Jalisco | Logros de la Escuela de Ingenieros El Museo, el Observatorio y la llegada del siglo XX Numerosos estudiosos e instituciones públicas impulsaron el desarrollo científico en Jalisco; estos espacios fueron testigos de esa transición Por: EL INFORMADOR 20 de marzo de 2011 - 04:44 hs El actual Instituto de Astronomía y Meteorología de la UdeG tuvo su origen en el Observatorio del Estado. ARCHIVO / GUADALAJARA, JALISCO (20/MAR/2011).- No obstante haber iniciado un desarrollo incipiente de las disciplinas físico-matemáticas desde la primera apertura del Instituto de Ciencias de Jalisco en 1827, la inestabilidad política que prevaleció en las décadas siguientes impidió su maduración de acuerdo a los requerimientos regionales de la época. No fue sino hasta el último cuarto del siglo XIX cuando se expresó más fehacientemente el despegue de estos ámbitos de la ciencia, junto con otros como la mineralogía y la química, que llegaron acompañados de instituciones impulsadas por particulares o por el sector público, como la Sociedad de Ingenieros de Jalisco, la Escuela de Ingenieros de Jalisco y la Escuela Libre de Ingenieros de Guadalajara. A través de dichos espacios se incubaron también otros dos que marcaron propiamente la institucionalización de ámbitos científicos con repercusiones sociales de amplio alcance, como lo fueron el Museo y el Observatorio del Estado. Esta tarea empezó a ser especialmente relevante con el nacimiento de la Sociedad de Ingenieros de Jalisco el 24 de febrero de 1869, agrupación que aglutinó a los pocos egresados del Instituto en ese campo que radicaban en Guadalajara para entonces (como Manuel Gómez Ibarra, Domingo Torres García, Miguel Sabás Gutiérrez e Ignacio Guevara), a los oriundos de estas tierras que empezaban a retornar después de realizar estudios en la Ciudad de México o en el extranjero (como Juan Ignacio Matute, Gabriel Castaños, Juan Bautista Matute e Ignacio Cañedo y Soto) y a algunos avecindados que llegaron por motivos de trabajo, entre los que destacaría, algunos años más tarde, Luciano Blanco Labatut. Apenas nació esta agrupación profesional, se echó a cuestas la responsabilidad de mejorar y ampliar los estudios profesionales de la ingeniería hasta entonces reducidos a la especialidad de topógrafo, motivo por el cual no fue extraño que desde el 6 de noviembre de 1876 ofreciera al público en general, en su espacio y con el apoyo gratuito de sus agremiados, varios cursos no consolidados o francamente ausentes del Instituto de Ciencias de Jalisco. Para estas asignaturas fueron nombrados distintos maestros, como los siguientes: Química, Nicolás Puga; Astronomía, Salvador Pérez; Geología y Mineralogía, Juan Ignacio Matute; Botánica, Nicolás Tortolero; Zoología, Carlos F. de Landero; Laboreo de Minas, Luciano Blanco; Arquitectura, Juan Gómez Ibarra; Puentes y Calzadas, Lucio I. Gutiérrez (Juan Panadero, segunda época, tomo VIII, número 344, Guadalajara, 5 de noviembre de 1876, página 3). Años más tarde, la misma agrupación profesional trabajó junto con las autoridades estatales para crear la Escuela de Ingenieros de Jalisco, a partir de la ley del 15 de octubre de 1883, que en la práctica significó la desaparición del Instituto de Ciencias y el nacimiento de tres escuelas profesionales dotadas de sus respectivas juntas de profesores (la de Medicina y farmacia y la de Jurisprudencia, además de la citada de Ingenieros). Pero también es necesario decir que, aparte de las acciones de la Sociedad de Ingenieros de Jalisco en el afán de contribuir a mejorar la enseñanza de la ingeniería, a esta agrupación hay que atribuirle un papel fundamental en la fundación de otras dos instituciones clave desde 1890, que bien pueden ser consideradas como parte de los primeros gabinetes de experimentación: el Museo y el Observatorio del Estado. El concurso de esta sociedad de profesionistas fue determinante para el nacimiento de ambas instituciones, no sólo por el empuje de sus integrantes ante las autoridades estatales, sino porque incluso contribuyeron prestando sus colecciones de historia natural, mineralógicas y de maderas, así como sus propios instrumentos científicos. Con ello, los ingenieros agremiados sentían que estaban contribuyendo al adelanto industrial y científico de la entidad, y no era para menos, sobre todo si se considera que tanto el Museo como el Observatorio del Estado nacieron casi simultáneamente a la conexión de la ciudad de Guadalajara con la Ciudad de México a través del ferrocarril. El Museo del Estado El mencionado establecimiento se originó de una iniciativa impulsada por la Sociedad de Ingenieros desde su creación en 1869. Entre sus principales y más significativas acciones estuvo justamente la de formar un “museo de historia natural y antigüedades”, que ya desde finales de la década de 1870 estaba funcionando, principalmente como apoyo para quienes estudiaban la carrera de ingeniero dentro del instituto. A partir de enero de 1879, la Junta Directiva de esta organización le asignó un lugar especial a dicho museo, cuya dirección recayó en el ingeniero Carlos F. de Landero (Las clases productoras, año II, número 61, Guadalajara, enero 15 de 1879, página 2). Este hecho en sí mismo denota los esfuerzos que para entonces estaba realizaba la agrupación profesional. Las acciones encaminadas a mantener y acrecentar el museo no terminaron ahí. Pocos años después, ante las frecuentes peticiones del Ministerio de Fomento al gobierno local, para que recuperara datos precisos sobre el territorio jalisciense y sus recursos, el gobernador Pedro Landázuri confió esa responsabilidad a la Sociedad de Ingenieros, a la que apoyó económicamente. Le fue encomendado hacer las recolecciones y estudios necesarios, “ordenando a todas las autoridades políticas del Estado, únicas encargadas hasta entonces de esto, la reconocieran con tal carácter y la auxiliaran en sus trabajos” (Ambrosio Ulloa, “Informe [...]”, Boletín de la Sociedad de Ingenieros de Jalisco, tomo IV, número 3, 15 de marzo de 1884, página 72). La confianza se mantuvo en alto también durante el gobierno de Francisco Tolentino, y de alguna forma ocurrió lo mismo en los de Ramón Corona y Mariano Bárcena. Al empezar el de Tolentino en 1883, se abrió la Escuela de Ingenieros de la entidad, y la Sociedad siguió siendo responsable de formar colecciones diversas y de su estudio. En 1884, los ingenieros manifestaban que gracias a los apoyos gubernamentales habían logrado reunir significativas colecciones y datos, lo que constituía un incipiente gabinete de investigación. Los fondos económicos habían alcanzado también para la compra de instrumentos, útiles varios y aparadores que servirían para colocar las colecciones recabadas en el Museo de la Sociedad de Ingenieros (Ambrosio Ulloa, op. cit., páginas 70-72). En el mismo año, las donaciones hechas por los miembros de la Sociedad de Ingenieros, aunadas a las recolecciones impulsadas por ese gremio con el apoyo gubernamental, lograban integrar colecciones “de un número competente de muestras extranjeras y del Estado”. Gracias a ello, el responsable del Museo de la Sociedad en ese tiempo, el ingeniero Juan Ignacio Matute, pudo formar “un catálogo general de las muestras mineralógicas existentes”, que llegaban a “mil ochocientas veintiuna [de las cuales] poco menos de mil [provenían] de localidades de los Estados o de la República, y las demás [eran] extranjera”. Estas colecciones mineralógicas, se decía, comenzaban “a ser útiles”, pues se utilizaban ya en “la enseñanza de los alumnos de mineralogía y metalurgia de la Escuela de Ingenieros” (Ulloa, op. cit. páginas 70-72). Respecto a otro tipo de materiales y objetos recolectados en el mismo año, se hablaba de: “…un número considerable de ejemplares de [...] magníficos materiales para construcción empleados en el Estado [de Jalisco]; más de cien muestras de las principales maderas que se dán [sic] en el Estado; una colección botánica con ejemplares de las principales familias; trecientos [sic] ejemplares de conchas de las costas extranjeras y más de cien de las nuestras del Pacífico [mexicano]; y finalmente la mayor parte de la osamenta de un Elephas primigenius encontrada en el terreno post-terciario de los alrededores de Zacoalco y donada á la Sociedad por el Sr. Ingeniero Gabriel Castaños” (Ulloa, op. cit., página 70). Como se ha visto, hasta esas fechas el Museo estuvo fuertemente vinculado a la Sociedad de Ingenieros de Jalisco, aunque también lo estuvo, desde 1883, a la Escuela de Ingenieros que se abrió en el año citado dentro de las instalaciones del antiguo Colegio de San Juan, con presupuesto del gobierno estatal. Asimismo, prácticamente desde los primeros años de la administración de Tolentino (1883-1887) se autorizó una partida especial destinada a la creación del “Museo del Estado” dentro de la Escuela de Ingenieros (que también era sede de la Sociedad), con la idea de que éste sirviera a los alumnos pero también al público en general. Sin embargo, concretarlo llevó más de lo previsto, debido en mucho a la irregularidad con que llegaron los recursos. La apertura La inauguración y apertura pública del a veces llamado “Museo del Estado” y en otras “Museo Industrial” se efectuó el 16 de septiembre de 1890 en los salones de la parte baja de la Escuela de Ingenieros, en los terrenos que hasta hace algunos años albergaron al Cine Variedades (Luis C. Curiel, Memoria presentada al H. Congreso del Estado Libre y Soberano de Jalisco, Guadalajara, impresión y encuadernación de José Cabrera, 1895, página 269). El acto inaugural fue encabezado por el entonces gobernador sustituto Mariano Bárcena y contó con el apoyo de la Cámara de Comercio de Guadalajara y los principales productores del estado. Los objetos ahí exhibidos estaban organizados en un departamento industrial y otro correspondiente a las antigüedades, historia natural, arqueología y estadística (Juan I. Matute, “Reglamento del museo de la Escuela de Ingenieros”, Guadalajara, 7 de enero de 1891, Archivo Histórico de la Universidad de Guadalajara, Libro 48-A, expediente 4284, foja 135). Según se desprende de lo estipulado en el reglamento que se hizo al efecto en 1891, en el primer departamento se reunirían “los objetos que los productores” estuvieran dispuestos a proporcionar, ya fuera en calidad de donativo o conservando su propiedad para que se expusieran o se vendieran, “pero anotándose de todas maneras en el catálogo respectivo”. El segundo departamento estaba concebido para reunir “todos los objetos pertenecientes a la Sociedad de Ingenieros, a la Escuela de Ingenieros y a otras personas particulares [que quisieran ponerlos] a la exhibición pública conservando su propiedad” (Matute, op. cit. foja 135). Durante la mayor parte de la década de 1890, la sección “industrial” del museo fue sin duda la más favorecida por parte de las autoridades locales. Por ejemplo, en un informe de octubre de 1894 se decía que estaba organizado, a su vez, en tres departamentos: el de industria manufacturera, el de industria agrícola y el correspondiente al ramo minero. En esos departamentos se exhibían muchos de los productos elaborados en las principales industrias locales, así como en el Hospicio y la Escuela de Artes y Oficios. También se contaba con muestras de los productos agrícolas que se cultivaban en la entidad, así como algunos ejemplares de lo que producían las agroindustrias, donde destacaban los vinos y licores, aceites vegetales y harinas. En el último de los tres espacios se exhibían ejemplares de los minerales de cada cantón, además de muestras de hierro producidas en las importantes ferrerías de Tula y Comanja y “diversos materiales de construcción” (Curiel, op. cit., páginas 269-270). No obstante la marcada preferencia por exhibir muestras que proyectaran la vocación productiva regional, en el mismo espacio estuvo presente hasta aproximadamente 1897 la idea originalmente incubada en las primeras manifestaciones museográficas de los ingenieros jaliscienses con pretensiones esencialmente de investigación: o sea, la que reivindicaba a la “historia natural”. Para ello, se recurrió a sus propias colecciones cómo se había hecho antes. Al respecto, testimonios como el de Eduardo A. Gibbon dicen que en 1893, aparte de las secciones que mostraban el abanico productivo del estado, “se estaba empezando a formar en el Museo la colección ornitológica, geológica y paleontológica”. De dicha colección, destacaba Gibbon “los fósiles de un mastodonte que fue hallado en territorio de este Estado”, seguramente en referencia al ejemplar que donó Gabriel Castaños al Museo de la Sociedad de Ingenieros a principios de los ochenta (Eduardo A. Gibbon, Guadalajara (La Florencia Mexicana), Guadalajara, Presidencia Municipal de Guadalajara, 1992, páginas 129-130). La decisión que tomó el gobierno de Curiel de clausurar la Escuela de Ingenieros de Jalisco en 1896, bajo el argumento de que era una inversión poco redituable para el estado, tuvo también efectos negativos en el Museo, hasta entonces ligado a dicha institución y a la Sociedad de Ingenieros. En ese contexto, el Museo fue cambiado de sede en 1897, sin una idea clara de mantenerlo activo, al local del Liceo de Niñas. Más tarde, en abril de 1901 fue transferido a la planta alta del Teatro Degollado y con ello prácticamente concluyó su ciclo (Juan R. Zavala, Memoria formada por el Gobernador Constitucional del Estado Libre y Soberano de Jalisco, Guadalajara, s. e., 1903, página 523). Aparentemente, en el primero de dichos cambios, las colecciones de historia natural fueron reintegradas a su propietaria original: la Sociedad de Ingenieros de Jalisco. La idea que prevaleció entre los agremiados fue la de restituir el pequeño museo que tuvieron antes de establecer su sede en la ahora clausurada Escuela de Ingenieros de Jalisco. Ciertamente, no les fue sencillo ese trance, debido a la carencia de un nuevo local. Realmente esa posibilidad encontró alguna esperanza en 1902, cuando se creó la Escuela de Libre de Ingenieros de Guadalajara por iniciativa del mismo gremio, teniendo en Ambrosio Ulloa a su principal impulsor. Lo cierto es que el “Museo Industrial”, como se le llamaba en su última etapa, fue un proyecto agotado al iniciarse el siglo XX. Sin embargo, cabe mencionar que algo se mantuvo de esa tradición museográfica. Así queda constancia, al menos a partir de 1913, cuando el Congreso de Jalisco aprobó el decreto mediante el cual el Gobernador José López Portillo y Rojas se obligaba a dar “una subvención de ocho mil pesos anuales a la Escuela Libre de Ingenieros” de Guadalajara y “un local apropiado para la misma”, a condición de que ésta asumiera, entre otras obligaciones, la de cuidar del Museo del Estado (El Estado de Jalisco, tomo LXXII, número 8, Guadalajara, 23 de junio de 1913, página 116). Todavía en julio de 1915, a propósito del traslado de la Escuela Libre de la calle Galeana 277 —donde tuvo su sede desde 1902— a los “altos del antiguo Colegio de San Juan”, se reportaba la existencia del Museo del Estado bajo resguardo de ese establecimiento (Ambrosio Ulloa al Secretario de Gobierno del Estado, [Informe], Guadalajara, 31 de julio de 1915, Archivo Histórico de Jalisco, Ramo Instrucción Pública, IP-6-1915, GUA/1037). Hacia 1919, según lo refiere Luis M. Rivera, los objetos del Museo que resguardaba la Escuela Libre de Ingenieros pasaron al recién creado Museo General del Estado —antecedente del actual Museo Regional— (Luis M. Rivera, “El antiguo Colegio de San Juan”, en El Informador, 7 de junio de 1925, página 6), que años más tarde, en 1925, sería una de las dependencias de la naciente Universidad de Guadalajara, y todavía hacia principios de los años treinta aparecía como tal, bajo la dirección del artista Ixca Farías. El Observatorio del Estado Otra de las preocupaciones que había planteado desde su creación la Sociedad de Ingenieros de Jalisco era la falta de un observatorio meteorológico y astronómico debidamente instalado en la localidad jalisciense y con subsidio estatal. Antes de que así ocurriera, tanto las mediciones astronómicas como las meteorológicas recayeron sobre todo en la responsabilidad de particulares con inquietudes científicas y posibilidades económicas. Por ejemplo, desde principios de la década de los ochenta fueron notorias las observaciones astronómicas que realizaron los ingenieros Gabriel Castaños y Carlos F. de Landero (tío y sobrino, respectivamente) desde su observatorio particular. De la misma forma, al farmacéutico y también miembro de la Sociedad de Ingenieros Lázaro Pérez se deben algunas de las primeras observaciones meteorológicas de Guadalajara sistemáticamente presentadas desde principios de la década de los ochenta. Esas iniciativas individuales siempre contaron con el respaldo de la Sociedad de Ingenieros de Jalisco, aunque sólo fuera a través de la difusión de los resultados en su Boletín (puede verse el Boletín de la Sociedad de Ingenieros de Jalisco desde el 15 de septiembre de 1880 hasta el 1 de mayo de 1887). Sin embargo, aprovechando circunstancias específicas como el impulso de la Escuela de Ingenieros en 1883, la Sociedad hizo valer su autoridad moral, apoyada por la Junta de Profesores de ese novel establecimiento educativo (donde todos eran miembros distinguidos de la Sociedad de Ingenieros), para conseguir recursos del erario destinados a la “construcción y establecimiento de los observatorios meteorológico y astronómico” en Jalisco (Ulloa, op. cit., página 69). Con el apoyo continuo del Gobierno en los años posteriores, fue posible que se pusiera en operación dicho observatorio en la Escuela de Ingenieros el 2 de abril de 1889, y se le consideró inmediatamente como el principal soporte para “la carrera de geógrafos”. Pero, sobre todo, se le concibió como “un centro donde se [adquirirían y reunirían] paulatinamente los elementos para la formación de una carta exacta del Estado”; eso, junto al estudio de los climas de todo el territorio, a través de una red de monitoreo, sería de ayuda para el desarrollo productivo y de higiene en la entidad (Agustín V. Pascal, Responsable del Observatorio, al C. Gobernador, 3 de abril de 1890 [Informe] AHJ, Ramo de Fomento, asunto bibliotecas, museos y observatorios, F-3-889, f-30, número 459, ff. 1-2). Es importante mencionar que, a pesar de haber sido inaugurado en 1890, el Observatorio del Estado no siempre funcionó plenamente, debido sobre todo a la falta de equipo adecuado. Las carencias se mostraron particularmente en su “Departamento Astronómico”, donde faltaron los principales instrumentos de observación durante los primeros años de su funcionamiento. Debido a esa situación, en 1891 se intentó comprar a los ingenieros Gabriel Castaños y Carlos F. de Landero el “altazimut de 12 pulgadas” que habían utilizado, por ejemplo, para sus observaciones astronómicas con motivo “del paso de Venus por el disco del Sol, el 6 de diciembre de 1882”. Desgraciadamente, a consecuencia de la carencia de recursos, el Observatorio sólo tuvo a préstamo hasta 1893 el instrumento señalado, y lo debió regresar a sus dueños (Agustín V. Pascal, op. cit., f. 19, y Francisco Santa Cruz, Memoria presentada a la H. Legislatura del Estado Libre y Soberano de Jalisco, Guadalajara, Oficina Tipográfica del Gobierno a cargo de Fernando Alday, 1893, página 132). Después de ese momento, resultó poco trascendente la labor astronómica en dicho establecimiento. Por fortuna, en su parte meteorológica fue más socorrido. En esta sección se cumplía puntualmente desde 1893 con observaciones meteorológicas que eran enviadas diariamente telégrafo “al Observatorio Central de México, y a la Secretaría del Gobierno, para su publicación en El Estado de Jalisco”. Se contaba también desde entonces con una estación sismológica que generaba registros permanentes, además de otra telegráfica que facilitaba la comunicación con estaciones locales y nacionales. Además, en el mismo establecimiento se elaboraban, y después se enviaban a las dependencias de Gobierno y a los “observatorios de la República”, los datos de mortalidad que enviaba “el Registro Civil” de Guadalajara (Curiel, op. cit., página 266). El establecimiento astronómico se mantuvo activo en el edificio del antiguo Colegio de San Juan hasta aproximadamente 1899, no obstante haber ocurrido la clausura de la Escuela de Ingenieros de Jalisco tres años antes, lo que muestra la importancia que ganó en su corta historia. En 1901 empezó a resentir los estragos por la clausura de dicha Escuela: a partir de ese año y hasta 1903 operó con dificultades desde alguna parte alta del Teatro Degollado. En los años siguientes y aproximadamente hasta 1912, los informes meteorológicos reportados en Jalisco se originaron en el Observatorio del Seminario (El Informador, Guadalajara, 18 de febrero de 1934, página 7). Al asumir el gobierno la responsabilidad de otorgar una subvención a la Escuela Libre de Ingenieros desde el mes de julio de 1913, con ello se obligó a dicho establecimiento a tener el cuidado del “Observatorio Astronómico y Meteorológico” del Estado (bajo el cuidado de Severo Díaz Galindo), de la misma manera que lo hizo con el Museo, teniendo como sede al antiguo Colegio de San Juan. De esta manera, nuevamente el estado asumió el compromiso de las observaciones meteorológicas atendiendo a la tradición que había iniciado en 1890. Esa responsabilidad se mantendría en las décadas siguientes, primero, apoyada en la citada Escuela, hasta que la misma dejó de funcionar como tal y se convirtió en la Facultad de Ingeniería de la reabierta Universidad de Guadalajara en 1925. A partir de entonces, el Observatorio sería una dependencia de la máxima casa de estudios de Jalisco y funcionaría hasta 1927 en la misma sede en que lo había hecho antes. En ese año le fue asignado un nuevo edificio especialmente construido para albergar las funciones de astronomía y meteorología al poniente de Guadalajara y con ello se dio el paso definitivo en la institucionalización de ambas disciplinas a través del Instituto de Astronomía y Meteorología de la Universidad de Guadalajara (El Informador, Guadalajara, 18 de febrero de 1934, página 7). 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