografía

En colaboración con el Círculo de Estudios Históricos de San Pedro Tlaquepaque, Ayuntamiento de Tlaquepaque, Jalisco 1995-1997. Ediciones y Dibujo Publicitario, Zapopan, Jal. , 1996.
Marrón, Oscar (et. al.) (2006) Las cruces de Tonalá. Cuadernillos Tepalcate. México, Ayuntamiento de Tonalá.
Manzano Hernández, María del Rocío (2008) “Las crucitas” En: Varios Autores, Tradiciones de mi pueblo. Guadalajara, Secretaría de Cultura (Colección Culturas Populares, 18).

Webgrafía

Sitio oficial de la Unesco-Cultura. Patrimonio inmaterial: http://portal.unesco.org/culture/es/ev.php-URL_ID=34325&URL_DO=DO_TOPIC&URL_SECTION=201.html
Consultado el 15 de Febrero de 2010.


La identidad del barrio

Los preparativos para la fiesta

La fiesta de la Santa Cruz en Tlaquepaque y Tonalá ha generado un sentido de identidad en cada barrio. En ambos municipios, ser parte de la celebración significa dar continuidad a lo que ha sido la tradición de sus antecesores. La identidad por barrio se manifiesta cuando se cuestiona a los participantes de la celebración acerca de los eventos propios y los ajenos; sin llegar a existir una competencia, sí se observa la competitividad en el deseo de diferenciarse en los gastos: la mejor banda de música, el mayor número de castillos y toda la parafernalia que da vida a la celebración.

En San Pedro Tlaquepaque, aunque varía en cada barrio, la secuencia de preparativos mantiene algunos elementos constantes en cada una de las cuatro capillas.

Los organizadores son los mayordomos, que año con año prevén las necesidades: el encendido, la pólvora y la música. Es común que se mantengan algunos cargos de modo permanente en algunas familias, el cargo de mayordomo es delegado por consenso en la comunidad que elige entre los herederos del mayordomo que ha muerto o que por su edad ya no puede atender la encomienda. Así encontramos mayordomos elegidos mucho tiempo atrás: don Pablo y don Faustino de los barrios de Santo Santiago y San Francisco; familias que se han ocupado de la mayordomía desde que ésta inició: la señora Carmen del barrio de San Juan y otros que se han preocupado por hacer de su cargo un medio para mejorar las relaciones en la comunidad.

Del 24 de abril al 2 de mayo se integra un novenario; para cada día se asigna el cargo de “encendedor”, quien es responsable del adorno interior y exterior de la capilla: flores, cera, papel o tela. En el devenir del tiempo, este deber puede ser compartido con la familia del encendedor o algunos vecinos que deseen cooperar con los gastos que la obligación implica. Es común en las cuatro crucitas de Tlaquepaque que los encendedores sean cargos permanentes y heredables; cuando no exista algún miembro del encargado que quiera mantenerse como responsable, entonces sí se abrirá a nuevos postulantes la responsabilidad de encender la capilla.

La pólvora es el complemento para el encendido, va desde un castillo hasta cohetes o toritos. Es un gasto que normalmente se reparte dados los costos. Cuando se da la ocasión, una sola persona o una familia, corre con los gastos en su totalidad. La música puede o no acompañar el novenario, si no existe un cooperador para esto se recurre a la música grabada; casi siempre en los tres últimos días del novenario figura la presencia de bandas o conjuntos para cerrar el día. En cada barrio se organizan grupos de cooperadores para la música que acompañará a la fiesta.

A modo de distinguirse, en los barrios hay pequeñas variantes: en el caso de la ermita de San Francisco, la señora Carlota Galán suele acompañar los rezos del rosario con un alabado que su padre escribió. En San Juan se organizan kermeses para obtener recursos, además de que se presume tener la cruz más hermosa mientras que en Santo Santiago se afirma tener la crucita más antigua.

El caso de Santa María es efectivamente distinto en varios sentidos: hace algunos años la capilla se separó de la parroquia de San Pedro para anexarse a Santa Sofía, por lo que la atención de parte del cura es más cercana y cordial que en los otros casos.

Tonalá nos muestra otra de las caras de las fiestas: la normatividad que da orden y permite la continuidad de la celebración. La celebración de la Santa Cruz confiere participación a todos los que deseen involucrarse, sin embargo, no se comparten algunas actividades, los tiempos o los roles.

La estructura que administra la celebración recae en los organizadores así como los recursos requeridos año con año. El comité tonalteca se renueva según la descripción que sigue: “En un sombrero o canasto se incluyen los papelitos que contienen los nombres del cargo que va a sortearse. Los números van del uno al ocho. El presidente en funciones, con el sombrero o canasta en mano, va invitando a los miembros de la asociación presentes a que participen en la rifa. Unos aceptan y otros no. Cuando alguien por fin se decide toma un papel y, cuando eso sucede, se arroja un cohete al aire. Se siguen promoviendo los cargos hasta que todos se asignen. Una vez que todos han sido repartidos, se procede a la apertura de los mismos y a su lectura en público. Cuando sale el papel con el nombre de la Santa Cruz, es sabido que la persona designada será el primer cargador por un año. Otro cargo es el de comisión y su poseedor tendrá una responsabilidad de dos años. Se llega así al final y, una vez que ha sido dado a conocer, se enciende la ristra pirotécnica”, (Oscar Marrón: 2006).

Es evidente que tanto los cargos como las prácticas que les corresponden están normados desde tiempos indefinidos y que además mantienen cierta permanencia a lo largo del año. Separar la ceremonia en dos partes, donde una es sólo para la asociación y otra abierta al público, deja ver la relevancia tanto de los cargos como de los miembros de la citada asociación.

La práctica social claramente ritualizada, refleja la percepción de la historia y memoria colectiva. La celebración religiosa muestra cómo la comunidad se articula y cohesiona en torno a una estructura generada por la forma de participación en las ceremonias públicas y privadas de la fiesta.

Las fiestas de la Santa Cruz en los municipios de Tonalá y Tlaquepaque han permitido construir una red de relaciones sociales para la realización de la celebración, la herencia de la práctica y de la tradición.

La manera en que se funden los propósitos de fe y fiesta son múltiples, el hecho de compartir dentro de los mismos procesos a los dos aspectos ha facilitado el arraigo de las fiestas en los vecinos de los municipios, pues les da la oportunidad de concelebrar una convicción de fe junto con el convivio.

Dos ejemplos

En Tonalá, la comida (después de la elección de cargos) está también normada. Los cargadores primero y segundo aportan el atole. El tercero y cuarto, el pozole. El quinto y sexto, las tostadas, y el séptimo y octavo suministran el agua fresca de jamaica, arroz, tamarindo, limón con chía o de guayaba (antaño en cada congregación el sabor era diferente, según característica del líquido extraído de cada pozo). Al quinto, sexto, séptimo y octavo les corresponde también proporcionar el castillo pirotécnico el día de la fiesta. Una vez que todo esto ha sido realizado, los nuevos cargadores entran en funciones. Para la transmisión de las responsabilidades, los antiguos cargadores se sitúan de frente a los nuevos y, pronunciando las palabras de sucesión, se hace entrega de una botella de tequila. Con un abrazo fraternal, queda consumado el acto sucesorio de entrega de responsabilidades.

En Tlaquepaque, durante el novenario, cada día la comunidad se da cita para iniciar con el rezo del rosario, el cual es dirigido por alguna vecina en el altavoz de la capilla; desde fuera el barrio que acompaña a la cruz responde. Al término del rosario la capilla permanece abierta el tiempo que los fieles lo requieran. El mayordomo debe estar pendiente para cerrar la capilla en el momento indicado. En el exterior los vecinos pueden degustar agua fresca o lo que el encendedor en turno les ofrezca.

Desde el inicio de la celebración, en cada barrio se instalan juegos mecánicos y puestos de comida o de diversiones, lo que convierte a la reunión en una verbena que motiva la convivencia entre vecinos. El goce mezclado con la fe.


Patrimonio cultural intangible



El patrimonio cultural intangible es un concepto formulado para integrar a todas y cada una de las manifestaciones que distinguen a los pueblos desde sus expresiones respecto a la vida íntegra de una comunidad. Es decir, se incluye en esta categoría cualquier práctica heredada colectivamente que tenga como fin último exponer las convicciones religiosas, las filiaciones de identidad y sentimientos de arraigo a la comunidad.

Una práctica puede ser parte del patrimonio cultural intangible siempre y cuando la comunidad reconozca el valor que posee para su integración y definición colectiva; cuando se enmarca a la religiosidad popular con el entramado de roles y prácticas, cuando se heredan los compromisos con el vecindario y la fiesta en cuestión, entonces se puede hablar de la constitución paulatina de una tradición inventariada en el patrimonio cultural intangible. Después pueden venir las formalidades: apoyos de autoridades municipales, de la iglesia, incluso de la historia y su ejercicio académico. Cuando se converge en el reconocimiento de la práctica como relevante en la cultura regional, entonces se posibilita su protección, preservación y defensa.

El hecho de celebrar a la Santa Cruz abre un espacio propicio para compartir y reforzar los elementos que hace que alguien sea partícipe y no observador, fincando vínculos que trascienden en lo cotidiano.

El patrimonio cultural intangible es la parte más vulnerable de nuestro inventario patrimonial, muchos son los factores que pueden alterar o erradicar una celebración como la de las crucitas. La continuidad depende de los mismos participantes en la fiesta, su constancia es el nexo con el pasado hacia el presente y el futuro común.

Dicho patrimonio es de naturaleza colectiva y tiene como fin último dotar de identidad y continuidad a las comunidades.


Rezos, peregrinaciones y penitencias

La jornada del 3 de mayo



En Tonalá se inicia al despuntar el amanecer con “Las Mañanitas” y cohetes, éstos acompañan desde ese momento a la procesión desde la sede de la comisión con rumbo a la capillita, donde un grupo de fieles está ya esperando para recorrer la cabecera municipal.

Es habitual que al paso de la cruz, hombres y mujeres de todas las edades den muestras de la devoción que le profesan: hay quienes se hincan, suplican por un favor o agradecen otro. También se encuentran aquellos que simplemente acompañan la procesión por ser esta actividad parte de la vida familiar. Los cohetes no cesan y ocasionalmente se acompañan de pétalos de flores, alfalfa y ramadas que son instaladas para reconocer la benevolencia de la cruz.

Al avistarse la procesión desde la capilla, las campanas empiezan a repicar hasta que la cruz se adentra en la capilla. Por lo regular las procesiones culminan tres horas después de iniciar.

En Tlaquepaque se realiza una misa en honor de la Santa Cruz. La salida de la iglesia se hace sin dar la espalda al altar; ya en el atrio se organiza la peregrinación rumbo a cada una de las capillas.

Quienes se han comprometido como peregrinos avanzan de rodillas en todo el trayecto. Otros vecinos los apoyan colocando cobijas enrolladas en el piso para aminorar las lesiones de los penitentes. Cuando éstos entran a la capilla, termina la peregrinación con un repique de campanas.

Cada uno de los presentes tiene favores que pedir o que agradecer a la Santa Cruz; en algunos casos se habla de milagros, aun cuando no existen retablos que den testimonio de ello.

Después de la peregrinación sigue la fiesta, en ambos municipios se abre la convivencia mundana. En el barrio de Santa María la nueva se ofrece un desayuno organizado por Beto y su familia, quienes siendo parte del vecindario, han encontrado la forma de ser parte de la celebración. Igualmente en el barrio de San Francisco, una familia dedicada a la elaboración de tostadas invita a los peregrinos a degustar un desayuno.

La señora Carmen del barrio de San Juan ofrece menudo a todos aquellos que velaron y peregrinaron en honor de la Santa Cruz. Por la tarde y noche sigue la fiesta con la mejor banda y castillo para cerrar así el novenario.

En Tonalá también se ofrece un desayuno para algunos de los participantes de la procesión, mientras que otro grupo se afana en engalanar nuevamente la capilla para la fiesta que por la tarde iniciará con una misa en honor de la Santa Cruz. Luego de la eucaristía comienza la verbena: puestos de antojitos, juegos, música y alegría en derroche son el cierre de la fiesta.


La Carrera de las Crucitas en Santa María


En el marco de la celebración de la Santa Cruz, encontramos a la Carrera de las Crucitas, un recorrido por las calles de la cabecera municipal, que debe tocar las cuatro cruces de los barrios de Tlaquepaque. Se trata de un evento que convoca a competidores de todo el país e incluso extranjeros (Bernardo C. Casas. Tlaquepaque. S/A. Historia y Geografía. Tercer grado. 8º cuadernillo de divulgación tlaquepaquense).

Antonio Martínez, del barrio de Santa María, sabe que fue en ese barrio donde se originó la competencia a iniciativa de los dueños de talleres artesanales para que los artesanos participaran en ella. Las razones para competir eran muy distintas de las de ahora, “el objetivo era divertirse con los vecinos”.

Según don Antonio, los artesanos se vestían con lo que podían: “Corrían con huaraches o con el pantalón arremangado, la gente nos divertíamos con eso”.

Daban dos vueltas a las cuatro cruces y se entregaban premios en efectivo: 20 pesos al primer lugar y del segundo al decimonoveno, cinco pesos. Se recuerdan a algunos de los más famosos competidores: Roberto Carrillo, Antonio Galán y uno más conocido como “El Gorras”.

Por 25 años se mantuvo este espíritu hasta que el Ayuntamiento se hizo cargo de la organización y promoción de la carrera y la lanzó a nivel mundial.

Los vecinos dicen que los kenianos ganan porque los artesanos ya no han querido participar.

Tomar la calle para hacer la fiesta, detener el tránsito durante las procesiones es una forma de apropiarse momentáneamente del espacio público. Dado que se trata de un asunto de todos, no se evidencian molestias del vecindario o de los servicios municipales que se ponen en alerta para prevenir o asistir en las contingencias.


Conclusiones



La celebración de la Santa Cruz es un complejo contexto donde se fraguan los elementos que integran a la comunidad como un agente en sí mismo, es decir, constituido por varios sujetos que confieren parte de su trabajo y compromiso a una celebración que los homogeniza porque se impone a discordias cotidianas, a las carencias económicas y otras desavenencias que se quiebran ante la imperante necesidad de festejar la devoción.

Festejar las capillas de la Santa Cruz conforma un espacio de libertad en el que los vecinos de los barrios disfrutan los valores que ellos mismos crean y mantienen; se brindan la oportunidad de cuestionar la realidad de sus localidades e incluso se dan ocasión de trasgredir el orden de lo público y lo privado: desde los llantos abiertos, las laceraciones producidas en la procesión hasta el beber, bailar y hablar de la vida entera, son las formas en que la frontera entre el ser y el deber ser se diluye.

Llama la atención que la Santa Cruz no tiene el rango de patronato ni en Tlaquepaque ni en Tonalá, sin embargo, la celebración está tanto o más arraigada que la patronal. Podríamos elucubrar varias posibilidades, pero me quedaré con la que me resulta más acertada: las fiestas de la cruz surgen en el intersticio de la necesidad, pertenecen primero al pueblo que a la institución eclesiástica. En particular para Tlaquepaque, desde el siglo XIX, las fiestas patronales se organizaban por y para los vecinos acaudalados, habitantes de las casonas próximas a la parroquia de Nuestra Señora de la Soledad o de San Pedro. Los barrios encontraron en las crucitas una devoción auténtica y expresiva de su comunidad.

En Tlaquepaque encontramos que la fiesta en el barrio de San Juan se ha visto afectada ante el cambio del perfil vecinal del barrio: las oficinas municipales que están ocupando la mayor parte del sector, estacionamientos, y vecinos nuevos que ya no conviven ni participan en las fiestas comunitarias. Éste es un ejemplo claro de la fragilidad del patrimonio inmaterial, a la vez que nos alerta ante las posibilidades que cada uno de los jaliscienses posee para la conservación de elementos de aquel patrimonio que nos pertenece.

Las crucitas de la región alfarera de Jalisco nos permiten encontrar el vinculo fluido entre el presente y el pasado que da unidad a los pueblos con la historia; más allá del gusto por el festejo, estamos invitados a la recuperación de los orígenes comunitarios.


Por María Estela Guevara Zárraga, investigadora del Departamento de Historia del CUCSH.

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